Vol. 3 / enero 2020 – INDICE
RESEÑA. Autora: Laura Madella
Egido Martínez, Aurora, El diálogo de las lenguas y Miguel de Cervantes, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2019, 152 pp. (ISBN: 9788417873417)
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Aurora Egido, filóloga, catedrática y académica, es autora de una importante y larga serie de monografías sobre literatura y cultura del Siglo de Oro que la convierte en una de las principales figuras de la crítica y la historiografía literaria del ámbito hispánico actual. Ha estudiado sobre todo autores muy relevantes del Renacimiento y el Barroco español, como San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Cervantes, Calderón, en especial Baltasar Gracián…., del que recientemente ha reunido un volumen con sus trabajos dispersos. El reciente El diálogo de las lenguas y Miguel de Cervantes se aplica a la reconstrucción e interpretación de una de las polémicas de mayor preocupación entre la intelectualidad tanto española como europea como consecuencia de la consolidación de las diversas lenguas vernáculas: la cuestión de la lengua. Cuestión ésta que, por presentar implicaciones identitarias (tanto religiosas como nacionales), animó un intenso y prolongado debate en Europa, debate documentable en la época a través de dos grandes sectores de producción: el de los tratados especulativos o doctrinales y el de las producciones de la literatura artística. Ello pone a prueba la finura de la autora, su virtud del ‘diálogo’ con sentido y la aplicación de la razón hermenéutica.
…..Dos son los trataditos objeto de la atención crítica de Aurora Egido, ambos emblemáticos para quienes están familiarizados con la cultura del Siglo de Oro: el Diálogo de las lenguas de Damasio de Frías (de finales del siglo XVI-principios del XVII), precursor de un plurilingüismo convencido; y el mucho más difundido Diálogo de la lengua de Juan de Valdés (1535), uno de los primeros ejemplos de la alineación de la cultura castellana “dominante” con las razones de una lengua que obtiene sus reglas principalmente del uso y no en sentido inverso. Pero el ‘diálogo’ no aparece sólo en el título del libro de Egido como una clave de lectura lingüística de la ficción cervantina. Los cinco ensayos que componen el volumen, representativos de más de veinte años de investigación, dialogan entre sí, como dialogan también las lenguas presentes, de diferente manera, en las dos obras maestras estudiadas, el Quijote y el Persiles. A través de su prosa, finalmente, dialoga Cervantes, narrador-artista, con los grandes tratadistas del Humanismo (Erasmo, Vives, Bembo). En juego está la dignidad del castellano, buscada, argumentada, conseguida.
…..La larga campaña de elaboraciones teóricas llevada a cabo en el siglo XVI para demostrar que el castellano era adecuado para sustituir al latín y representar la cultura de un pueblo, está muy logradamente enmarcada por Egido en una cornisa formada por el primer y el último ensayo (“Erasmo y la Torre de Babel: la Búsqueda de la lengua perfecta” y “Las voces del Persiles”). Además de las claves que ofrecen las reflexiones italianas sobre el tema equivalente (Castiglione, Bembo, Speroni), la autora examina la recepción española del tratado sobre la lengua de Erasmo (1526; trad. La lengua, 1533), del que los contemporáneos derivan el concepto de Babel como confusión y conflicto de contenidos y significados, y no de idiomas. También el castellano puede postularse para ser el “idioma perfecto” del cristianismo, máxime si se considera el papel de liderazgo de los monarcas españoles en el intento de mantener la unidad confesional del país.
…..El potencial (pero no la exclusividad) del castellano como lengua cristiana y pacificadora se despliega en Persiles, la novela un tanto alegórica en que Cervantes trabajó hasta sus últimos días y sería publicada póstumamente, en 1617. Egido señala que el deambular de los protagonistas por una Europa, más antropológica que geográficamente plausible, ofrece también el pretexto para representar, a través de la interacción de los personajes, dinámicas culturales primeramente lingüísticas (traducciones declaradas o implícitas, interpretaciones condicionadas por la moral o los recuerdos, relatos). Y donde la cultura ideal y supranacional (e ideal precisamente por supranacional) se confirma como cultura católica, donde la novela destaca, sin embargo, “no solo en la defensa humanística de la dignidad de las lenguas vernáculas, sino en la valoración de la experiencia que en el Persiles cristaliza con esos viajes que mudan a las personas y cambian su visión de las cosas. En la susodicha línea seguida por el erasmismo y sus corrientes afines, la obra dignifica el mundo bárbaro, tratando de no ser utópica respecto al mundo cristiano” (p. 122). En el momento de su muerte, Cervantes confió a la lengua castellana de Persiles y Sigismunda una misión anacrónica en cuanto a su ambición ecuménica, pero clarividente por la inusual tolerancia con la que se relacionaba con la alteridad cultural.
