COMENTARIO. Autor: Carlos Sánchez Lozano
Vol. 1 / enero 2019 – INDICE
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1. Introducción
A nuestro juicio, curiosamente, existen aún diversos aspectos vertebrales por discernir en los campos metodológicos de la comparatística. Estos atañen a multitud de disciplinas, e incluso subdisciplinas y no solo a Literatura comparada, como algunos suelen pensar, pero desde luego también al saber humanístico de la medicina. La medicina, o las relaciones de ésta respecto de otros ámbitos disciplinares, ha recorrido durante el último medio siglo un espacio de representación acaso tan extenso como el acumulado en varios de los últimos siglos.
Hay una lógica dificultad en el posible régimen o jerarquización establecible entre tematolgía e imagología. La reflexión en torno a la “representación del otro” suele llamarse “imagología”, término que resulta una adaptación del vocablo alemán Imagologie. Estas representaciones configuran imágenes culturales que forman parte de una problemática comparatista y tematológica.

J. Frau, La imagen del médico en el arte y la literatura, Madrid, Casimiro, 2016.
Algunos autores consideran la imagología comparatista un área autónoma y por consiguiente separada de la tematología. Sin embargo, es preferible considerar la imagología literaria como subcampo de la tematología, algo perfectamente lógico, pues la imagología se centra en el estudio de la representación de las culturas nacionales en las literaturas, es decir, en el estudio de la “representación del otro” obtenida mediante imágenes culturales plasmadas en un texto que lo “acoge y alberga”.
Las imágenes culturales, como es sabido, se construyen mediante estereotipos, que es una forma elemental de “imagen” y como tal conlleva una definición esencial del otro, se presentan en los textos literarios por medio de unidades sencillas y permiten la realización fácil y rápida de un mensaje literario. Cierta clase de estereotipos proporciona posibilidades narrativas, por lo cual actúan como núcleos culturales y retóricos para posibles desarrollos de la narración.
Por otra parte, a juicio de Pageaux[1], el mito es el estereotipo que creció, no por sí mismo, sino por la capacidad narrativa que un escritor le otorga (de ahí la diferencia entre el estereotipo de D. Juan y el mito de D. Juan Tenorio). El mito, o la figura mítica facilitan el proceso de la escritura, por eso los mitos, los estereotipos y las imágenes elementales puedan ser consideradas como formas peculiares de representación y conocimiento del otro.
De aquí se desprendería que el imaginario posee unos contenidos (una materia, unos temas) y también un mecanismo de actuación y ciertas funciones (lo que Pageaux llama mediación simbólica). La mediación simbólica -dice este autor- obliga a concebir la literatura desde una perspectiva más amplia y según la definición de Northrop Frye: la literatura desempeña hoy la misma función que antaño desempeñara el mito, puesto que ella pertenece al mundo que el hombre constituye y no al mundo que ve.
Desde esta perspectiva teórica -siempre según Pageaux- conviene discriminar en el estudio de la literatura tres niveles fundamentales:
….1º.- Social, histórico, cultural e ideológico. Este es el nivel de los escritores, de las escuelas y de los movimientos.
….2º.- Estético o morfológico o estructural. En este nivel imperan los métodos llamados narratología, estructuralismo, y en general toda clase de formalismos.
….3º.- Aquel en que la literatura se percibe como un “sistema simbólico”. En este tercer nivel el texto se presenta esencialmente como un conjunto de temas. Este nivel se relaciona con el segundo nivel, pues el tema es el elemento que prioritariamente contribuye a estructurar el texto (tema como materia o Stoff) estos temas o temática pueden ser estudiados de modo sincrónico, pero también diacrónico y entonces pueden ser valorados como metáforas culturales que expresan, dentro de un proceso histórico y cultural determinado, un aspecto esencial de la vida del hombre, así como metáforas existenciales (Daseinmetaphor, Hans Blumenberg).
Si la imagología, podríamos concluir por nuestra parte, trata del análisis de imágenes y estereotipos, para lo cual suele construirse un personaje tipo representativo, entonces resulta clara su pertenencia a la tematología comparatista y dentro de ésta al grupo específico del estudio de los tipos. Interesa pues destacar el nivel segundo (morfológico) y tercero (sistema simbólico) de la reflexión sobre imagología del profesor Pageaux, por cuanto en estos niveles tiene lugar la realización temática.
A pesar de la fortísima tradición, como después se verá, de estudios literarios o humanísticos relativos a la medicina, la comparatística, sin embargo, no cuenta a este propósito con un gran haber.

M.V. Utrera, Poéticas de la enfermedad en la literatura moderna, Madrid, Dykinson, 2015.
