Vol. 6 / julio 2021
ARTÍCULO / ENSAYO. Autor: Pedro Aullón de Haro – ÍNDICE del vol. 6
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El espíritu del pólemos se diría consustancial a la vida de las formaciones culturales[i]. Las polémicas intelectuales, culturales, o de cualquier otro matiz, sus correspondientes debates y controversias son en realidad parte decisoria del proceso de constitución de las civilizaciones. En términos más concretos, las polémicas localizan un momento fundamental de la comparatística y de ciertas expansiones de aspiración universalista. Se trata en realidad de fenómenos no bien calibrados en este sentido, toda vez que su acentuación moderna, facilitada por la aceleración de los tiempos, ha hecho perder de vista no solo el principio originario sustanciador del fenómeno históricamente determinable como tal sino también sus modos de sucesión y articulación o superposición. Son desde luego diferentes los estratos culturales comprometidos por esta fenomenografía, así como el alcance o irradiación de sus configuraciones.
Es un hecho que la potente manifestación de la autoconciencia de la civilización occidental en general y, en particular, de su cultura intelectual en amplio sentido, define históricamente en las polémicas una de sus realizaciones más efectivas. Cupiera afirmar que las capacidades de la individualidad occidental se encuentran a la base de sus capacidades de confrontación polémica. Pero la progresión de la idea moderna filosófica de sujeto, así como del genio original sancionado por Kant, que subsiste y naufraga sucesivamente hasta alcanzar nuestro tiempo, es paralela a la evolución polémica de una idea de progreso sucesivamente ideologizada y que en su extremo, a manos de la bajeza moral, encalla, si así se pudiera decir, en una inepcia corrupta distintiva de cierta actividad política de nuestro tiempo. Mas así se dio curso a la marcha moderna de los acontecimientos, comenzando con poca inteligencia mediante una orgía sanguinaria y degradante de la “partera de la historia”. Se diría que el pólemos moderno, alimentado en el debate prolongado del “enciclopedismo” francés y la “ciencia marxista”, no podía ser sino ambiciosamente violento. Solo existieron dos grandes excepciones intelectuales fundadas, alternativas difíciles que por supuesto no fueron tomadas en consideración en el decurso imparable de los acontecimientos: el espíritu unitivo de una dialéctica de la belleza como libertad o educación estética, de Friedrich Schiller, y el proyecto hispánico de una ilustración, la universalista, del progreso por medios científico-culturales y no de violencia ideológico-política. El que la opción triunfante se acompañase de la ciencia también se puede entender acompañada de la rentabilidad económica de la guerra. Esas dos alternativas, schilleriana y universalista hispánica, afrontaban y asumían por principio la polémica, pero igualmente por principio cegaban el camino de la violencia y ese era gran parte o una de las claves de su sentido último. Evidentemente, ambas, de distinto modo, fueron denigradas y sepultadas, nada menos que por degradantes y sectarias. En ambas latía la lucidez de la anticipación, la lucidez del intento de dar curso a otro modo de los acontecimientos que habrían de sobrevenir.
Si el pólemos griego proyecta una visión y una práctica finalmente violentadora, bélica, también es cierto que su temperanza corresponde a los modos de aceptabilidad del intercambio sociocultural polemizador, sosegado o no. Si del politeísmo griego pudiera decirse que conformaba una suerte de dialéctica mitológica que relacionaba el mundo de los hombres y los dioses, del cuajo de su argumento surgieron sin embargo dos formas de pensamiento, la de la elevación y la de la unicidad formuladas por la Idea platónica y por la ousía, la sustancia aristotélica, ideaciones que de algún modo habían de sustentar el monoteísmo cristiano en un entorno teológico-cultural en que las virtudes de la nueva religión podían anclar en las subyacentes de origen helénico, de manera análoga a como el misterio de la trinidad anclaba en un pitagorismo del tres a su vez impregnado del sentido del movimiento que acabaría revelándose siglos después en otro plano muy diverso, el de la dialectización mecanicista del hegelismo de las tres formas de la idea.

