DELIRIO AMERICANO

Vol. 9 / enero 2023
RESEÑA. Autor: Sebastián Pineda Buitrago

Granés, Carlos, Delirio americano. Una historia cultural y política de América Latina, Barcelona, Taurus-Penguin Random House, 2022, 649 pp. (ISBN: 978-84-306-2405-8)

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Delirio HispanoamericanoLa polémica tesis que atraviesa Delirio americano: una historia cultural y política de América Latina consiste en sostener que, desde Martí y Rodó pasando por Fidel y el Che hasta Chávez y el subcomandante Marcos, la política cultural latinoamericana ha destilado envidia contra la América sajona.

Doctorado en antropología por la Universidad Complutense y pionero de la Cátedra Vargas Llosa en Madrid, el colombiano Carlos Granés (1975) es el autor de este voluminoso tratado, por lo demás bastante informado sobre algunas de las principales corrientes artísticas y políticas del siglo XX en los países hispanoamericanos. Sobre México, por ejemplo, Granés revisa los cambios de gobierno y de sus disposiciones legales desde el Porfiriato pasando por la consolidación del Partido Revolucionario Institucional (el PRI) hasta el actual mandatario mexicano al que él acusa de “populista”. Se detiene en la política cultural del muralismo, resaltando y criticando la figura de José Vasconcelos (un ejemplo de intelectual y político «delirante»), o bien del pintor Dr. Atl (Gerardo Murillo), famoso por valorar más al obrero que al campesino bajo la propuesta comunista de “urbanizar el campo”. Granés también pasa revista por la vanguardia brasileña durante el periodo de Getúlio Vargas, critica el «delirio» del peronismo en Argentina, de la Revolución cubana, de la violencia bipartidista colombiana antes y después del Frente Nacional; no descuida el sandinismo nicaragüense ni las dictaduras antillanas, venezolanas y chilenas. Sin duda, en materia de historia política, Delirio americano constituye un libro de consulta permanente para quien desee repasar el siglo XX hispanoamericano. Pero no podría decirse lo mismo en materia de historia cultural. Las razones de este desnivel en el libro de Granés conviene explicarlas a continuación.

Para empezar, ¿a qué llama Granés «delirio americano»? Tanto el modernismo estetizante de Martí, Darío, Rodó y Lugones, como el vanguardismo socializante e indigenista de Mariátegui, lo mismo que el hispanismo de José de la Riva-Agüero y el neozapatismo globalizado del subcomandante Marcos, representan para Granés un «delirio». La palabra delirio se compone del prefijo de, que significa distancia, y del nombre latino lira, que significa línea o surco, con lo cual delirio quiere decir literalmente distanciarse o desviarse de lo recto o lo derecho, de la razón y de la inteligencia, acercándose al extravío y al disparate. Para Granés, es disparatado –delirante– todo lo que se oponga al liberalismo democrático encarnado en el éxito militar y político de los Estados Unidos.  La tesis principal del libro de Granés parte históricamente de la debacle colonial de 1898 y más concretamente de la muerte de José Martí en 1895 durante la guerra de independencia cubana. A partir de entonces, según Granés, nació entre los intelectuales latinoamericanos una inclinación espontánea contra los Estados Unidos, un “ambiente emponzoñado” contra el éxito militar, comercial y político de la América sajona.

Supone Granés que los latinoamericanos se adelantaron a los futuristas italianos, quienes a su vez se oponían al imperio austrohúngaro, “para demostrar la superioridad del espíritu latino sobre la barbarie utilitarista del sajón” (p. 17). Si el fascismo surgió en la Italia de 1919 de la unión de militares y poetas (Mussolini y D’Annunzio), Granés trata de ver algo similar en Hispanoamérica. Por ejemplo, en el coqueteo del poeta Lugones con los militares argentinos o en el romance de García Márquez con Fidel Castro, por citar algunos de los incisivos casos en los que abunda el libro. Claro que, dicho sea de paso, Granés trata de “salvar” a García Márquez al sugerir que su amistad con Fidel era una terquedad cursi (similar a la de su protagonista de El amor en los tiempos del cólera), pues el famoso novelista colombiano terminó “más cerca de Bill Clinton que de cualquier caudillo latinoamericano” (p. 527). Como puede percibirse, hay una incisiva apelación al binarismo entre una América latina (delirante, desquiciada) y una América sajona (sensata, razonable). Aunque en diversas ocasiones Granés admite que los clichés de la «víctima», del «explotado», del «colonizado», del «oprimido», del «subalterno» y del «sentipensante» son inventos de las universidades estadounidenses, no hay que ver en ello una crítica a la cultura anglosajona, sino una contaminación de las ideologías que alimentan los populismos latinoamericanos. De manera que el razonamiento con el cual tiende a trabajar Granés se basa en oposiciones binarias muy estrictas. Semejante binarismo levanta la sospecha de si su liberalismo es realmente librepensamiento, o si no es más bien neoliberalismo, es decir, otra ideología o idolatría.