En España los estudios comparatistas de medicina y literatura obtuvieron un excelente impulso gracias al profesor Esteban Torre, de la Universidad de Sevilla. Éste organizó entre el 2001 y 2006 un Simposio Interdisciplinar de Medicina y Literatura, fruto del cual han resultado 6 volúmenes de Actas. La profesora María Victoria Utrera ha estudiado recientemente la génesis de la enfermedad considerada a su vez como metáfora característica de la poética moderna[2], además de realizar una magnífica síntesis acerca de la relación medicina y humanismo[3]. Juan Frau, autor de una suerte de antología, más que notable, sobre la imagen del médico en el arte y la literatura[4] que me propongo sintetizar aquí en sus aspectos temáticos. Evidentemente son los géneros narrativos, la novela, el gran campo de la representación tematológica del médico como personaje y de la enfermedad como materia.
En lo que sigue me voy a limitar a la exposición en dos epígrafes de, primero, las claves de la relación humanística de la medicina, según Utrera, seguidas de los aspectos temáticos del libro de Frau; en segundo lugar, expondré brevemente mi investigación de la imagen literaria del médico a partir de las obras de Pío Baroja y Thomas Mann. Esto último tendrá un desarrollo amplio y debidamente articulado en una monografía tematológica actualmente en preparación. No podemos omitir aquí una de las grandes cuestiones, quizás la gran cuestión de fondo, que consiste en la relación Ética-Medicina. Sabemos que la profesora Utrera publicará próximamente un monográfico elaborado en equipo con el título de Medicina, Ética y Literatura en la serie Metodologías Humanísticas en la Era Digital [5].
Al final ofrezco en un Apéndice, por razones tanto de rigor metodológico como de ilustración informativa, la lista completa de personajes médicos y su localización en las diferentes obras de Baroja.
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2. De las claves de la relación humanismo – medicina a la tipología del médico en las artes (Utrera y Frau)
Según la profesora Utrera, a quien sintetizo sin comentarios por mi parte, la medicina renacentista no es ajena a los planteamientos del humanismo, cuya base reside en la idea de que toda cultura y toda civilización han de fundamentarse en el lenguaje y su conocimiento, de ahí la importancia concedida a la gramática y a la elocuencia. Este interés compartido entre los humanistas y la medicina por las lenguas clásicas queda de manifiesto en la edición, estudio y cometario de libros científicos, como los de Hipócrates o Galeno, Teofrasto o los tratados naturales de Aristóteles, que tienen una importancia básica en la morfología biológica posterior. Además, el médico, como hombre valioso capaz de remediar la enfermedad, adquiere un lugar en la sociedad que lo abriga, en su posición de prestigio intelectual, al conocer otros ámbitos no estrictamente médicos.
Ya en la Edad Media, San Isidoro de Sevilla, en sus Etimologías, entiende que si la medicina ha de ocupar un lugar privilegiado entre las artes es porque reúne diversas teorías y conocimientos ajenos. Así, el médico debe conocer y dominar la retórica para hacerse entender adecuadamente. Pero no únicamente este aspecto práctico de los saberes humanistas, pues fue precisamente Aristóteles hijo de médico quien utilizó el término catarsis, tomado de la medicina, para aplicarlo a la acción benéfica que los textos literarios ejercían sobre los espectadores.
Siguiendo el ejemplo aristotélico – siempre según Utrera – la equiparación catártica de medicina y de literatura fue defendida por otros teóricos del Renacimiento, caso por ejemplo Minturno, Robortello o López Pinciano, el cual afirma que Apolo fue médico y poeta, por ser estas artes tan afines que ninguna mas; o Cristóbal Suarez de Figueroa que aclara en Varias noticias importantes de la humana comunicación (1621) que Orfeo cura la enfermedad a través de su arte. Esta vinculación también alcanza a otros aspectos de las poéticas de los Siglos de Oro. En este sentido, la relación más explícita proviene del ámbito creador, cuando se explica la creación artística teniendo en cuanta la fisiología del escritor. Huarte de San Juan, por ejemplo, une la imaginación al color. Esta teoría es seguida por ilustres tratadistas de poética, caso por ejemplo de Luis Alfonso de Carballo o de Alonso López Pinciano, que ligan color y furor en la facultad imaginativa, muy conveniente para el ejercicio de la poesía.
En otro plano colindante, la relación entre arte y anatomía, ésta se hace patente por las ilustraciones del cuerpo humano. La disección de cadáveres se acordaba con la visión mecánico-estructural del universo y se correspondía con la importancia del desnudo y del conocimiento anatómico en el arte. Idea defendida, entre otros, por León Battista Alberti. Sabido es que la anatomía cobró un importante impulso con la obra De humani corporis fabrica libri septem del humanista belga Andrés Vesalio, su prosa retorica fue también un modelo de estilo en su época.

F. Goya, «De qué mal morirá?», Caprichos (40), 1797-1799
Especialmente ligado al humanismo es el progreso de una incipiente psicología, que ofrece nuevos planteamientos al cambiar la concepción del individuo y al relacionarse con cuestiones no meramente medicas, sino filosóficas y teológicas. Para Laín Entralgo, es Luis Vives el fundador de la moderna psicología, cuya base sería el alma.
