TRAS BABEL: DE LA NATURALEZA SOCIAL DEL LENGUAJE

Vols. 4 y 5 / julio-diciembre 2020 / enero-junio 2021 (Número doble) – ÍNDICE
RESEÑA. Autor: Raúl Díaz Rosales

Moreno Fernández, Francisco, Tras Babel. De la naturaleza social del lenguaje, Oviedo, Ediciones Nobel, 2018, 250 pp. (ISBN: 978-84-8459-750-6)

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14_Tras BabelLa labor investigadora de Francisco Moreno Fernández, catedrático de Lengua Española de la Universidad de Alcalá, ha proporcionado innumerables textos de referencia en los que se puede subrayar la pluralidad de las lenguas y la relación con el contexto social (sirva como ejemplo La maravillosa historia del español, publicado en 2015). En la misma senda de erudición accesible, filtrada en un estilo impecable, se sitúa Tras Babel. De la naturaleza social del lenguaje (obra finalista del XXIV Premio Internacional de Ensayo Jovellanos), el autor se adentra en la explicación de los fenómenos que comporta la desaparición de la quimera de una única lengua: utilizamos diversas lenguas, que cambian con el tiempo y que, incluso en sincronía, se revelan como poliédricas formas de aprehender y utilizar un recurso indispensable para una comunicación efectiva. Este libro aborda en diez capítulos las ideas fundamentales desde las que pensar la lengua como fenómeno social.

En el texto preliminar, “A modo de introducción” (pp. 3-9) Moreno Fernández marca el punto de partida: la lengua como objeto multiforme, dada las diversas aproximaciones que hacia él pueden darse: dialectología, psicolingüística, semántica o sociolingüística, pero también pedagogía, ingeniería o medicina. La propuesta de esta obra es el enfoque sociocultural, “un intento de alcanzar todas las posibilidades que ofrece la relación entre lo lingüístico y lo social, concibiéndolo en un mismo espacio epistemológico, más allá de la forma concreta que adopte y de su desarrollo como materia de investigación” (p. 4). A partir de estas coordenadas teóricas, se despliegan en los capítulos sucesivos sobre cuestiones fundamentales para la comprensión de la lengua.

En “De cómo emerge el lenguaje” (pp. 9-25) se plantea la multidisciplinariedad con que se aborda el lenguaje, en concreto en la búsqueda de conceptos fundamentales: los elementos que caracterizan el lenguaje, su naturaleza, y, por último, las condiciones en que aparece el lenguaje. Así, lingüística, neurobiología, la antropología, entre otras, abordan esta cuestión fundamental en la constitución del ser humano y la construcción social en que se desenvuelve. La importancia de la dualidad cerebro/entorno es patente en las propuestas realizadas por los estudiosos, con figuras clave en la segunda mitad del siglo xx como la de Noam Chomsky, quien, se centra en la facultad del lenguaje, con el concepto de Gramática Universal (que implica una determinación genética). Lo rebaten autores como Michael Tomasello, que afirma que el lenguaje “responde a una adaptación biológica para la interacción social cooperativa y su forma se configura por convenciones creadas dentro de las comunidades culturales” (p. 18), o Daniel Everett, que indica, tras convivir con un pueblo amazónico de Brasil y aprender su lengua, que “el lenguaje es una habilidad cognitiva general y aprendida en comunidad” (p. 19). Las corrientes posteriores de estudio del lenguaje podrán seguir a Chomsky, o ampliar sus límites sin refutar lo esencial, o bien negar su fundamento, cosa que por lo demás ya ha sido realizada, pero en todos los casos la naturaleza social del lenguaje cobra cada vez mayor importancia.

“2. De la difusión y clasificación de las lenguas” (pp. 27-45) se aproxima a la existencia de diversas lenguas, hecho en el que coadyuvan la evolución y diversificación. Si bien son tangibles las diferencias entre lenguas, resulta enormemente complicado conocer los procesos exactos que originan esta situación lingüística, vinculada con la variación lingüística, que puede provocar cambios que generen lenguas diferentes (cultura, sociedad y contexto serán fundamentales). La prehistoria dibujaría, según Mauricio Swadesh, un amplio territorio con un número escaso de habitantes, con un número limitado de lenguas (indoeuropeo, macrocaribe) que irían desapareciendo, expandiéndose, influyendo unas sobras otras y modificándose. Actualmente, se considera que existen unas veinte macrofamilias lingüísticas, a las que se suman familias menores, lenguas aisladas y otras ‘lenguas originarias’ de Australia o de América: entre 6500 y 8000 lenguas, según la fuente consultada (aunque sea compleja la determinación de la lengua frente al dialecto). A esta tarea de organización tipológica ha servido con riqueza la informática, aunque solo trabajan con datos conocidos, lo que es problemático, dada la necesidad de investigación sobre gran número de lenguas aún sin estudiar.

