Vol. 12 / julio 2024
ARTÍCULO / INVESTIGACIÓN. Autor: José Manuel Pons
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El impulso histórico-literario que, en el marco de la de la ciencia humanística de cuño romántico, propiciaron las primeras concreciones historiográficas nacionales, es el que en la depauperada situación actual de los estudios filológicos pensamos necesario reconstruir.
La History of Spanish Literature de Ticknor, como ya explicamos en nuestro anterior trabajo[1], daba forma por primera vez a una visión completa y documentada de la historia de la literatura española, en el cual una metodología y bibliografía avanzadas, avaladas por un exigente trabajo de erudición, permitían determinar el papel relevante de la obra del bostoniano en la fundación del Hispanismo anglosajón, sector de la ciencia humanística al que dará proyección disciplinar internacional. Se trata de una obra en gran medida deudora de los presupuestos del Romanticismo alemán, a partir del cual los conceptos de nación, historia y literatura, estrechamente vinculados, determinarán parte importante de los trabajos de historiografía literaria del siglo XIX. Si bien la gran mayoría de estos trabajos arrancan del ideal herderiano de reconocer el Volkgeist o espíritu del pueblo en la literatura de cada nación, será la concepción explicitada de esos valores definidores de cada nación, así como de la concreta operación historiográfica, aquello que sobre todo diferenciará unas historiografías literarias de otras dentro de lo que se ha venido en llamar “historiografía romántica”. Es decir, las distinciones se fundamentarán en las diversas resoluciones de parte, o sectoriales, pues en realidad la historiografía romántica no fue técnicamente sino una recontinuación de la dieciochista.
Ahora se asiste, como nunca antes había ocurrido, a un incremento de textos programáticos, metateóricos, de naturaleza historiológica, política y literaria, que diríamos prologan las propias obras historiográficas. No obstante -según dejamos avanzado- la reflexión estética en sentido moderno, presente ya de alguna forma en Bouterwek, será aplicada señaladamente a la elaboración del proyecto de la historiografía literaria en estrecha relación filológica por Milá y Fontanals, y posteriormente su discípulo Menéndez Pelayo, definiendo las grandes consecuciones historiográficas del siglo XIX. Al final de nuestro trabajo volveremos sobre esto, que se ha tratado persistentemente de encubrir (al igual que en el caso anterior la fundamentación dieciochista) siendo muy relevante a fin de entender la verdadera y novedosa aportación hispánica al estudio de la historia literaria y la estética.
El carácter pionero, y el éxito de difusión que acompañó la History de Ticknor ayuda a entender, principalmente por su declarada actitud de oposición al texto del bostoniano, las propuestas de historia de la literatura española que fueron apareciendo a lo largo del siglo XIX. Algunas de las más importantes son las que vamos a describir en lo que sigue, pero, antes, el asunto requiere una breve reflexión sobre las patologías de su naturaleza romántica, cosa que ayudará a entender la especificidad de la propuesta española.