Existe todavía un punto más de unión que vincula humanismo y medicina y que se relaciona con la forma de expresión, referida ahora no a un estilo cuidado, en latín o en vulgar, sino a la disposición textual. Aparte de otras formas genéricas utilizadas en la época, son significativas algunos géneros literarios que se emplean para la exposición medica doctrinal y que reflejan la afinidad con los textos clásicos y con el humanismo en general: el dialogo y la epístola.
La decadencia del humanismo, y del humanismo médico, ya iniciada en el siglo XVI, se cumple plenamente en el siglo siguiente. El avance de las ciencias y la especialización de los saberes dificultaban ya entonces que el médico fuera, además de científico, un hombre de letras y que se considerara que el saber filológico y el conocimiento de las lenguas clásicas fueran necesarias en la formación médica.
En esta continua interrelación conviene considerar igualmente la influencia de las ciencias sobre las letras. Así, las teorías evolucionistas se dejan ver en el ámbito no solo científico, sino histórico, sociológico y literario. En el campo literario la influencia es también clara, especialmente en el realismo y, sobre todo, en el naturalismo. En este sentido, Zola asume en su visión de la composición literaria el método experimental derivado de las teorías del fisiólogo Claude Bernard, afirmando que las palabras médico y escritor, ambos observadores de la realidad, son equivalentes. Ciertas enfermedades entran de lleno en las obras literarias, constituyéndose en temas característicos de época, como, por ejemplo, la hidropesía en los poetas del Siglo de Oro español o la tuberculosis en los siglos XIX y XX por no hablar de los trastornos y las enfermedades mentales, los mismos médicos se convierten en tópico literario. Finalmente, la revalorización del sujeto a finales del XIX y principios del XX facilita la aparición de un nuevo humanismo en el que pueda situarse el psicoanálisis y sus derivaciones.
En el estudio de Juan Frau, que en los siguientes parágrafos me restrinjo también a sintetizar casi sin comentarios por mi parte, el término imagen es entendido en su doble vertiente de representación física visible y representación mental, en ambos casos referida al médico y contemplando todos sus valores sociales, ideológicos y simbólicos. Su autor ha pretendido conformar un corpus relativamente reducido de obras de la cultura occidental con el fin de mostrar los aspectos mas significativos de la imagen que del médico construyen el arte y la literatura, especialmente las artes plásticas, pues son más abundantes las imágenes procedentes de la pintura y del grabado que de las obras literarias. En éstas resulta más amplia la presencia de la enfermedad que del médico. No obstante, el médico resulta un personaje muy apropiado para encarnar las insatisfacciones del existencialismo y dar voz a la cosmovisión desencantada. Se ha de tener en consideración que el límite del trabajo de Frau se encuentra tanto en el alcance de su posible valor divulgativo como en el alcance de su valor como monografía.
En definitiva, como indica Frau: “no hay arte de la imagen o de la palabra que no dedique una parte de sus obras al médico, ya sea desde una perspectiva institucional o desde la subjetividad del artista, represándolo como actor importante de la sociedad o en la esfera de lo privado, como luchador por la dignidad del ser humano o, incluso, como victima de la enfermedad”.

V. Van Gogh, Dr. Paul Gachet, 1890.
Al margen de que las primeras representaciones puramente artísticas que protagoniza el médico están vinculadas al mito; en general, y por lo que respecta al tratamiento que el arte y la literatura reservan a su figura, encontramos una convivencia entre un tratamiento que a veces resulta descriptivo y de corte más o menos realista y otras idealizado junto a una visión jocosa y satírica que abunda en la poesía epigramática, los grabados y los lienzos caricaturescos.
Por lo que respecta a los símbolos convencionales de médico los fundamentales son: la redoma, el anillo de grandes dimensiones que se lleva en el pulgar, el bastón, la toga y la peluca.
Frau despliega la imagen del médico en siete grandes temas:
I. Tema de la caricatura del médico.
En la órbita del médico se encuentran personajes de menor prestigio social como el barbero, el boticario, el albéitar, la matrona o el charlatán; todos ellos son objeto de sátiras literarias y pictóricas, sobre todo el barbero. Dos son las posibles causas aducidas de la abundancia de representaciones satíricas: primero, el intento de exorcizar a la muerte mediante la carnavalización, pues las intervenciones del médico suelen producirse en un contexto en el cual ronda la muerte y, segundo, toda chanza surge de la manifestación de un espíritu irreverente y subversivo, que encuentra en la figura del médico su mayor enemigo: la autoridad.