Homero

Virgilio
La civilización occidental, a diferencia de la asiática, representa a la perfección en sus matrices más profundas el espíritu del dualismo que habría de imponerse en su seno. Este especial y profundo dualismo puede ser contemplado en sus dos más penetrantes resoluciones occidentales, la que podemos denominar ‘esencial’ y aquella otra que especificaremos de ‘histórica’. A estas resoluciones se han de sumar las transcendentes modalidades que denominaré ‘trenzadas’. Me refiero en primer lugar a la resolución ‘esencial’ como doble, o pitagóricamente indiferenciada, visión de un espíritu contemplativo y un espíritu científico. El saber pitagórico de lo indiferenciado, y por demás sus inserciones histórico-sociales, pueden dificultar la determinación de la sustancialidad de este dualismo, pero su ejecución constitutiva no puede ser otra que, digámoslo así, la del número dominantemente contemplativo y la del número en su posibilidad de derivación científica. El dualismo pitagórico, que no es sino el sólido dualismo occidental que en parte acabará definiendo una cultura por principio controvertida y afincada en la escisión de un ‘saber’ distintivamente ‘espiritualista’ frente a un ‘saber’ empírico ‘cientificista’. Al parecer, dentro de la escuela pitagórica hubo lugar a esta fractura, y desde luego presentaba toda la fuerza de los elementos para que así aconteciese. Y si el primer saber serpentea y resurge característicamente en modalidades del neoplatonismo, el segundo se afianzó en las prácticas de una ciencia triunfante que derivó modernamente, sobre todo, en ciencia aplicada como tecnología. En cualquier caso, Pitágoras y su escuela definieron acabadamente esta escisión del ser y su visión.
La resolución ‘histórica’, por su parte, puede determinarse sin duda y con paradigmática plenitud y capacidad de supervivencia en el parangón cultural greco-latino, de las literaturas, pensamiento y artes de Grecia y Roma. Es el par efectivo y simbólico que resume Homero/Virgilio, esa suerte de dialéctica literaria que atraviesa la historia intelectual de Occidente y cuya oscilación define la concepción de las sucesivas opciones culturales. El Arte Poética de Horacio es, para la cultura de su tiempo, la muestra más específica del autorreconocimiento de la superioridad del espíritu griego sobre una cultura romana que fundamentalmente, en el jocoso decir horaciano, enseñaba en las escuelas a sus niños a contar monedas.

François-René, vizconde de Chateaubriand
Si la cultura romana y helenística vivió la superior naturaleza y profundidad homérica, los siglos medios habitaron una práctica gramaticalizada dominada por el texto de Virgilio y el progresivo olvido de la lengua griega que haría reaccionar a la ciencia renacentista y su humanismo de raigambre ciceroniana. El impulso prerromántico y su extremo ejemplo especificado por la Ciencia Nueva de Vico propone y restablece la gigantesca originalidad homérica frente a la poesía de una sociedad burguesa e imitativa. A su vez la posterior derivación, de diferente impulso y más reducida, pagana/cristiana, perfilaría un trenzado que Chateaubriand (El genio del Cristianismo), a comienzos del siglo XIX romantizó confrontando el áspero espíritu del desierto del cristianismo originario, el carácter bíblico, o el espiritualismo medieval frente al brillo de la cultura pagana. Adviértase cómo Hegel (Lecciones de Estética) periodiza, siguiendo la tradición idealista, el mundo griego al que subsigue su quiebra o decadencia y corrupción romana frente a la Edad Media o Romanticismo, que alcanzaría hasta su tiempo.

Georg Wilhelm Friedrich Hegel
La matriz histórica, o histórico-cultural, del parangón, establece por desdoblamiento la matriz general de la continuada polémica de ‘los antiguos’ y ‘los modernos’. Es esta polémica la que traza la base necesaria del esquema clásicos/románticos que funcionaliza y hace manejable para tiempos contemporáneos el referido orden hegeliano, cuya completa dialéctica histórica triádica, fundada en el arte, ahora no nos compete recordar. Pero si el pensamiento romántico, según he explicado con detenimiento en otros lugares, es en realidad poca cosa, una apostilla medievalizante y unos matices de concepto, respecto del pensamiento idealista que lo sustenta, el esquema clásicos/románticos no es sino desdoblamiento por reduplicación de antiguos/modernos y el aprovechamiento teórico del par ingenuo/sentimental de Friedrich Schiller (Sobre Poesía ingenua y Poesía sentimental), esto es: antiguo-plástico-objetivo / moderno-musical- subjetivo: tirada conceptual a la que solo faltaba el elemento léxico ‘romántico’. El hecho es que Friedrich Schiller era un genial y extremado pensador neoplatónico imbuido por el más penetrante espíritu unitivo, espíritu fundado en la práctica teórica de la categoría neoplatónica cristiana del eón, mediante la cual era posible explicar no ya el orden histórico sino el movimiento del sujeto humano y el mero individuo en órdenes reversibles: es el célebre y recordado caso del primer encuentro de Schiller y Goethe, en el cual el primero le espeta o aclara al autor del Fausto, el ser un poeta clásico nacido en tiempos modernos.