La historiografía romántica lleva aparejadas varias anomalías que cabe contemplar, y de la que no es asunto menor el carácter restrictivo que el propio ideario romántico imprime tanto al hecho literario, considerado unilateralmente en la tradicional tríada artística, como al aislamiento al que somete al objeto artístico concebido exclusivamente en su contexto nacional. El supuesto comparatismo que se derivaba de identificar lo propio nacional como manifestación identitaria que lo diferencia de lo ajeno, extranjero, sin embargo no condujo a la realización de obras historiográficas que permitieran entender las literaturas nacionales en el contexto lógico de la literatura universal, a pesar de que en el caso español se contaba con el precedente excepcional de Juan Andrés, cuyo Origen, progresos y estado actual de toda la literatura suponía la primera Historia universal de las Letras y las Ciencias, escrita por un solo hombre en el siglo XVIII, y, por tanto, ofrecía de manera sistemática y completa un “estado actual” de la literatura mundial en la coherencia de sus partes, ya en 1780. Diferente asunto, pero que no deja de ser explicativo, es que el mismo Juan Andrés, pasado el tiempo, y permaneciendo exiliado en Italia, escribiera también, de forma tan breve como ejemplar, la primera Historia de la Literatura Española en sentido moderno, La literatura española del siglo XVIII (publicada en la primavera de 1804 en la revista florentina L’Ape), sólo recientemente recuperado y reconocido por la historiografía[2]. Ese mismo año es en el que Bouterwek publica en alemán su Historia de la literatura española antigua, considerada como la primera historiografía literaria española, a pesar de que en diversos lugares Aullón de Haro fuese dejando inútilmente constancia bibliográfica del texto de Andrés[3], lo cual explica bien tanto el estado general como los errores, a veces muy graves por omisión de los estudios dieciochistas hasta el presente. Por su parte, los editores modernos de la obra de Bouterwek[4], han podido explicar cómo esta es un eslabón más del proyecto colectivo, dirigido por el teólogo y orientalista de la Universidad de Gotinga Johann Gottfried Eichhom, de crear una Historia de las artes y las ciencias desde su restablecimiento hasta fines del siglo XVIII, con el fin de ofrecer una alternativa, entre otras, a la obra de Juan Andrés, y de la cual acaba siendo, en cierta medida, reflejo. Lo relevante aquí es que la concreción historiográfica autónoma, Historia de la Literatura Española, que resulta ser la obra de Bouterwek, y aun los parámetros románticos que la definen, es concebida y sólo comprensible en su contexto universal y, por tanto, como resultado de un ejercicio comparatístico previo.
Como es bien sabido, Ticknor asistió a los cursos de Bouterwek y la obra de éste influyó notablemente en la elaboración de su propia Historia de la Literatura Española. Por lo que respecta a nuestro país, y a pesar, insistimos, del precedente universal de Juan Andrés, por demás celebérrimo en su día y después afanosamente sometido a borrado, sobre todo exitosamente en Alemania (por Goethe), de Juan Andrés, llegó a ser utilizado como libro de texto de la Cátedra de Historia de la Literatura de los Reales Estudios de San Isidro en 1786. Será Menéndez Pelayo, a través de su original y avanzadísima Historia de las Ideas Estéticas, resultado del magisterio de Milá y Fontanals, quien establezca el marco adecuado para una resituación disciplinar que igualmente ha querido ser sometida a borrado.

Los conceptos de nación, de identidad, de originalidad, de lo ajeno o extraño, de lo popular frente a lo culto en cuanto manifestación natural del espíritu del pueblo, el carácter educativo de la historia de la literatura, la concepción de las sociedades como idea cultural coherentemente evolucionada en su repertorio o canon, son las líneas directrices de la mayoría de historiografías de cuño romántico, así las de Bouterwek, Sismondi, Ticknor, Schack o Wolf, lo cual también caracterizará a su modo y en el fondo el empirismo descarnado y tan distante de la erudita Historia crítica de la literatura española de Amador de los Ríos (1861-1865), obra de tan grande como flaca envergadura. Los densos y mordaces artículos de crítica literaria que dedicó a la publicación de los diferentes volúmenes de la obra de Ticknor, y que fueron secundados por su discípulo Francisco de Paula Canalejas con otros tantos, auspiciaban una consecución historiográfica más halagüeña. No obstante, y antes de resaltar la peculiaridad historiográfica de Amador de los Ríos, no exenta de grandes hallazgos, conviene señalar que corresponde a Gil de Zárate, con alcance institucional, la primera caracterización de la Literatura española en términos propiamente nacionales, a través de su Manual de Literatura (1844), justo al traducirse al español en 1843 la Historia de la literatura antigua y moderna de Friedrich Schlegel y ya publicado en Francia el Tableau de la littérature au Moyen Âge en France, en Italie, en Espagne et en Angleterre (1830), de Abel Villemain, o la Histoire comparée des Littératures Espagnole et Française de Adolphe Puibusque, en 1843[5]. Gil de Zárate, además, requiere referencia por contribuir preliminarmente al establecimiento en España de la disciplina Estética vinculada a la ciencia literaria, tal como se dará debidamente resuelta en Milá y Fontanals[6].