Se citan tres obras donde resulta posible rastrear, durante la Edad Media, la visión satírica: La nave de los necios (1494) de Sebastián Brant, el libro undécimo de la Antología Palatina; y el Libro de los estados de Juan Manuel. Después de la Edad Media, y durante los siglos XVI y XVII, la visión satírica del médico experimenta una reactivación en la comedia, género especialmente proclive a la critica y la caricatura, y en la novela picaresca. La agudeza barroca se ensaña de manera magistral contra los doctores en medicina, tanto en la lírica como en la prosa narrativa o filosófica (Gracián o Quevedo). Durante el siglo XVIII, la vena satírica no se extingue (Jonathan Swift o Torres Villarroel). Y finalmente, durante los siglos XVIII y XIX la proliferación de prensa almanaques, panfletos, boletines y revistas de humor, constituyen un excelente caldo de cultivo para el arte de la caricatura de la figura del médico. En esta época tampoco se libran de la sátira los hechos históricos, como la campaña de vacunación llevada a cabo por Jener.
II. La imagen institucional.
Desde un punto de vista temático, lo contrario de la sátira es la idealización y esta se concreta en la imagen institucional. Suele haber una relación directa entre la proliferación de estatuas e inscripciones lapidarias y una clara conciencia patriótica, pues sin duda los avances y descubrimientos de la medicina tienen una repercusión inmediata y sus beneficios son tangibles: salvan vidas.
El reconocimiento público del médico se manifiesta en medallas y monedas conmemorativas, así como en monedas de curso legal y sellos postales. Sin embargo, el medio preferentemente empleado resulta la estatuaria, seguida de la pintura, y como subcampo de grandes dimensiones, la pintura mural.
III. Tema de los trastornos psicológicos, temática que el autor titula “De la piedra de la locura a las cadenas de la Salpêtrière”.
Resulta muy destacable en el arte y la literatura el repertorio de locos. Sin embargo, el concepto de la locura o folía tiene límites muy imprecisos y variables a lo largo de la historia. Se trata de un concepto que excede lo patológico, y que engloba las diferentes formas de la disidencia y del comportamiento excéntrico o tan solo diferente.
En pintura destaca el conocido tema de la litotomía o extracción de la piedra, asunto predominantemente satírico de grandes variaciones y diferencias en los elementos, las simbologías y el significado, aunque hay algunos constantes, como la intervención de un médico y la incisión en la frente. Esta función también la suele desempeñar un barbero, cirujano o charlatán. Son múltiples las interpretaciones que suscitan, desde las que defienden que se trata de una crítica social de carácter costumbrista, pasando por las que observan el reflejo de una práctica médica o de índole psicológica: la extracción de la piedra como símbolo de la castración, o la inhibición del deseo con el propósito de reparar o prevenir los excesos de la lujuria. Aparte del potencial simbólico -la locura encerrada en una piedra- el motivo tiene una clara vertiente espectacular. Durante los siglos XVI y XVII aparece una variante de la representación del tema de la curación de la locura que consiste en destilar la fantasía del paciente mediante el fuego o el vapor, (Theodor de Bry: El doctor de los necios, Emblemata Saecularia).

El Bosco, La extracción de la piedra de la locura, 1501-1505 (El Prado).
A finales del siglo XVIII encontramos el tema del trato humanitario a los locos, surgen las representaciones del médico que libera a los considerados desechos sociales de sus cadenas y prescribe un trato humano y no animal para estos enfermos. El médico que tuvo mayor reconocimiento expresado en representaciones artísticas fue Philippe Pinel considerado el fundador de la psiquiatría francesa.
Durante el siglo XIX, la fascinación que ejercía el estudio de la mente, así como la coincidencia con el desarrollo de la psiquiatría de ciertas teorías y prácticas que aunaban los misterios de la mente y el espectáculo vertieron sobre las sesiones psiquiátricas de Charcot ciertas sospechas de charlatanería (escritos de hermanos Goncourt y de Leon Daudet).
Otro tema asociado a la folia es el “mal de amor”, o insania amoris. Los ejemplos literarios son innumerables y se remontan a la poesía lírica y dramática grecolatina, hasta el punto de que puede hablarse con toda propiedad de un tópico. El tratamiento artístico que recibe este trastorno puede ser serio o jocoso. Pero la figura del médico suele ser el contrapeso de la insensatez del enfermo de amor, y representa la sabiduría y la prudencia. El caso típico se encuentra en el médico Erasistrato, trasmitido por Plutarco y Apiano. Naturalmente, el tema tuvo mayor influencia entre los pintores. En la variante de su representación costumbrista, el médico que asiste al enfermo ignora cual es la dolencia, siendo el observador del cuadro quien tiene que descubrir la etiología, de ahí que en la escena aparezcan motivos como la presencia de cupido, o venus, un gato símbolo del deseo erótico, un laúd o clavecín, valor terapéutico de los enamorados, o una carta sobre un mueble. El tema del “mal de amor” tiene algunos ecos todavía en el siglo XIX, si bien se presenta en tono humorístico.
IV. Tema de las enfermedades venéreas y de exclusión social, temática que el autor titula: “La visita del doctor. La intimidad de los otros”.