Friedrich Schiller
Como si en fuerte tradición iniciática de escuela, Schiller no explicita la raigambre neoplatónica de su técnica teórica, dejándola al albur de quienes leyeren o interpretasen, cosa que ha hecho confundir a gran parte de la filosofía profesional. Sin embargo, el eón neoplatónico de Filón de Alejandría sí será principio de la fórmula explicitada por Eugenio D’Ors (Lo Barroco) como constante universalizada de lo barroco frente a lo clásico, quien a su vez no quiere perturbar argumentos recordando a Friedrich Schiller.

Ulrich von Wilamowitz-Moellendorff
He explicado en alguna ocasión cómo el par nietzscheano (El origen de la tragedia) apolíneo/dionisiaco no es sino una reconfiguración de ingenuo/sentimental. Sea como fuere, la polémica sobre el origen de la tragedia, que enfrentó al joven Nietzsche, junto a Rohde (y después Wagner), frente a Willamowitz-Moellendorff, al menos en parte no fue sino un teatro controlado por los maestros filólogos, por los profesores de aquellos, es decir una manipulación y reflujo de las guerras filológicas. Ese fue el último eslabón de la cadena de las grandes disputas estéticas alemanas, iniciadas por la fuerte controversia entre el clasicista Gottsched y los suizos (Bodmer, Breitinger) explicada por Cassirer (Filosofía de la Ilustración); controversia maduramente reabierta por el Lessing de La Dramaturgia de Hamburgo, proyecto que culmina la creación del teatro nacional alemán, y aquella otra diatriba, tan importante para la teoría del arte y la literatura, del mismo Lessing con Winckelmann a propósito de la posibilidad expresiva del grupo escultórico Laocoonte, que a su vez da nombre, como en el caso anterior, al libro polémico del dramaturgo y pensador. Si las disputas del nacimiento de la tragedia y de Laocoonte son dominantemente esencialistas, en virtud del calado último de su objeto, la de los suizos y la de Hamburgo, piezas sucesivas de un mismo proceso de la construcción del teatro nacional alemán, como sucesión del inglés y el español, son predominantemente históricas.