La Historia crítica de la literatura española de Amador de los Ríos es la primera historia literaria general española escrita por un español en el siglo XIX. Nace, como es sabido, motivada por la ignominia que supone el éxito de la Historia de Ticknor, obra que el cordobés considera, a pesar de la riqueza bibliográfica y erudición de la que hace gala, carente de un plan y método de trabajo que refleje un pensamiento fecundo y dé cuenta fiable de los orígenes de la literatura española y de la lógica de su evolución. Amador de los Ríos, que ya había dedicado sus esfuerzos a editar y complementar la Histoire de la Littérature du Midi (París, 1813) de Sismonde, se muestra ahora, en su Historia crítica, superior a sus antecesores extranjeros en profundidad y exhaustividad, pero, sobre todo, implementando una metodología positivista apenas explorada en España, que será fundamento de parte importante de los trabajos filológicos posteriores.
La particularidad del nacionalismo literario de Amador de los Ríos le lleva a negar la existencia de cualquier influencia externa, oponiéndose de este modo al orientalismo enarbolado por los románticos alemanes e ingleses para caracterizar nuestra literatura, y contribuyendo a enfatizar la individualidad de la literatura española, “la más nacional de las literaturas modernas”. La atemporalidad e inmutabilidad del carácter nacional, además, le lleva a considerar toda manifestación literaria hispana, independientemente de la época (autores hispanolatinos), de la cultura (árabe o hebrea), como de la lengua (latín, castellano, gallego o catalán). Cosa en la cual sin embargo y en cierto modo se adelanta en el tiempo a la marcha historiográfica. De acuerdo con los presupuestos románticos y su mayor dedicación a los estudios medievales, Amador de los Ríos privilegia la literatura popular en la que se puede reconocer de manera más clara que en la literatura culta el espíritu del pueblo, y radica en el ingenium el criterio de valor de toda obra. Liberalismo político, patria y religión definen el constructo que defiende Amador de los Ríos y que encuentra en el teatro aurisecular su manifestación plena y, más específicamente, en Lope de Vega.
Ha explicado Aullón de Haro que en España la historia de la Estética, como disciplina, “aparece vinculada, evitando fracturas y en tanto trasunto romántico, a la Historia literaria, y como historia literaria universal, esto es del objeto general histórico Literatura, en correspondencia de extensión con el fundamento teórico en el que la nueva constitución disciplinar se postula”[7]. Este proceso que supuso el relevo de la Retórica clasicista, y que se da en España con cierto retraso, alcanza su madurez y resolución teórica en Milá y Fontanals, quien epistemológicamente entiende, como no puede ser de otra manera, que sus Principios de Estética son Preliminar del estudio de la Literatura. No es nuestro propósito describir los momentos en los que la historia de la literatura moderna en España corre pareja con el nacimiento de la Estética, sino dejar constancia de un vínculo que define la realidad historiográfica de nuestro país en el siglo XIX, y que desde el temprano texto de Gil de Zárate referido tendrá sus principales manifestaciones en Gómez Arias o Fernández y González, pero también en los hegelianos y krausistas Núñez de Arenas y Canalejas. Sin embargo, y como ya hemos indicado, es Milá y Fontanals quien establecerá esta configuración de manera brillante y esto es la base que permite entender las contribuciones mayores que le subsiguen, sobre todo la obra de su más importante discípulo, Menéndez Pelayo.
De formación romántica, Milá y Fontanals aplicó de manera autodidacta y con grandes conocimientos una metodología filológica moderna, el llamado “método histórico”, a los estudios medievales españoles, en los que la erudición no es sino instrumento para la reflexión crítica y filosófica, que hereda del Romanticismo alemán y a su vez le relaciona con Ticknor para superarlo, del mismo modo que supone una evidente superación de Amador de los Ríos, estableciendo el proceso de documentación detallada, búsqueda y catalogación de fuentes como requisito previo para la interpretación crítica de los datos. Milá y Fontanals destaca como provenzalista, folclorista, medievalista e historiador de la literatura, en general, dado que en este último ámbito dejó apuntada una breve cronología de la historia de la literatura susceptible de ser desarrollada.
