RESEÑA. Autor: Sebastián Pineda Buitrago
Vol. 1 / enero 2019 – INDICE
Aullón de Haro, Pedro, y Crespo, Emilio, La Idea de lo Clásico, Madrid, Instituto Juan Andrés, 2017, 368 pp. (ISBN: 978-84-946603-1-3)
.
Este volumen afronta el hecho, a primera vista insólito, de que un asunto tan relevante como el de ‘lo clásico’, tanto en su aspecto de problema general de vida y cultura como en el específico de su categorización teórica en el campo de la Crítica y de la Estética aún no haya sido abordado ni con la propiedad ni con la extensión y profundidad debidas. El Institituto Juan Andrés de Comparatística y Globalización, en colaboración con la Fundación Pastor de Estudios Clásicos, sede por antonomasia de la Filología Clásica en España, organizó en dos años sucesivos, 2014-2015, un doble congreso destinado al estudio de la idea de ‘lo clásico’. Se trataba, pues, de un programa inserto en la corriente moderna de la Historia de las Ideas en su vertiente disciplinaria fundacional de Ideas Estéticas. Lo que ahora se ofrece no es ni mucho menos una compilación de actas sino una obra, como indicaré, muy arquitectónicamente construida, y que nace en buena medida de las disertaciones realizadas y la posterior maduración de las mismas. Sea como fuere, el resultado es el de una obra sin parangón posible en la bibliografía disponible, reciente o pretérita.
La Idea de lo Clásico, libro sujeto a un programa predeterminado, es pues una obra redactada y madurada en equipo y se organiza en tres partes: 1) Fundamentos y orígenes; 2) Disciplinas y artes, y 3) tradiciones y núcleos culturales. Un total de veinticinco capítulos que establecen y cruzan la esfera de lo clásico en sumo grado entendida. También se da justificación de las partes y posibles o discutibles ausencias. Aquí me limitaré a exponer el criterio teórico que da razón esencial del programa conjunto, la simple enumeración de los capítulos de las partes y algún elemento más en el plano histórico del fundamento.
En el prefacio y en el capítulo primero, de sentido y fundamento general, “La ideación de lo clásico”, Aullón de Haro se propone el arduo problema de las categorías estéticas, su tipología, a propósito de ‘lo clásico’, y ello desde la experiencia de haber examinado extensamente en otras ocasiones tanto la categoría central o valor de ‘lo sublime’ como el correspondiente par categorizable de ‘lo clásico’, es decir ‘lo barroco’, en principio concebido por la crítica en tanto categoría de especie histórico-estilística. Aquí se opta, tras muy articulados argumentos, por una opción para ‘lo clásico’, es decir para el par ‘clásico / barroco’, diversa, denominada ‘ontológico-existencial’ y situable no en alguna de esas dos clases reconocidas sino en un lugar intermedio, equidistante por así decir, esto es entre los sumos valores y la categorización de dimensiones estético-periodológicas o histórico-estilísticas. Ello resulta, entre otras cosas, de un argumento que tiene uno de sus principales arranques en una determinación concreta de conceptos filosóficos que Aullón de Haro localiza para acusar de su liquidación al famoso ensayo del heideggeriano Hans-Georg Gadamer, Verdad y método (1960).
Gadamer es duramente criticado en virtud de la liquidación encubierta que efectúa de las ciencias humanas al suprimir dos grandes conceptos de la hermenéutica de Dilthey, “actitud” y “valor”, para abrir paso a un dialogismo conducente a la mera ética de la facticidad, es decir a la superación de la Ética, tradicionalmente asumida por el régimen disciplinar humanístico. De esta manera, asombrosamente hasta hoy casi sin respuesta, Gadamer no sólo disuelve la posibilidad categorial de ‘lo clásico’ sino que en realidad derrumba el edificio humanístico y filosófico, comenzando por la Ética y acabando por la Estética, desintegración necesariamente ejecutada en ambas realizaciones sujetas a vínculo compartido axiológico, a teoría del valor y a teoría moral del sujeto humano. Distinto asunto es cómo, a partir de esa liquidación, en realidad se abre el campo (que por otra parte justificaría así la ausencia de una Ética heideggeriana, la del maestro de Gadamer) a una pseudometodología no sujeta ni a criterio ni principio sino a pura negociación bajo la creencia de que los caminos del ‘cómo está hecho’ suponen la respuesta al ‘qué es’ de toda cosa, sin necesidad de acudir a la axiología, es decir, al campo de los valores. Semejante propuesta, una hermenéutica indiferenciada, según Aullón de Haro, se apodera tanto de la Filología como de la Ética y la Estética a fin de disolverlas, siendo consecuencia inevitable de esta disolución la apertura a los luego llamados ‘estudios culturales’, es decir a cualquier cosa. En realidad, Gadamer sería más funesto que Derrida, pues oculta la sorpresa ejecutada. Para los referidos ‘estudios culturales’, desprovistos de axiología y engolosinados con el ‘giro lingüístico’, el Quijote, a fin de cuentas, podría tener el mismo ‘valor’ que cualquier recetario o baile folclórico. Al convertir el conocimiento sobre el hombre en una técnica o bien en un proceso maleable ajeno a principios, la metodología gadameriana deviene un epifenómeno de las ciencias físico-naturales e ingenierías. La ‘culpa’ del declive de las humanidades, no obstante, no recae sobre los tecnócratas o científicos experimentales sino en gran medida en los mismos, o supuestos, ‘humanistas’, para quienes, siguiendo una lógica neopositivista, estas nuevas ‘humanidades’ actuales superan a las anteriores.
