Vol. 8 / julio 2022
RESEÑA. Autor: Santiago Pérez Zapata
Pineda Buitrago, Sebastián, La crítica literaria hispanoamericana (Una introducción histórica), Madrid, Instituto Juan Andrés, 2022, 300 pp. (ISBN: 978-84-123714-4-4)
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Una obra general sobre la Crítica hispanoamericana es un importante acontecimiento. Tampoco es común encontrarse con libros de esta envergadura. Como indica el subtítulo, no se trata de una «breve historia» ni de una «historia mínima», sino de una «introducción histórica» a la crítica literaria hispanoamericana. Esto sugiere que a la fecha efectivamente no existe a la mano una Historia al respecto propiamente dicha, y que lo que se propone Pineda Buitrago es llenar el vacío de tal historiografía proponiendo una suerte de manual. ¿Lo consigue? La pregunta también podría plantearse bajo la duda (muy cartesiana si se quiere) de si realmente hay una crítica literaria hispanoamericana. No hay que olvidar –y Pineda lo recuerda– que José Martí en 1891 puso en duda la existencia de la literatura hispanoamericana hasta que la idea de Nuestra América no cobrara forma en la cabeza de los ciudadanos latinoamericanos o hispanoamericanos.
Hasta la fecha cada cual vive encerrado en una vaga idea de Estado-nación, sin compartir los ideales de la Patria Grande de Martí o Bolívar, como no sea para discursos demagógicos. Aunque si se trata de encontrar una historiografía común para los distintos países hispanoamericanos, tan «plurales» como «belicosos», Bolívar o Martí son piezas tardías de una integración o tronco común que hunde sus raíces en la Conquista y en la evangelización indiana. Es este el primer terreno que tantea el libro en busca de los «escarceos» de la crítica literaria en el siglo XVI y XVII. Tal vez este constituya el primer rasgo original del libro, pues estábamos acostumbrados a que la Crítica (literaria o de cualquier tipo) era ajena o improcedente en el ámbito colonial, por lo mismo que se trataba supuestamente de una sociedad autoritaria gobernada por el rey y por el cura. ¿Es la Crítica un fenómeno originario de la «modernidad», primero de la Ilustración y luego de las revoluciones independentistas? ¿Era realmente improcedente en sociedades coloniales, es decir, del Antiguo Régimen? Llegados a este punto, es de notar que, en el transcurso del libro, tanto en el prefacio al referir el mito de Tifón y mencionar la comedia de Aristófanes en la Grecia clásica, como en el epílogo al enfrentar la tradición hispana con otras aparentemente más «críticas» como la francesa, Pineda Buitrago intenta lanzar definiciones más o menos felices de lo que significa la «crítica literaria». Parece encontrar una buena definición al comienzo, en los «escarceos de la crítica en la era colonial», cuando define la crítica literaria originariamente como el comentario o comento, palabra que evolucionó al concepto y que adquirió en el conceptismo de Baltasar Gracián, en efecto, alturas filosóficas. Pero se entiende la timidez –o mejor sería llamar discreción– de Pineda Buitrago al no ahondar mucho al respecto, porque tal tarea debería quedar en manos de la historiografía literaria peninsular o ibérica, por lo demás bastante mucho más tímida al respecto para relacionar la tradición hispánica con la gran tradición europea. Es de lamentar que Reinhart Koselleck en Crítica y crisis, un libro que Pineda desde luego cita para dar razón de la crítica en la patogénesis del mundo burgués, ignore prácticamente el ámbito hispánico o mediterráneo. Pero mucho más lamentable es que ningún escritor ibérico haya hecho el esfuerzo de llenar tal vacío y de continuar o aplicar los postulados de Koselleck en un ámbito en el que, con todo y la Contrarreforma, se practicaba la Crítica. Apoyándose en un libro ya clásico del español Jesús Castañón, La crítica literaria en la prensa española del siglo XVIII, 1700-1750 (1973), Pineda termina por aceptar que el conceptismo de Gracián acaba en chulería y mala uva, es decir en sátira y burla como reflejo de la decadencia imperial.