Si el impulso romántico constituye el estímulo inicial para el estudio de la Edad Media y sus manifestaciones literarias, la Historia de Ticknor supuso el respaldo científico moderno del que la historiografía literaria española carecía, e impulsó las grandes construcciones posteriores, como fueron las de Ferdinand Wolf, el conde de Schack, Amador de los Ríos, Milá y Fontanals, Menéndez Pelayo, e incluso Menéndez Pidal, en las que se establecían las bases que permitían dilucidar, entre otras, las cuestiones relativas a la naturaleza de los cantares de gesta y su prevalencia cronológica sobre los romances, la influencia extranjera en el nacimiento de la épica o de la lírica popular, respecto de la cual se cuestionaba la relación arabista, y, en fin, la preponderancia en esta etapa de la historia de la literatura popular que permitía validar el Volkgeist romántico.
El venezolano Andrés Bello constituirá, en su periplo chileno, un eslabón fundamental en los estudios medievalistas hispanos, principalmente por su comentario crítico en extenso del Cantar de Mio Cid, interés de juventud que retomará decididamente con la publicación de la History de Ticknor, y desde una actitud de distancia respecto del nacionalismo romántico y de cualquier ideologización. Bello dedica así una serie extensa de artículos, publicados en los Anales de la Universidad de Chile, entre 1852 y 1858[8], en los que, demostrando un verdadero trabajo filológico, “modelo de investigación metódica”[9], aclara las cuestiones más importantes relativas a la lengua y literatura medievales que hacen del Cantar de Mio Cid la manifestación más importante de la literatura medieval española, a pesar de la evidente deuda que establece métricamente con la acentuación francesa. Bello, en medio de la precaria situación que le tocó vivir y que le abocó a tener que prescindir de los medios básicos para la investigación científica, sin embargo, aportó a la filología, según Menéndez Pidal, el espléndido descubrimiento del sistema de asonancias medievales, fruto de su metodología comparatista. De alguna manera, se socavaba la idea romántica tan en boga que identificaba lengua con nación, lo que permitía entender no sólo la génesis del Cantar de Mio Cid y de la literatura medieval toda, sino también, por analogía, la realidad que a las naciones hispanoamericanas nacientes les estaba tocando vivir, a lo que se ha referido Sebastián Pineda[10]. Ticknor tiene en el Bello hispanoamericano la mejor muestra de crítica académica desprejuiciada, pues el venezolano es capaz de reconocer en la History del bostoniano la oportunidad del acopio bibliográfico y biográfico, así como la del juicio inteligente, pero, sobre todo, destaca de ella “la parte histórica, el encadenamiento filosófico de los hechos, la sagacidad con que se rastrean las fuentes, la lucidez con que se pone a nuestra vista el desarrollo del genio nacional en los varios ramos de literatura”[11].

Menéndez Pelayo el más importante discípulo de Milá y Fontanals, es por otra parte el creador del género de la Historia de las Ideas en tanto que Historia de las Ideas Estéticas[12]. Dejar constancia de ello es fundamental, ya que el maestro santanderino no hace sino cumplir un compromiso adquirido con su maestro y mediante el cual daba forma a una construcción historiográfica erigida sobre una base en la que Estética, Historia de la Literatura y Filología configuran una disposición disciplinar perfectamente imbricada. En último término, Menéndez Pelayo pretendía componer la Historia de la Literatura Española que todavía no se había realizado, a pesar de la aparición de obras como la de Fitzmaurice-Kelly, que él mismo prologó, en la medida que se requería de un amplio y ambicioso marco teórico, que propio polígrafo santanderino elaboró con su Historia de las Ideas, pero también con una metodología humanística, en su valor más positivo tradicional, que se presentará hermanada con lo que se ha venido en llamar “crítica integral”, al basar su juicio crítico en la alianza de dos criterios: el histórico y el estético[13]. Como es sabido, Menéndez Pelayo no alcanzó a formar acabadamente el proyecto de la Historia de la Literatura Española, pero fueron numerosos los lugares en que ofreció una reflexión sobre cómo debería afrontarse esta, así en su Programa de Oposiciones a la Cátedra de la Universidad de Madrid de 1878 o el prólogo a la Historia de la Literatura Española de Fitzmaurice-Kelly de 1900, o aquellos en los que él mismo se embarcó y que podrían considerarse partes fundamentales de esa Historia de la Literatura, como son sus extensísimas Antología de poetas líricos, editada entre 1890 y 1908, su Antología de poetas hispanoamericanos, aparecida entre 1893 y 1895, o los Orígenes de la novela, publicada en parte póstumamente (1905-1910), además de los ediciones y estudios que dedicó monográficamente a nuestros clásicos de manera pionera: Lope de Vega, Calderón de la Barca, la Celestina, el Arcipreste de Hita, etc. Nadie había alcanzado jamás a producir tanto y con tanta precisión y valor exegético.