La sífilis es la enfermedad venérea de mayor protagonismo en la literatura y las artes, si bien lo más frecuente es, sobre todo en la pintura, que se retrate al enfermo y no al médico.
Lo mismo sucede con otras enfermedades infeccionas que pueden conducir a la exclusión social como la tuberculosis. Ambas se asocian a contextos libertinos y marginales como el burdel y la vida nocturna. Estos temas son predominantes en la literatura, dada la fealdad que conllevaría su representación pictórica, pero también por su componente social propicio a los presupuestos poéticos de la narrativa realista y naturalista (Thomas Mann). El médico en esta literatura encarna una forma de autoridad e impulsor de reformas del sistema sanitario.
Como variante del tema de la visita del doctor se desarrolla la imagen de la compasión y o la humanidad. Este motivo resulta predomínate en las pinturas en las cuales el médico aparece en la cabecera del lecho del enfermo. El motivo sirve de pretexto para recrear el ámbito intimo y familiar del individuo y realzar la figura protectora que se le otorga al médico: una autoridad similar a la del padre con el añadido de la preparación científica.
V. Tema de la muerte, temática titulada en la obra: “El doctor y la muerte”.
El tratamiento narrativo de este tema concede protagonismo a los diálogos que el médico mantiene con los familiares y amigos acerca de la gravedad del enfermo. En pintura, aparece el tema de la autopsia o la disección y tiene lugar cuando ya no se puede hablar de paciente, pues el cadáver que hay sobre la mesa ya no es un sujeto sino un objeto.
En este tema conviven lo académico y lo espectacular. Para empezar, el lugar destinado a las autopsias clínicas se llama teatro anatómico (teatro tiene la misma etimología que teoría, el lugar desde el que se observa). El motivo de la lección de anatomía tiene elementos constantes: suele haber un cadáver sobre la mesa de disecciones, un cirujano principal y también un número variable de asistentes, el cuerpo suele ocupar el centro de la composición y constituye el punto más luminoso, a su lado se encuentra quien imparte la lección. En estas representaciones se observa una identidad colectiva puesta de manifiesto tanto en la forma del vestir como en los gestos y las actitudes, los participantes dirigen su mirada hacia el lugar que ocupa el observador del cuadro. Las lecciones de anatomía aparecen en el siglo XVI, pero durante el siglo XVIII va desapareciendo el sentido de la cofradía; en el siglo XIX el tema se considera únicamente eficaz para realzar la gloria personal del cirujano. Lo preponderante en esta centuria es que el tema del médico y la muerte trate de reflejar los aspectos de la duda existencial que la muerte provoca.
VI. Tema del cirujano en acción. Temática que el autor titula: “En el teatro de operaciones”.
Este tema muestra aquellas situaciones en las que el médico aparece en pleno ejercicio de sus destrezas, es el momento en que se enfrenta a la enfermedad o a la herida en la mesa de operaciones. Las obras pictóricas de este asunto proliferan en el último tercio del siglo XIX y acompaña a la fusión de los estudios de medicina y cirugía. El tema responde al interés por forjar una nueva imagen del cirujano alejada de su estatus subordinado al médico.
El tema del cirujano en acción da paso a uno nuevo centrado en la actividad del médico en el campo de batalla. De este modo, Dominique-Jean Larray fue el cirujano militar que adquirió mayor protagonismo en las escenas de las guerras napoleónicas.
En el siglo XX continúan las pinturas cuyo tema es la operación quirúrgica, pero ahora se plasma la admiración que siente el individuo ante la tecnología, realizándose una apología de los nuevos medios terapéuticos. En estas pinturas predomina la blancura de las batas y no se aprecia rastro de sangre.
VII. Los retratos de médicos.
El capítulo estudia el retrato individual que el médico encarga o que el artista realiza por propia iniciativa. El retrato pictórico de médico conoce su mayor auge en el periodo que va desde el Renacimiento hasta los inicios de la fotografía. Los hay que tienen por escenario el lugar de trabajo, otros el ámbito doméstico, o el espacio público, en algunos abundan los motivos o símbolos de la medicina y en otros no es posible saber el oficio sin conocimiento previo de la persona. Los retratos a veces presentan perspectiva idealizada y otras realista. La colección temática de retratos no es insólita, Frau cita el ejemplo la obra que Joannes Sambucus publicada en 1574 titulada Icones veterum aliquot ac recentium medicorum philosophorumque elogiolis que contiene 66 grabados de rostros de médicos y filósofos celebres de todos los tiempos.