La etimología latina de nuestra palabra “clásico”, según el reconocido helenista Emilio Crespo, en su estudio sobre “Los orígenes de la idea de lo clásico en la cultura occidental”, data de un pasaje de Tito Livio (Historia de Roma desde su fundación 1, 42, 4-13), cuando el rey Servio Tulio dividió a los ciudadanos romanos en seis grupos atendiendo al valor de los bienes de cada uno. En adelante, proletario será el que solamente posee hijos, prole, no bienes ni obras; mientras que el clásico, aunque no tenga propiedades, será quien tenga obras. Puede ser que este componente clasista en cuanto clase o élite económico-social haya sido aprovechado por el marxismo de marras para depauperar la idea de lo clásico. En cualquier caso, etimológicamente hablando, el “arte proletario” es ilusorio. Pues el arte auténtico implica la soledad creativa de la persona, no el gregarismo tribal. Hay quienes, por otra parte, menoscaban la idea de lo clásico como una cuestión occidental o eurocéntrica. Ignoran que en la cultura china –al menos antes del maoísmo y la revolución cultural– lo clásico podría traducirse en la fórmula estudiar/aprender. La lectura del corpus dejado por Confucio y sus discípulos, según Jesús García Gabaldón y Roujun Chen, fue un requisito indispensable para acceder a un cargo público en China y poder ser considerado como una persona culta. Es decir, los clásicos de Confucio se establecieron como eje central de la educación, y se consideró que a través de ellos se transmitían los valores éticos necesarios para ser un buen ciudadano y servidor del Estado.
Para recobrar la idea de lo clásico y, de paso, la idea del hombre, Aullón de Haro hace una operación filológica. En primer lugar, sostiene que la Literatura no es una unilateralidad artística restrictiva de poesía y ficción narrativa y dramática. El “arte” literario atañe a una esfera mucho más extensa, la ensayística, que abre lo clásico a todas las disciplinas. En virtud de esta operación teórico-literaria se hace evidente la existencia de textos clásicos en múltiples materias. Aquí, en este volumen, se tratará sobre medicina (María Victoria Utrera), economía (Ramón Imaz Franco), física (Roberto Dale Validivia), matemática (Paloma Ortiz), música (Alberto Hernández Mateos), artes plásticas (Davide Mombelli) y cinematográficas (David Caldevilla Domínguez). En segundo lugar, si lo clásico es un reconocimiento de una cualidad o valor de un determinado objeto en virtud del significado otorgado por el tiempo, no es el mero reconocimiento de la historia lineal sino el de un tiempo interior que habita o expresa un objeto en sí mismo, al igual que respecto a sus contempladores, aquello que permite que lo clásico sea una actitud del espíritu humano y se halle presente, en consecuencia, en la generalidad de las civilizaciones. De ahí, por necesidad, que otra parte de este libro este destinado a pergeñar lo clásico en los casos, complementarios por dispares, árabe o filipino, si atendemos al capítulo de Isaac Donoso; el caso de la literatura rusa, mediante el capítulo de Natalia Timoshenko; de la literatura alemana, según el estudio de María Rosario Martí Marco; de la literatura angloamericana, según Ricardo Miguel Alfonso, o la italiana, por parte de María de las Nieves Muñiz.
La Idea de lo Clásico me hace recordar, oblicuamente, cómo, en 1977, tras turistear por la Europa de la posguerra, el colombiano Nicolás Gómez Dávila acuñó un escolio que bien podría servir aquí como paradigmático comentario: “Visitar un museo o leer a un clásico son, para las muchedumbres contemporáneas, simples comportamientos éticos.” Para quienes el arte y la literatura ya no tienen lugar ni en sus casas ni en sus vidas, en efecto, los museos y la adquisición de clásicos en ediciones lujosas o de pasta dura –adquisición que no compromete su lectura– confirma la mitificación del aburguesamiento, esto es, la falsa superación del pasado y la no menos falsa superioridad ética y hasta estética en virtud de un presente lleno de artefactos tecnológicos. Bajo la máscara de la objetividad del método científico, las ‘humanidades’ modernas aspiran a que es posible estimar con el mismo rasero una cultura con otra y un pueblo con otro con base en un vago conductismo o actitud ética. Pero desconocen que la apreciación del detalle («el diablo está en los detalles»), base del método científico, lleva en realidad necesariamente a la estética como ontología del todo. En fin, el trato con los clásicos, siguiendo el escolio de Gómez Dávila, sobrevive como un gesto de condescendencia o de un vago comportamiento ético. Pero de hecho continúa representando uno de los elementos fundamentales de toda cultura en verdad elaborada y responsable de sí misma.
La Idea de lo Clásico requiere de un extenso comentario e interpretación pluridisciplinar que no es aquí nuestro objeto. Para nuestro caso, el propósito selectivo se justifica en el intento de discernir el núcleo crítico del programa que la obra despliega.