Se ha podido decir, con relativa razón, que la limitación mayor del maestro santanderino consistió en “no haber escrito sino fragmentos descomunales para la arquitectura adivinada pero nunca emprendida de una historia de la literatura española”[14]. Ahora bien, la amplitud del discurso histórico-crítico de Menéndez Pelayo, la calidad del mismo, “su pulsión marcadamente comparatista, su apasionamiento valorativo con un eficaz y siempre atrayente enjuiciamiento estético, su capacidad para descomponer y explicar contextos históricos o estructuras literarias, su respeto prioritario hacia los textos, insertos siempre con realces inéditos e intensamente comentados, fueron decisivos”[15] frente a otro tipo de abordamiento lingüísticamente más especializado, como será el de Menéndez Pidal, por ejemplo, que, si bien permite afrontar a fondo cuestiones relativas a la historia de la lengua, y, por tanto, la comprensión literal de la obra literaria, sin embargo, no cerrarán dentro de lo plausible un entendimiento comprehensivamente pleno del hecho literario.
Menéndez Pelayo no es ajeno a los principios directrices de la historiografía romántica, pero ofrece una concepción más integradora de la idea de nación, del mismo modo que no se deja embaucar por el carácter hegemónico atribuido a la literatura popular en perjuicio de la culta, de la que será su adalid atendiendo a la naturaleza viva de los géneros literarios y a su tradición clásica. El crítico ampliamente humanístico que fue no entiende una historiografía no sólidamente crítica, y así a la rigurosa erudición instrumental de herencia dieciochesca supo sobreponer el juicio estético, instrumento clave para evitar la pesadez y pobreza estimativa que achacaba a la Historia de la Literatura Española de Ticknor.
NOTAS:
[1] https://revistarecension.com/2023/08/01/la-historiografia-literaria-anglosajona-ticknor-1/
[2] https://edicionesinstitutojuanandres.com/2022/04/01/literaturarespanola/ | https://revistarecension.com/2020/02/02/juan-andres-la-literatura-espanola-del-siglo-xviii/ | https://revistas.uma.es/index.php/analecta/article/view/10450 | https://revistas.uca.es/index.php/cir/article/view/5058/5909
[3] Estudio preliminar, en Juan Andrés, Origen, progresos y estado actual de toda la literatura, Madrid, Verbum, 1997, vol. 1, o Estudio preliminar de Manuel Milá y Fontanals, Estética y Teoría literaria, Madrid, Verbum, 2002. Del mismo modo, aunque por otros motivos, cf. José Checa Beltrán, «Idea del siglo XVIII»: sobre la Ilustración en el Memorial Literario (1801) en Revista de Literatura, 2009, julio-diciembre, vol. LXXI, nº142, pp. 497-524.
[4] Friedrich Bouterwek, Historia de la Literatura Española. Desde el siglo XIII hasta principios del XVI, edición de Carmen Valcárcel Rivera y Santiago Navarro Pastor, Madrid, Verbum, 2002, pp. XI-XII. En el mismo sentido se manifiesta Mª del R. Álvarez Rubio en Las historias de la literatura española en la Francia del siglo XIX, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2007, pp. 122-123.
[5] Fernando Cabo Aseguinolaza, “Cosmopolitismo e idiosincrasia: la historia de la literatura española en el contexto del comparatismo decimonónico” en Bulletin hispanique, 2004, 106-1, p. 356.