G. Vallín (ed.), Enfermedades, médicos y pacientes en la literatura, Vigo, Academica Editorial del Hispanismo, 2018.
El médico que posa para un retrato lo suele hacer por orgullo profesional, en este caso se incorporan al retrato elementos que aluden claramente a su oficio. En la pintura del siglo XVII conviven varias tendencias a la hora de retratar al médico: pintura gremial o colegiada; retrato individual por encargo; o retratos que transmiten una imagen ideal del médico. El siglo XVIII no aporta grandes novedades a la temática. Durante el siglo XIX gran parte de los retratos de médicos surgen de la amistad o simpatía entre el artista y el médico. Los retratos del siglo XIX tienden a mostrar al médico seguro de sí mismo y plenamente adaptado a la vida burguesa. La época de esplendor del retrato médico va del siglo XVII al XIX. Sin embargo, el siglo XX también ha ofrecido notables oleos dedicados al médico. Es de observar que este capítulo dedicado al retrato, pese al enunciado general del libro que lo integra, y de otra parte a pesar del valor meramente introductorio que cabe otorgarle, es el menos desarrollado tanto en materia teórico-pictórica como teórico-literaria y objetualmente artística.
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3. La representación del médico en la obra de Pío Baroja y Thomas Mann
Puedo afirmar que son muy pocas las obras de Pío Baroja en que no se representa, se debate, califica o entromete la figura del médico. La figura del médico transita permanentemente por las obras de Baroja; su nómina de personajes médicos resulta abrumadora: véase nuestro Apéndice al final de este epígrafe. Si se me exigiera seleccionar de tan vasto elenco una muestra, seleccionaría la imagen típicamente barojiana del “mal médico” que encontramos en El árbol de la ciencia (1911). En la segunda parte de esta obra aparece un médico, “vejete ridículo”, titular de una sala del Hospital de San Juan de Dios en Madrid, un centro asistencial de la época donde se atendía a las mujeres enfermas de venéreas, mayoritariamente prostitutas. Baroja ha establecido aquí una confrontación de personajes: el médico, en sentido genérico y las prostitutas. Ahora bien, el cariz moral positivo del médico, en principio el personaje que debiera ser el portador de los valores éticos, resulta en ésta confrontación desplazado hacia las prostitutas, que aparecen de este modo ensalzadas, al quedar al descubierto su doble sacrificio, uno frente a la hipocresía social, que aun bajo la aparente igualdad que proporciona la legalización de la prostitución, permite la esclavitud de éstas mujeres, y otro frente a la inútil y estúpida crueldad del mal médico, que “aunque no sabía gran cosa, quería darse aire de catedrático, […] lo miserable, lo canallesco, era que trataba con una crueldad inútil a aquellas desdichadas acogidas allí, y las maltrataba de palabra y de obra” (II, 471). Este mal médico con su comportamiento desvirtúa su propia labor y la encomiable función, no por paliativa menos necesaria, de la atención hospitalaria ejercida sobre este colectivo de mujeres. La gran sensibilidad de Baroja para con el sufrimiento le conducía a un lírico entusiasmo por la ciencia que, en su opinión, ha contribuido a aminorarlo, y por eso son las ciencias auxiliares de la medicina, más que las matemáticos-físicas, las que reciben lo mejor de su admiración. “Pero nótese que el cientifismo de Baroja nunca rebasa los limites de lo razonable y jamás se convierte en una pseudo-mística”[6]. Lo que acrecienta a sus ojos el valor de la ciencia es precisamente el haber conseguido un avance efectivo en conocimientos y en resultados prácticos, mientras que todas las religiones y filosofías han sido incapaces de dar una explicación indiscutible del mundo, y, lo que es más importante aún para nuestro autor, no han dado un paso en la perfección moral del hombre. De ahí la dureza en la caracterización moral de este servidor de la ciencia médica.
Los personajes médicos creados por Thomas Mann resultan igualmente notables, si bien no tanto por su número[7] cuanto por la intensidad alcanzada en ellos. Valga un ejemplo referido a la fría percepción médica de la enfermedad. En Doctor Faustus (1947)[8], Serenus Zeitbloom, amigo de Adrián Leverkühn, visita a un niño enfermo de meningitis, el pequeño Neponuck, sobrino de Adrián, al que todos llaman Echo. La atmosfera de la habitación se describe escuetamente: “A pesar de estar abiertas las ventanas, reinaba allí la atmosfera de las habitaciones de los enfermos, saturada de medicamentos, cargada, desabridamente limpia” (p. 601) Y Serenus, inevitablemente piensa que allí se esta “cumpliendo el destino”, pues si bien la vida conduce de modo natural a la muerte, ahora se estaba cumpliendo algo más, ya que la muerte del niño ha sido prescrita por otra voluntad, la de Satán, el cual había decretado sobre Adrián su absoluta renuncia al amor, como condición previa para acceder a la estimulación de su genialidad creativa. Adrián había tomado un gran cariño a su sobrino, y debe sufrir la consecuencia en la muerte de Echo.