Lo que más se echa de menos en el libro de Granés es un método realmente crítico, es decir, un conocimiento menos binario o esquemático de la historia cultural y literaria. “La filología siempre tiene que estar en orden”, decía el neokantiano Hermann Cohen. Pero Granés no es exactamente un filólogo ni un crítico literario. Él no trabaja tenazmente sobre un texto, no emprende una lectura seria de Martí, de Rodó, de Vasconcelos, de Lugones o de Mariátegui, sino que busca en ellos la confirmación de un esquema previo. Si realmente hiciera una lectura seria, por ejemplo, Granés no encasillaría el ensayo del uruguayo Rodó publicado en 1900, Ariel, en la oposición binaria de lo latino y lo sajón, sino que resaltaría en él la noción del Estado estético. Pues Rodó tomó de las Cartas para la educación estética del hombre (1794), de Schiller, cierta asociación entre la expansión napoleónica y la expansión angloamericana. Es de notar que no trabaje tampoco Granés con los textos más interesantes y mucho más sobrios de dos de los grandes críticos culturales latinoamericanos, Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes.

Rara vez se remonta Granés al siglo XIX para preguntarse si antes de Martí y de la debacle del 98 no había habido, en Bolívar o en Lucas Alamán, una crítica contra la Doctrina Monroe de 1823. En 1950, después del proceso de desnazificación al que fue sometido por los Aliados, el geopolítico alemán Carl Schmitt observó que la Doctrina Monroe era el caso más delirante del racionalismo occidental: «América [el mundo] para lo americanos», esto es, para la influencia del dólar americano (confróntese de Schmitt, El nomos de la Tierra, publicado originalmente en 1950). Por consiguiente, tanto Europa como Latinoamérica, Asia y África están sujetos a la violencia estructural de la hegemonía angloamericana. Granés no parece reconocerlo o pretende ocultarlo bajo lo que él llama, en el tercer capítulo de su libro, “Los delirios de la soberbia: revoluciones, dictaduras y la latinoamericanización de Occidente”. ¿La latinoamericanización de Occidente? ¿No sería mejor hablar de la angloamericanización –epítome de Occidente– del mundo entero? El sí delirio del american way of life, del consumismo y de la mediocridad del modo de vida angloamericano, es un rasgo innegable que ha inundado el resto del planeta y que tiene que ver bastante con el antiintelectualismo académico. Este delirio angloamericano ha sido explotado por cierto cine de Hollywood, así como por las novelas de Philip Roth y especialmente de Thomas Pynchon. En la novela de este último, Gravity’s Rainbow (1973), el delirio americano es evidente en la transferencia de tecnología germano-estadounidense durante el nazismo. Pero Granés tiende a afirmar que Estados Unidos fue creado por ciudadanos libres y que es ajeno al fascismo y al comunismo. Más cercano a la verdad sería aclarar que Estados Unidos fue creado por las sectas calvinistas más radicales de todas, las cuales compartían un odio común contra las tradiciones romanas o católicas. Para Calvino, como se sabe, son predestinados por Dios únicamente quienes tienen éxito en los negocios (¿Trump, Biden, Obama, los Bush?). ¿El resto son «white trash»? De lo que no hay duda es que del calvinismo preside gran parte de la concepción ética del gobierno estadounidense. Lo que más se extraña en el libro de Granés es entonces una historia comparada entre las dos Américas. No hay, pues, comparatismo.