[6] Para una exposición detallada de estos asuntos, véase P. Aullón de Haro, Estudio preliminar, en M. Milá y Fontanals, Estética y Teoría literaria, Madrid, Verbum, 2002, y Estudio preliminar, en M. Milá y Fontanals, Principios de Estética o de Teoría de lo Bello, Madrid, Verbum, 2013.
[7] P. Aullón de Haro, Estudio preliminar, a M. Milá y Fontanals, Principios de Estética o de Teoría de lo Bello, cit., p. XII-XXIII. Para todo lo relativo a Milá y Fontanals y el nacimiento de la Estética en España sigo en lo fundamental los estudios preliminares citados de Aullón de Haro, y remito ahí al lector para los pormenores argumentales.
[8] “Observaciones sobre la Historia de la Literatura Española, de Jorge Ticknor, ciudadano de los Estados Unidos dirigidas a la Facultad de Filosofía y Humanidades”. Se publicó en seis secciones en los Anales de la Universidad de Chile, en la siguiente secuencia: Vol. IX, 1852, Sección 1, pp. 197-217; Sección II, pp. 485-505. Vol. XI, 1854, Sección III, pp. 93-113; Sección IV, pp. 259-262. Vol. XII, 1855, Sección V, pp. 627-644. Vol. XV, 1858, Sección VI, pp. 1 bis a 8 bis. Se incluyó en el Vol. VI de las Obras Completas, Santiago, 1883, pp. 281-436.
[9] I. Jaksić, Andrés Bello, la pasión por el orden, Santiago, Editorial Universitaria, 2001, p. 84. Este mismo autor sintetiza la importancia filológica de Bello así: “Una larga tradición de investigadores hispanistas, desde Marcelino Menéndez y Pelayo en la década de 1880 y Colin Smith en la de 1980, ha establecido que los hallazgos de Bello, de haberse conocido a tiempo, podrían haber cambiado el curso de la investigación sobre estos temas [lengua y literatura medievales]. Ésta era una de las desventajas de la distancia (especialmente en Chile) respecto de los centros de investigación medieval, tanto en Europa como en Estados Unidos, y de la falta de recursos para investigar e incluso publicar. Una demostración de la importancia de los escritos de Bello publicados en vida de éste es la cantidad de citas, e incluso plagios, por parte de los investigadores extranjeros”, p. 83.
[10] Cf. la edición de Sebastián Pineda Buitrago de Andrés Bello, Ensayos de filología y filosofía, Madrid, Verbum, 20219.
[11] A. Bello, OC VII, 2ª ed., Caracas, Fundación La Casa de Bello, 1986, p. 516.
[12] P. Aullón de Haro, Estudio preliminar, en Manuel Milá y Fontanals (2013), cit., p. XXI. Para una exposición completa y muy contextualizada de la figura de Menéndez Pelayo como creador de la Historia de las Ideas Estéticas es fundamental la investigación que finalmente ha dilucidado el origen del género: P. Aullón de Haro, “La recepción de la obra de Menéndez Pelayo y la creación de la «Historia de las ideas»”, en Analecta malacitana: Revista de la Sección de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras, Vol. 37, Nº 1-2, 2014, págs. 7-37. Ahora también en https://humanismoeuropa.org/comparatistica/historiaideas-estudios/
[13] José María Roca Franquesa, “Notas para el estudio de Menéndez Pelayo como crítico e historiador de la literatura española” en Archivium, Tomo VI, nº 1 y 2, 1956, pp. 79-137.
[14] J. Lara Garrido, “La «Historia de la literatura española (1937)» de Ángel Valbuena Prat: ensayo de deslindes sobre el método historiográfico y la construcción crítica”, en Lienzos de la escritura, sinfonías del recuerdo: el magisterio de Ángel Valbuena Prat, coord. por David González Ramírez, Analecta Malacitana, Anejo 85, Málaga, 2012, p. 245.
[15] Ibid., p. 240.
CITA BIBLIOGRÁFICA: J. M. Pons, «La historiografía literaria anglosajona: Ticknor (y 2)», Recensión, vol. 12 (julio-diciembre 2024) [Enlace: https://revistarecension.com/2024/09/06/la-historiografia-literaria-anglosajona-ticknor-y-2/ ]