El siguiente capítulo retoma las teorías chomskyanas: “3. De la adquisición de las lenguas” (pp. 47-65) para reflexionar sobre la adquisición y el aprendizaje de las lenguas, cuestión en las que son fundamentales las aportaciones de Chomsky y Burrhus Skinner. El primero (deductivo) propone, a partir del nativismo, el Dispositivo de Adquisición del Lenguaje: la capacidad instintiva que permite que al niño la rápida adquisición y producción del lenguaje, pese a la pobreza de estímulos, lo que obliga a considerar el innatismo como única explicación posible. El segundo (inductivo) propugna el concepto de conducta verbal como un comportamiento cualquiera sometido a la formación de hábitos. Coinciden ambos autores en la desatención a factores ambientales, sociales y culturales, algo que remediarían el constructivismo social de Lev Vygotsky, que interrelaciona procesos psicolingüísticos y contextos sociales, y las aportaciones del grupo autobautizado “Las cinco gracias”, que conciben la adquisición del lenguaje como un proceso que se basa en el uso, lo que incorporando así los conceptos de inmediatez, contexto y frecuencia. A este panorama teórico se sumarían las teorías ambientalistas, con el concepto aculturación, propuesto por el psicolingüista John Schumann (importancia de la distancia social y psicológica del aprendiz respecto a la segunda lengua y lo que representa).

“4. De cómo se relacionan las lenguas con la realidad” (pp. 69-87) bucea en las relaciones entre lenguaje y realidad (y conceptos adyacentes como pensamiento o cultura). En este caso, las disciplinas que se incorporan al debate son la filosofía y la semiótica, al tratar de la forma e interpretación de los signos. Se trata de una materia harto compleja, pues no solo implica saber la lengua, sino que exige al hablante entender polisemias, pragmática o implicaciones (el término implicatura, de Paul Grice, es fundamental). Relaciones —las de lenguaje y realidad— que se explican por la dependencia de una a la otra, por la identidad o la interdependencia, según diversas calas de pensamiento. En cualquier caso, a partir de Wittgenstein se asume que el lenguaje es fundamental para configurar la realidad, en la que pueden tener cabida nuevos códigos (como los modernos emoticonos).

Con la modificación de las lenguas se topa el autor en “5. De cómo varían las lenguas” (pp. 89-107). La variación es consustancial a la naturaleza humana, vinculada a factores externos (no atendidos por el generativismo) entre los que pueden citarse la naturaleza adaptativa y compleja de la lengua, por el equilibrio inestable de su estructura, y, también, por tiempo y espacio y sociedad y entorno inmediato. Así, la geografía es fundamental en la definición del uso de una lengua, aunque fenómenos como la globalización muestren que las lenguas trascienden sus propios territorios.

La modificación de las lenguas como constante se aborda en el sexto capítulo de la obra —“6. De cómo cambian las lenguas” (pp. 109-127)—, que indaga sobre los porqués y los modos de ese cambio. Se han propuesto variadas hipótesis a la primera cuestión: búsqueda de economía en el acto comunicativo, la influencia de la adquisición de la lengua por parte de los niños (variantes fenotípicas que modifican que podrían, en una sola generación, modificar la lengua) y la intervención, siguiendo la metáfora de Adam Smith en el plano económico, de una “mano invisible”. La conclusión es clara: debemos entender los cambios en el lenguaje siguiendo factores psicológicos y sociológicos. Respecto a los cómos del cambio, no menos complejos, observamos cómo desde la segunda mitad del siglo xx se vincula a una interpretación de lo ocurrido, que incluye una perspectiva psicológica, social y cultural, donde ha de tener cabida la interrelación entre lenguas. Y en todo este proceso cumplirá un papel determinante la actitud e ideología del hablante, afirmando o rechazando un cambio que tendrá también una evaluación posterior como progreso o como decadencia, según los criterios de grupos sociales.

A la exposición de los códigos que orientan el uso social de la lengua se dedica el siguiente capítulo, “7. De la vida social de las lenguas” (pp. 129-147). No podemos entender un uso natural del lenguaje que no sea, al mismo tiempo, social, es decir, provisto de un contexto de aparición. En este uso de las comunidades de habla entran en juego elementos de la lengua y extralingüísticos relativos al ser humano, individual y agrupado. Y en la coexistencia de comunidades surge el bilingüismo, que exige un análisis estratificado en distintas esferas (del individuo, de la ideología, geográfica y del Estado) y se relaciona, además, con la diglosia (diferente apreciación de dos variedades o dos lenguas distintas) y el más moderno translingüismo (proceso mediante el que los hablantes multilingües articulan sus lenguas como un sistema de comunicación integrado).