Neponuck tiene cinco años de edad, se describe: “acostado de lado, hecho un ovillo, con los codos en las rodillas. Con las mejillas muy coloradas, hacía una inspiración profunda, y la siguiente inspiración se hacía esperar largo espacio” (p. 601). El narrador matiza: “cosa horrible de ver”, y los lectores pensamos, “cosa horrible de leer”, en efecto, la descripción de Mann es tan certera que la lectura del párrafo despierta en el lector una gran piedad hacia el sufrimiento del niño. Sin embargo, el doctor Kurbis, el médico que asiste al niño Neponuck, se mantiene sereno, escucha los gritos agudos del niño: “grito “hidrocéfalo” típico, contra el cual el médico se halla más o menos armado, precisamente porque lo considera no extraordinario, pues como indica el narrador: “Todo lo que es típico comunica frialdad de ánimo, sólo lo que se comprende de un modo individual, lo pone a uno fuera de sí” (p. 596). Es sabido que los médicos deben eliminar mediante entrenamiento y disciplina la reacción sentimental, no la sensible, a los detalles de la enfermedad y las reacciones de los enfermos, y en este proceso la rutina favorece la serenidad[9].
Mann ha conducido a los lectores a un estremecimiento mesurado al sugerirles imaginar el grito abstracto “hidrocéfalo”, nada cotidiano, del niño. Sin embargo, Baroja, en semejante circunstancia escribirá, “gritos de pájaro” que emitía otro niño enfermo de meningitis, Luisito, el hermano menor de Andrés Hurtado, despertando en los lectores un estremecimiento más agudo, pues todos albergamos recuerdos concretos sobre la intensidad de estos gritos. Por otra parte, Mann dignifica la profesión médica al utilizar la expresión: “Ese es el apaciguamiento sereno que procura la ciencia” (p. 596) y como confirmación irrefutable realiza la siguiente descripción de un “príncipe de la ciencia” una autoridad médica llamada en consulta, el profesor von Rothenbuch:
Era un hombre de alta estatura, de maneras corteses, personalmente ennoblecido en tiempo del rey, muy solicitado y pagado muy caro, con un ojo medio cerrado, como para un examen perpetuo. Desaprobó la morfina porque podía determinar las apariencias de un estado comatoso “que todavía no se había producido”, y no toleró más que la codeína. Manifiestamente, tenía empeño en que el caso se desenvolviese en todas sus fases, correcta e impecablemente. […] Tal vez porque no se encontraba en casa de los padres del niño, sus recomendaciones fueron francas y sin equívocos. La pérdida de conciencia, legítima y no obtenida prematuramente por la acción de la morfina, no tardaría en presentarse, y se acentuaría muy pronto. El niño entonces padecería menos y acabaría por no padecer ya más. Por este motivo, era menester no tomar mucho a pecho los síntomas brutales. Después de haberse dignado practicar por su propia mano la segunda punción, se despidió muy dignamente, y no volvió a aparecer por allí (p. 598).
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APÉNDICE. Lista de personajes médicos de Baroja.
– Julián Aroztegui, médico de Aizgorri, La casa de Aizgorri, (1900) cap. III, V, VII.
– Don Tomas cirujano de Labraz, El mayorazgo de Labraz, (1903) libro I cap. 2.
– Doctor de Diego, médico que atiende a Menotti, Los últimos románticos, (1906) cap. IV.
El Doctor Aracil, La dama errante, (1908) y La ciudad de la niebla, (1909); Doctor Duarte, médico de Coimbra, La dama errante (1908) cap. 29; Schetinin, médico amigo de Wanda Rutney, La ciudad de la niebla, (1909) parte I, cap. 5.
– Ortigosa, médico de Castro Duro, César o nada (1910) parte II, cap. 4,12,17, 19.
– Andrés Hurtado, médico en Alcolea del Campo, El árbol de la ciencia, (1911); José Letamendi, El árbol de la ciencia, (1911) part. I, cap. 8; Doctor Sánchez, médico de Alcolea del Campo, El árbol de la ciencia, (1911) parte V cap. 2,4.; Tomas Solana, médico de Alcolea del Campo, El árbol de la ciencia (1911) parte V, cap. 2.
– José María Recalde, médico acompaña a Shanti Andia en su viaje por Italia, Las inquietudes de Shanti Andia (1911) lib. I cap. 3; El laberinto de las sirenas, (1923) prólogo.
– Egualdus Hollenknid, (Dr. Cornelius) médico de “El Dragón”, Las inquietudes de Shanti Andia (1911) lib. IV.
– Fitzhamer, frenólogo, amigo de Thompson, La ruta del aventurero, (1916) “El viaje sin objeto” cap. 3; Jesús Martín, médico militar de Ondarroa, La ruta del aventurero, (1916) “El convento de Montsant” cap. 4,7.
– Efren Sirok, médico armenio, “Rosa de Alejandría” en Los contrastes de la vida, (1920) cap. 3.
– Oiz, médico vasco que estudia en Paris, La sensualidad pervertida, (1920) parte VII.
– Doctor Iriart, El amor el dandismo y la intriga, (1922) parte I, cap. II.