Andrés Bello
Aunque desde luego resalta el aporte historiográfico de los jesuitas exiliados en Italia (entre los cuales están Clavijero y Márquez, dos mexicanos), el escarceo o tanteo de la crítica en la era colonial o virreinal no parece dejar muchos frutos. Sor Juana Inés de la Cruz, resaltada por Pineda, parece peñón solitario. En estricto sentido, para Pineda, la crítica literaria hispanoamericana comienza con Andrés Bello en el siglo XIX. La fijación por Bello (ya Pineda le había dedicado una antología y una edición anotada en 2019) le lleva a prestar atención a la tradición «conservadora» de los mexicanos García Icazbalceta y Francisco Pimentel, así como de Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro. Después de reseñar la polémica de Bello con Domingo Faustino Sarmiento, y la del otro argentino contemporáneo al autor de Facundo (1845), Juan María Gutiérrez con la Academia Española, Pineda se ocupa de Cuervo y de Caro con suficiente detalle. Es entendible tal actitud, luego de una larga tradición de «crítica progresista», o liberal, que supone que se puede hacer crítica literaria ignorando la gramática y la filología en sí, pues esta última llegó a su máximo desarrollo durante el siglo XIX, siendo Hispanoamérica partícipe de tal empresa. Por fortuna, Pineda Buitrago advierte este desdén posmoderno, idea que trabaja hasta el subcapítulo dedicado a la filóloga argentina María Rosa Lida.

Pedro Henríquez Ureña
De esta empresa decimonónica, enriquecida a su vez por el krausismo y el liberalismo hispanoamericano de Eugenio María de Hostos, José Enrique Rodó y José Martí (a estos dos últimos Pineda dedica varias páginas), emergen los tres grandes críticos hispanoamericanos del siglo XX, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes y José Lezama Lima. Sobre el primero, Pineda hace notar que nunca abandonó la gramática ni la rigurosa práctica filológica, sin dejar de proyectar al mismo tiempo una sociología de la cultura hispanoamericana con base en el concepto griego de “utopía”, lo cual es evidente en Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1927) y Las corrientes literarias de la América hispánica (1945). Alumno aventajado de Henríquez Ureña, Alfonso Reyes construyó una pirámide crítica-teórica cuya cúspide, si bien es El deslinde (1944), está sostenida sobre La crítica en la edad ateniense (1941) y La antigua retórica (1942), libros a los que Pineda ha dedicado anteriores trabajos académicos. Sobra decir que tanto Henríquez Ureña como Reyes atraviesan todo el libro de Pineda. Por otra parte, Lezama Lima aparece entre los “críticos-poetas” por diversas razones, una de las cuales parece ser la conexión que establece Lezama entre crítica literaria y orfismo, como si la lectura profunda de un texto supusiera un descenso a los infiernos, un acto de “hechizarse” en palabras de Pineda. Las corrientes “neoplatónicas” de Lezama brillan en la oscuridad fríamente “racionalista” de la posterior crítica cubana de Roberto Fernández Retamar, cuyo Calibán (1971-1993) precisamente es una arremetida contra el “arielismo”. Pero los libros de crítica de Lezama ya son otra cosa distinta al arielismo de Rodó. La expresión americana (1953) o La cantidad hechizada (1970), son ensayos, según Pineda, en los que la crítica literaria se enriquece de referencias a la historia del arte y la plástica, en los que los textos (la literatura) dialoga con el paisaje y la geografía. La llamada “cultura letrada”, como más adelante explica Pineda, es lo que más ha hecho falta entre nosotros. Sin cultura letrada no hay posibilidad de imaginar la idea de Nuestra América. ¿Es el desdén posmoderno por la “cultura letrada” una confirmación de que es más democrático el cine o la cultura audiovisual? Según Pineda, Lezama nunca se abandona a la mera “cultura visual”.