Compleja tarea es la del siguiente capítulo —“8. De la manipulación del lenguaje” (pp. 149-167), que retoma la interrelación de lenguaje y realidad para mostrar las posibilidades de alterar el segundo mediante el uso fraudulento del primero. Se distingue entre planificación (operar sobre la estandarización de la lengua para obtener un beneficio en la comunicación colectiva), llevada a cabo por organismos oficiales, y la manipulación, que, entre otras cuestiones, pretende modificar en ocasiones el estatus de las lenguas, con el propósito de alterar las jerarquías fijadas socialmente por criterios extralingüísticos, aunque en ocasiones pueda revestir un propósito loable (como sería la defensa de lenguas en situación desfavorable). Una nueva época donde la conjunción de posverdad, fake news y redes son el calvo de cultivo más adecuado para la desinformación.

La necesidad de comunicación entre comunidades con distinta lengua se trata en el siguiente capítulo —“9. De la traducción de las lenguas”, pp. 171-186—, con la figura del traductor, que media entre la obra y la sociedad que ha de recibirla en una lengua distinta a la que fue escrita: de nuevo, el entorno sociocultural es primordial en el análisis. Un acto, el de traducción, sobre el que han pesado sospechas de imposibilidad desde lo teórico a lo práctico, dada la propuesta de interpretación del mundo que realiza cada lengua; también es relevante la variación que determina cada acto lingüístico, que hace que sea una tarea hercúlea la del traductor, cuya práctica —la traducción— podría considerarse la verdadera lengua global. Finaliza el capítulo con una defensa de la versión original frente al doblaje, con los beneficios que conlleva.

Con el último capítulo —“10. De la globalización de las lenguas” (pp. 187-205)—, la lengua se sitúa al nivel de tiempo y espacio en la voluntad de unificación. Desde Babel se sueña con un código común compartido que facilita la comprensión, en textos de numerosos autores. Hoy día, no cabe duda de la importancia de ciertas lenguas: la percepción subjetiva general indica como lenguas del futuro español, inglés, chino y árabe, pero parece claro que la imposición de ciertas lenguas supone, en algunos casos un rechazo para colectivos que no necesiten unificación global, cómodos en el dominio lingüístico de su comunidad. Será difícil así considera el inglés actualmente (y cualquier otra lengua futura) como una lengua global, por lo que será la tecnología la que deba servir como herramienta para el reto de la comunicación en un entorno de diversidad lingüística.

Finaliza el texto con “A modo de conclusión” (pp. 9-11), donde el autor, retomando la indagación sobre el origen de las lenguas toma partido “por una interpretación social y cultural de las lenguas, de sus usos, de los entornos en que se desenvuelven” (p. 211). Es desde ese enfoque desde el que es posible hilvanar una lectura completa de los fenómenos que afectan a la lengua.  Un apartado de “Referencias” (pp. 213-236), donde se ordenan las referencias por capítulos, y un “Índice analítico” (pp. 237-250) cierran el libro.

En el texto preliminar, indicaba el autor la voluntad, al realizar su obra: “que el resultado se aproxime a un modesto ensayo sobre la naturaleza social del lenguaje, sobre la lengua y la gente, sobre las secuelas de Babel” (p. 7). La lectura confirma una obra rigurosa, que divulga en el sentido estricto de la palabra, sin ningún matiz peyorativo: la cartografía que proporcionan las páginas permiten entender la complejidad del territorio, y, al mismo tiempo, asumir las bases para la reflexión, en un texto que ratifica la capacidad de Moreno Fernández de desglosar con indudable finura intelectual y una precisión estilística encomiable, el intrincado laberinto que espera al estudioso del lenguaje que se enfrenta, además, a la exigencia de interpretarlo en el doble eje de diacronía y sincronía, apegado a la urgencia que imprime la realidad. Un desafío superado por el autor que lega a sus lectores el disfrute de la obra.


CITA BIBLIOGRÁFICA: R. Díaz Rosales, “Tras Babel: de la naturaleza social del lenguaje», Recensión (Número doble), vols. 4-5, Madrid, Recensión, 2021 [Enlace: https://revistarecension.com/2021/01/17/tras-babel-de-la-naturaleza-social-del-lenguaje/ ]