…..Con su reflexión sobre Erasmo y el Persiles, Egido definió los términos del problema, mientras que los tres ensayos centrales tratan la cuestión del lenguaje articulada por el desbordante Quijote, que, si bien se inscribe en un esquema de investigación estructurado y en cierta medida más previsible que el análisis reservado a Persiles, tiende a monopolizar la atención del lector e imponer este diálogo de las lenguas como modo cervantino dominante, cuyo resultado es el reconocimiento, para la lengua castellana, de una dignidad que va más allá de la simple equivalencia con el latín.
…..En “Cervantes frente a Babel” es explorada la naturaleza de la «torre de palabras» y las lenguas erigida en la primera parte del Quijote. Una construcción de signo positivo, “que afirma[ban] la variedad, dignidad y perfección de todas las lenguas en función de su uso” (p. 48), anticipando en esto la ulterior apertura del Persiles. Las lenguas también se suceden gracias al pretexto del viaje, en este caso interno en su totalidad a las fronteras españolas, y al pensamiento del hidalgo: «La mente de don Quijote descansa como un mapamundi sagrado de sus lecturas que le permite viajar a su antojo y sin moverse». Y es precisamente en la dimensión libresca y sobre todo metatextual de la obra donde Egido identifica los principales nudos del diálogo cervantino sobre la lengua, tanto en la primera como en la segunda parte de la novela (“El diálogo de las lenguas en la segunda parte del Quijote”). Lo que Cervantes dice sobre el francés, y más aún sobre el italiano, lo saca más de la literatura que de sus estancias in loco, y el peso del libro-objeto es tratado con agudeza en el análisis de la biblioteca de don Quijote (I, cap. 6) y de la imprenta de Barcelona (II, cap. 62). Pero el dispositivo más fértil para la cuestión lingüística se revela, para Egido, en la invención del manuscrito del moro Cide Hamete Benengeli, que cuenta la historia del Quijote en árabe y, por tanto, implica una serie de tránsitos interpretativos y traductológicos, significativos porque trazan la relación entre las dos lenguas en su historicidad, pero también, más relevante en un plano literario, porque transmiten intencionadamente una lectura crítica del proceso de traducción: “El Quijote es además un homenaje a la traducción y a los traductores, cuyo papel se considera no solo come un oficio remunerado, sino como un arte equiparable al de la misma creación literaria, con la que dicha traducción se identifica y confunde en el seno mismo de la obra” (pp. 64-65).
…..En la segunda parte del Quijote, casi en sintonía con la creciente conciencia del caballero manchego, Egido localiza una mayor atención en los temas tradicionales del debate humanistíco: la defensa de la lengua materna, la asociación entre cultura-lengua y moral (“la lengua, las virtudes y la hermosura se identifican con la lengua castellana y con la religión cristiana”, p. 83), el latín como objeto de ironía (especialmente el eclesiástico) y a un tiempo como marcador social respetado. Y destaca cómo Cervantes ha transmitido en la segunda mitad de su obra, cada vez más “ansias de inmortalidad” (p. 99), algo secundado por el diálogo de las lenguas: por su dignidad adquirida, el castellano tiene derecho a ser traducido en todo el mundo, y las demás lenguas, aunque no sean universales y cristianas, son sin embargo suficientemente dignas de traducirlo.
…..Pero el “diálogo de las lenguas” es sobre todo aquello que Cervantes quiere que sea. En el análisis de Egido se subraya el artificio técnico de la creación literaria, que a veces se impone sobre el resultado, desprovisto de la “discreción” que debería regir el uso lingüístico. La dignidad del castellano no se conquista, sino que se construye junto con el texto, e igualmente se construyen los vínculos entre los diferentes registros, así como entre oralidad y escritura, mientras que la búsqueda reiterada de la circunstancia verosímil produce lo que Nabokov, al presentar el Quijote a sus alumnos americanos, definió exactamente como su opuesto: una distancia macroscópica de lo cotidiano plausible que desprende una narración de su contingencia histórica y la entrega a la universalidad.
CITA BIBLIOGRÁFICA: L. Madella, “Egido, El diálogo de las lenguas y Miguel de Cervantes”, en P. Aullón de Haro (ed.), Las Escuelas de Salamanca y Universalista, Madrid, Recensión, vol. 3 (enero-junio), 2020 [Enlace: https://revistarecension.com/2020/02/02/egido-el-dialogo-de-las-lenguas-y-miguel-de-cervantes/]