Alfonso Reyes
Ahondando en el siglo XX, Pineda desarrolla más ampliamente el problema de los «poetas como críticos», es decir, de Borges, Lezama Lima y Octavio Paz, César Vallejo y José Carlos Mariátegui. La mención de Mariátegui entre los “poetas como críticos” se justifica, según Pineda, porque los textos y reseñas críticas de Mariátegui cobran la temperatura de un poema en prosa, pues el famoso marxista peruano gozaba de una alta voluntad de estilo y poseía la conciencia estética de que un adjetivo bien puesto vale más que una tediosa metodología. Pineda asume él mismo el papel de crítico, sin dejar de hacer historia, cuando lamenta el abandono del método de la filología tradicional, lo que le lleva a desconfiar de aquellas “escuelas” que pretenden explicarlo todo, como la estilística y el formalismo, por consiguiente, le confiere a la crítica de Borges un poder creativo excepcional sin los galimatías de un filosofismo de fórmulas casi pastorales. Borges lanza juicios literarios lo mismo en una reseña que en un cuento o un poema. En su ensayo “Nueve ensayos dantescos” (1982), al hablar de la fascinación de Keats y de Coleridge por el autor de La Divina Comedia, Borges sentenciaba que los “ingleses son devotos del mar y de Dante”. Tal imagen o definición parecen vedadas para los legos. Requieren un lector versado en historia y poesía. Pero no hacen de Borges un crítico literario en el propio sentido de la palabra. Según Pineda, el método de la escuela formalista y estilística exageró sus postulados y pecó de soberbia dogmática al instaurar tales métodos en la educación escolar, no menos soberbia fue la actitud de Octavio Paz al ocultar tales fuentes metodológicas (Paz era un apasionado lector de Jakobson y de Levy-Strauss, insiste Pineda) para decir que no hace falta el método, sino que la crítica consiste únicamente en la “sensibilidad” del lector. Para Pineda la última figura de la crítica armonizada con la filología (con el método) es la argentina María Rosa Lida, la autora de una “Introducción al teatro de Sófocles” y quien en su momento polemizó con el europeísmo de Curtius, reclamándole al gran filólogo alemán la ausencia de judaísmo y arabismo en su visión del medioevo europeo. Para Pineda, María Rosa Lida es la última heredera de la crítica como filología, de aquella que asume la lectura como acto de valor para estudiar una cultura, pues cultiva una crítica que asume la lectura minuciosa, textual, sin dar el salto a otra cosa. Luego de ella, según Pineda, quien prosigue una doble labor de filología y método (es decir, de filosofía) no es el uruguayo Ángel Rama, sino el colombiano Rafael Gutiérrez Girardot.

Lezama Lima
Finalmente, la disolución de las humanidades en estudios culturales, después de las guerras mundiales, va a dar lugar, según él, a la desventura del posestructuralismo hispanoamericano. Considera muy problemática la combinación aleatoria de sociología, etnografía y crítica literaria que señala como característica de los escritores Octavio Paz y Fernando Ortiz. Lo que se impone después de Jakobson es el ejercicio de la lingüística que se declaró arrogantemente antihumanista, es decir, en contra de la historiografía, y Pineda se pregunta si tal antihumanismo estructuralista no se debe, en realidad, al a priori técnico: a la aparición de la radio y el cine sonoro, que hicieron posible la existencia de una “literatura oral” que se supone subyace al acto de toda escritura eliminando en cierta forma la humanidad del escribiente, misma “oralidad” que reclaman Walter Mignolo y antes Cornejo Polar. Aunque este sea un repaso rápido, el libro de Pineda Buitrago sin duda se anima a reconocerse en una tradición que la mayoría de sus colegas ignora, la era colonial y el siglo XIX, para historiar y volver a interpretar un fenómeno tan interesante y necesario como la crítica literaria.
CITA BIBLIOGRÁFICA: S. Pérez Zapata, “Pineda Buitrago, La crítica literaria hispanoamericana”, Revista Recensión, vol. 8 (julio-diciembre 2022) [Enlace: https://revistarecension.com/2022/09/07/pineda-buitrago-la-critica-literaria-hispanoamericana/ ]