Friedrich Nietzsche
La relación cultural e intelectual hispano-italiana, permanentemente intensa, ha sido sin embargo observada en la época moderna desde una consideración muy fragmentaria. Es imprescindible observar la dirección de un potente núcleo de pensamiento o tendencias no ya teóricas sino ideologizadas y desde luego no siempre adecuadamente razonadas, las cuales arrancan de una intervención anterior no hispano-italiana. Ello a diferencia de lo ocurrido sobre todo respecto de la discusión ilustrada francesa, que todo sea dicho está requerida de profunda reinterpretación y examen, comenzando por los mimbres y secretos de la propia Encyclopédie, o incluso respecto de las polémicas del barroco histórico, que alcanzan hasta la cuestión de la licitud del teatro. Todo ello es razón a su vez del incremento de la perspectiva apologética tradicionalmente cristiana. La Ilustración, primero, y el periodo romántico, después, fueron entendidos como un definitivo relevo de los valores y expresiones sustentados esencialmente en la cultura románica y en especial hispano-italiana, que se desenvolvió en el envés de las disputas del positivismo y el darwinismo. Pero el hecho es que la relación hispano-italiana incardinó desde finales del siglo XVIII una extensa polémica, de importancia no reconocida en Europa, acerca de la pervivencia barroca y la corrupción del gusto, entre cuyos muchos actores destacan notablemente Tiraboschi y Juan Andrés. Añádase, siguiendo con Andrés y la Escuela Universalista española, de una parte, a Antonio Eximeno y la singular polémica musicológica desencadenada en favor de la ‘expresión’ y contra el matematismo del antiguo arte Acústica; de otra, la discusión acerca de la efectiva transmisión arábiga, defendida por Andrés, del patrimonio textual clásico, opción que se propuso borrar Eugenio Garin unilateralizando la opción de la Academia florentina mediante Crisoloras como si una y otra fuesen excluyentes.
Las oscilaciones de las particularidades beligerantes menores, no echan ya luz sobre el movimiento polemista decimonónico. Tampoco vamos a entrar aquí en las muy conocidas y numerosas guerras literarias posteriores (ni anteriores), más o menos particulares, que desembocarán y proliferarían con el Simbolismo-Modernismo y después las vertiginosas escuelas de la Vanguardia histórica. Estas disputas, vistas en conjunto, superan el aspecto histórico por cuanto dirimen la cuestión esencialista final del arte, su existencia o desintegración, camino que sentenció Hegel pero que de un modo u otro pervive en su proyección o decadencia agónica hasta nuestro tiempo.
Ahora bien, el más portentoso ‘trenzado’ polémico ‘histórico’ y ‘esencial’ es el que corresponde a la extensiva polémica del Siglo de Oro usualmente llamada del Nuevo Mundo y, dentro de ésta, a la correspondiente elaboración filosófica salmanticense (es decir de Francisco de Vitoria, Francisco Suárez y otros). La polémica de ese Nuevo Mundo, tanto por envergadura histórico-política y hasta geográfica como por influyente aplicación del espíritu moral y teológico a esa esencialidad única, es el curso que asumiendo una concepción del ius communicationis crea la legalidad plena del ser humano, ya occidental o indígena del mundo nuevo, el verdadero individuo moderno.
En realidad, el sujeto moderno no es el sujeto de la subjetividad kantiana, que no es sino un sujeto intracultural filosófico, por así decir; ni desde luego es el alma bella ensimismada y artistizada del hastío, que hereda y critica Hegel. El verdadero sujeto moderno, rebosante belleza ética, es el creado por la Escuela de Salamanca, por la dignidad plena del individuo reconocidamente ante sí y ante los otros, todos almas, auténticas partes únicas de lo mismo bajo el criterio de una legalidad razonada que lo sustenta. Esta gran legalidad, esta fenomenografía especial, es una ontología. El que esta gran legalidad dispusiera de un vértice teológico constitutivo dentro del argumento, tuviera un ojo de Dios, nada dificulta ni cambia. ¿Qué otorga a la lógica interna de la construcción de sistema preeminencia sobre el orden del mundo razonado y contemplado? Quien lo desee, sustituya el ojo de Dios por el ojo de la Razón ilustrada o, mejor, del Ser, la belleza del ser. Es la plenitud de la dignidad humanística, no creada por violencia sino por la asunción perfecta de la presencia del otro.
Sin embargo, es preciso subrayar actualmente la existencia de un nuevo orden de cosas. Esto significa para el fenómeno de la polémica y el debate intelectual nada menos que su menoscabo o compleja aminoración como consecuencia del establecimiento de una cultura de la posverdad. La situación posmoderna y poshumanística ha hecho posible, al amparo de los medios de comunicación y la digitalización extensiva en la red, un mecanismo de solapamiento del ser, de lo acontecido y, en consecuencia, de su valor determinable. Es decir, la antigua instancia última, y su poder, de la idea de verdad, teológica por infinitamente neutra e inmutable, ahora ha pasado a residir en la masiva contingencia de las orientaciones constituidas entre la sinergia de los poderes políticos y los medios de comunicación.
NOTAS:
[i] El presente artículo, recién publicado con función de Prefacio en el libro de Davide Mombelli, La polémica hispano-italiana (Madrid, Verbum, 2021), se edita ahora en Recensión de nuevo revisado por el autor (Nota de los Editores).
CITA BIBLIOGRÁFICA: P. Aullón de Haro, “La idea de polémica y su fenomenografía», Recensión, vol. 6, Madrid, Recensión, 2021 [Enlace: https://revistarecension.com/2021/08/30/la-idea-de-polemica-y-su-fenomenografia/ ]