– Doctor Lacrox, médico militar en Bayona, El amor el dandismo y la intriga, (1922) parte I. cap. II.
– Roberto O’Neil, médico irlandés emigrado a California, heredero de la finca “El Laberinto de las sirenas”, El laberinto de las sirenas, (1923) parte I lib. IV cap 2-4; parte II, lib. I cap. 5,7, y 8.
– El doctor Arregui, médico de Bilbao, amigo de José Larrañaga, El gran torbellino del mundo, (1926) parte I.
– Doctor Haller, médico de enfermedades nerviosas Amigo de Stolz Las veleidades de la fortuna (1926) parte II cap. 2-4; Praetorius, médico militar alemán amigo del Dr. Haller, Las veleidades de la fortuna, (1926) parte II.
– Ferrer, cirujano, amigo de los Mestres, Humano enigma, (1928) parte II, Cap. 9.
– Doctor Metaxa, médico y cirujano del negrero “La aventura”, Los pilotos de altura, (1929) parte III, cap. 4.; Olegaray médico de Elguea que cuida de Federico Temple, Los pilotos de altura, (1929) parte I.; Doctor Mackra, médico y científico, hombre avieso, Los pilotos de altura (1929) parte VI cap. 2-8 y 9; La estrella del capitán Chimista (1930) parte I cap. 3-5; parte II; parte IV, cap. 5.
– Doctor Montoya, médico, atiende a Jaime Thierry, Las noches del buen retiro, (1934) cap. 64, 65, 70 y 73.
– Doctor Basterreche, amigo de Javier Olarán, librepensador y materialista, El cura de Monleón, (1936) parte II, cap. VIII, X, XII, XXII, XXIII, XXIX, XXXV y epilogo.
– Doctor Bidarte, médico vasco residente en Paris, Susana y los cazadores de moscas, (1938) cap. 3.
– Doctor Maas, Laura o la soledad sin remedio, (1939).
– Soraiz, médico, cuenta la historia de Los buscadores de tesoros, (1939) cap. 1.
– Domingo Zubizarreta, médico, Los buscadores de tesoros, (1939) cap. 2,3,6.
– Doctor Descabide, amigo del doctor Bordagain, El puente de las animas, (1945) parte VI, cap. 1,3.
– Doctor Armendáriz, médico de San Sebastián, narrador de las historias de El puente de las animas, (1945); Fermín Ochoa, médico de Recalde, amigo de Armendariz, El puente de las animas (1945) parte I, cap. 1-2 parte II, cap. 1,4 parte III, cap. 1 parte VII, cap. 1,5.
– Durruty, médico oculista francés “una pareja feliz”, en Los enigmáticos, (1948) cap. 1; Doctor Martín cirujano que convence a Sofía para que le permita operar a su hija quien muere en la operación “dos mujeres”, en Los enigmáticos (1948) cap. 5,6.
– Fabre, médico del hospital Laennec, asistente a la tertulia del anticuario Anatol, “Grandeza y miseria” en Los enigmáticos (1948) cap. 1-2 y 13.
– Don Rafael, médico de un hospital, El cantor vagabundo, (1950) parte IV; Sánchez Herrero, catedrático de la Facultad de Medicina, El cantor vagabundo, (1950) parte VI cap. 6.
NOTAS
[1] D. H. Pageaux, «El campo de la imagología: de la imaginería al imaginario», edición e introducción de P. Aullón de Haro (Biblioteca humanismoeuropa.org).
[2] Vid. Mª. V. Utrera Torremocha, Poéticas de la enfermedad en la literatura moderna, Madrid, Clásicos Dykinson, 2015.
[3] Enlace a la biblioteca digital Humanismo Europa Vid. Mª V. UTRERA TORREMOCHA, “Medicina y humanismo” en P. Aullón de Haro, ed., Teoría del Humanismo, Vol., II, pp. 423-464, Madrid, Verbum, 2010.
[4] J. Frau, La imagen del médico en el arte y la literatura, Madrid, Casimiro, 2016.
[5] Vid. https://edicionesinstitutojuanandres.com/2018/11/20/metodologias-humanisticas-vol-1-la-cuestion-universitaria/
[6] J. Alberich, Los ingleses y otros temas de Pío Baroja, Madrid, Alfaguara, 1966, p. 16.
[7] Doctor Brecht, doctor Grabow, doctor Frögmüller, doctor Langhals, Los Buddenbrookc, (1901); Doctor Behrens y doctor Krokovski, La montaña mágica, (1924); el doctor Düssing, Las confesiones del estafador Felix Krull, (1954); Doctor Leander “Tristan” (1903); Doctor Kurbis, Proffesor von Rothenbuch, Doctor Faustus, (1947).
[8] Doctor Faustus (1947), traducción de J. Farran y Mayoral, Barcelona, José Janés, 1951.
[9] K. Johannisson, Los signos. El médico y el arte de la lectura del cuerpo, Barcelona, Melusina, 2006, p. 104.