IN MEMORIAM JUAN CARRETE

Vol. 10 / julio 2023
ARTÍCULO / IN MEMORIAM. Autor: Pedro Aullón de Haro

A comienzos del pasado mes de junio falleció en Madrid el historiador del arte y gestor cultural Juan Carrete. Así rezan más o menos con mecánica enunciación y pocas variaciones algunas necrológicas, siendo preciso añadir, por una parte, que toda la esfera relativa al arte del grabado, al arte gráfico, y en particular la concerniente a la obra de Goya y en segundo término la obra dibujada de Picasso, particularizando aparte la compleja obra plástica de la Ermita de San Antonio de la Florida, encontró en Juan Carrete acaso su mayor activo. Por otra parte, que su labor en la gestión cultural, terreno peligroso, de grandes centros, en la ciudad de Madrid (Calcografía Nacional, Conde-Duque, Matadero-Intermediae, Medialab-Prado), fue continua pero además tuvo el mayor éxito, el de la eficacia dentro de lo posible y el de la honestidad siempre. Juan permanentemente estaba metido en labor y vivía en Madrid. Es un hecho que conocía y apreciaba la ciudad de Madrid como muy pocos. Le exasperaba la inadecuada presencia ecuestre militar de Carlos III en la Puerta del Sol: inapropiada de concepto y sin criterio de proporción para este lugar que tanto le preocupó. Compuso su último libro, objetivista y documental sobre Madrid. Vida de la Puerta del Sol. Juan respetaba en sumo grado el patrimonio común de la nación y el trabajo de los demás. Vivió como quiso, con mucha sobriedad y cierta inocente socarronería; y como es sabido, no se sometió al sistema académico y funcionarial.

^{J. Carrete, Francisco de Goya: Ermita de San Antonio de la Florida, Zaragoza, Ibercaja, 1999.}

De los diversos argumentos que traté con Juan Carrete a lo largo de los años, tal vez pueda ser significativa en resumen la selección de dos, que además pueden seguirse por escrito: el significado de la colección de grabados de los Disparates y San Antonio de la Florida y sus “ángelas”. Juan mantenía una interpretación política inmediata de la lucha de dos bandos (serviles y liberales) en la referida colección goyesca, a diferencia de mi criterio de orientación simbólica y metafísica, pero estando él dispuesto a aceptar en todo momento que su criterio pudiera ser disparatado o incluso una bajeza. Esto probablemente pueda dar buena idea de su talante. Yo pienso que la significación restringida dada por él no es que fuera disparatada sino que consistía en una propuesta correcta pero restringida, que remite a un estrato entre otros de la significación de la obra. En lo que se refiere a San Antonio de la Florida, el asunto clave consistía en la definitiva revelación que nos proporcionó en su día la limpieza definitiva de los frescos y la cuestión de las extraordinarias “ángelas” o ángeles femeninos que los pueblan, junto al subrayado que de ello había hecho en su momento Eugenio D’Ors y siempre recordábamos. Juan entendía que la ermita, sus frescos, constituyen una suerte de primer manifiesto del arte moderno.

La vida es relativamente larga y hace posible tanto la manifestación de la personalidad como el fruto de las obras. A veces es tan importante una cosa como la otra, o simplemente que han ido tejiéndose de manera muy imbricada o indistinta. Pero la personalidad, en su sentido vivo, la persona viva, solo es perceptible para quienes se han relacionado con ella con alguna intensidad o constancia, mientras las obras dependerán al fin de una interpretación bien diferente, o en todo caso de su provisional o final taxonomía, examen e inventario disciplinar en el caso de quienes se consagraron a la creación o al estudio. Juan Carrete no era un teórico sino un hombre práctico, de cultura ilustrada en el mejor sentido y por ello con la disponibilidad propia que otorga cierta fe ingenua en el progreso. Ajeno tanto a la vida religiosa como a la costumbre de expresar sentimientos, quizás por ello sea muy significativo que se interesara vivamente por los ilustrados universalistas, casi todos sacerdotes y jesuitas, según los iba contabilizando con entusiasmo. Aunque a fin de cuentas lo importante a estos propósitos consiste, sobre todo, en que Juan Carrete creía en los demás, o en algunos, pero especialmente en los jóvenes, que los distinguía y consideraba. De hecho no guardaba experiencia y saberes para sí sino que generosamente los repartía.

En la historia de la vida intelectual me ha parecido necesario distinguir entre una ética arraigada y una ética de la falacia o de la disociación del discurso, esto es predicable de quien dice una cosa distinta a la que hace. Juan Carrete responde no ya al primer tipo sino más bien al carácter de una ética no ya arraigada sino, quizás mejor dicho, espontánea, que se manifiesta sin necesidad de reflexión: es y está de manera natural, permanente e igual a sí misma.

Hay personalidades que crean humanidad, personalidades benéficas, al igual que existen otras que constituyen su contrario, es decir otras penosamente destructivas, esterilizadoras, o anodinas. Juan perteneció, pertenece, al primer grupo, dando forma a una de sus categorizaciones más eminentes en tanto creador de humanidad. Esto debiera ser decisivo para la etopeya del retrato, propio de un criterio humanístico y de la verdad, pero acaso sea sencillamente lo más notable que pueda afirmarse de una persona, su mejor representación en el mundo de la vida.

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