Al terminar de leer el voluminoso ensayo de Granés uno se pregunta si realmente la cultura y la intelectualidad han tenido tanta influencia en la política hispanoamericana del siglo XX. En 1940, en “El intelectual y el otro”, José Ortega y Gasset más bien lamentaba la ausencia de intelectualidad y de cultura en la política española y por extensión hispanoamericana. En La rebelión de las masas de 1930 Ortega hablaba también de la «hiperdemocracia» o «democracia morbosa», es decir, del sustrato cultural más bajo como rasero del demagogo para atraer muchedumbres. Granés no cita a Ortega. Se apoya en una bibliografía más contemporánea, tal el ensayo del politólogo madrileño Manuel Arias Maldonado, Nostalgia del soberano (2020), para criticar el populismo. Para Granés son populistas los que se regodean en la retórica del «oprimido» y de la «víctima». Dejan de ser populistas quienes, a la manera de Octavio Paz y Vargas Llosa, abandonan las filas del nacionalismo y del socialismo y defienden la democracia. ¿Hay algo claro en semejante argumento? ¿Solo el globalismo y el capitalismo neoliberal son democráticos? Según Granés, otro ejemplo de alguien que no se ha victimizado ni es populista lo encarna el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, cuya novela El olvido que seremos (2006) se ha convertido en un éxito de ventas precisamente porque narra –desde la posición del victimario, pero sin sentirse «explotado» ni «colonizado»– el asesinato de su padre en el Medellín de 1987. Granés se declara afín a la “antropofagia liberal” que funciona con lo que él llama «liderazgos plurales». Es de subrayar que la palabra «líder» proviene del inglés leader (‘el que conduce, el que guía’), y que mucho del lenguaje empresarial angloamericano (tal la expresión «liderazgo plurales») está tomado de una tradición cuáquera basada en el Nuevo Testamento. Los modelos «neoliberales» del liderazgo, por lo tanto, están más cercanos al profetismo semítico que al laicismo auténticamente liberal o volteriano.

Leyendo entre líneas el inicio de Delirio americano, es de notar que en lugar de prefacio o prólogo Granés habla de «instrucciones». ¿No insinúa así una secreta simpatía hacia los tecnócratas? No habría nada de malo en que así fuera. Todo lo contrario. Probablemente sea Granés el primero en sospechar que el artista o intelectual latinoamericano haya realmente ejercido una manipulación política en sus demagogos. No sospecharlo implicaría pasar por alto el a priori técnico o lo que peyorativamente ha dado en llamarse tecnocracia. Si la era de la industrialización dio lugar a la sociedad de masas, los verdaderos detentores del poder ya no son los políticos, ni mucho menos los intelectuales o los artistas. Eran y son, en realidad, los tecnócratas. Los tecnócratas, en lugar de componer poemas o pintar cuadros, calculan sistemas de previsión. Ellos permanecen neutrales ante la oposición bimembre entre comunidad y sociedad, campo y ciudad, burguesía y proletariado, orgánico y mecánico, latinos y sajones, católicos y protestantes. Si la episteme del poder es la matemática, es decir, el cálculo con total objetividad, quienes detentan el poder están libres de valores [wertfrei] (consúltese de Carl Schmitt, La tiranía de los valores, 1979). Ahora bien, ¿qué son los valores…?  Después de las Guerras de religión que asolaron a la Europa del siglo XVIII, la humanidad buscó la neutralidad de la técnica. Pues, según Schmitt, no hay cosa más neutral que la técnica. Ella concilia a todos los pueblos y naciones, a todas las clases y confesiones, a todas las edades y sexos, porque todos se sirven con igual neutralidad de sus ventajas y comodidades. La esfera de la técnica aparece como la esfera de la paz. Tal pudiese haber sido la conclusión de Granés. Una conclusión sobria. Pero él ha preferido insistir en el binarismo barroco (muy hispanoamericano, por cierto), para despachar a la cultura latinoamericana como «delirante».

Para terminar, insistamos en que Granés ha pasado magistralmente revista por la historia política hispanoamericana del siglo XX aun cuando acusa una excesiva ideología o idolatría neoliberal. Pero que no puede decirse lo mismo cuando pasa revista por la historia cultural. Pues la historia cultural hispanoamericana no debería verse como una historia de los cambios de gobierno y de sus disposiciones legales ni mucho menos como una destilación de envidia contra el éxito de la América anglosajona. La polémica tesis que atraviesa Delirio americano, la de sostener que la intelectualidad latinoamericana ha destilado envidia contra la cultura anglosajona, se desmorona como un castillo de naipes si se rompe la estructura bimembre que la sostiene, es decir si se acude a lo que de Granés tanto rehúye: a un auténtico comparatismo (para no hablar de deconstrucción posestructuralista) entre las dos Américas.


CITA BIBLIOGRÁFICA: S. Pineda Buitrago, «Delirio americano», Recensión, vol. 9 (enero-junio 2023) [Enlace: https://revistarecension.com/2023/02/07/delirio-americano/ ]