JOSÉ ENRIQUE RODÓ: MOTIVOS DE PROTEO

Vol. 14 / julio-diciembre 2025
ARTÍCULO / COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO. Autora: Esther Argüelles

José Enrique Rodó (1909), Motivos de Proteo, ed. de Ángel Esteban y Yannelys Aparicio, Madrid, Verbum, 2023, 348 pp. (ISBN: 9788411360609)

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  1. La nueva reforma de Proteo

Recuérdese que Proteo es el dios del mar en la mitología griega. Del mismo modo que el agua es capaz de adoptar la forma del recipiente que la contiene, también Proteo tenía el poder del cambio. Portador del don de predecir el futuro, se transformaba en diferentes criaturas para no satisfacer los peligrosos e insaciables deseos de conocimiento del ser humano. El escritor y político uruguayo José Enrique Rodó (Montevideo 1817 – Palermo 1917) toma esta imagen como protagonista de su obra Motivos de Proteo (1909).

Rodó destacó como iniciador del arielismo, movimiento opuesto al utilitarismo de procedencia anglosajona. Este enfrentamiento favoreció una visión idealizadora de la cultura grecolatina y, por extensión, de la hispana e hispanoamericana. Dicho movimiento arranca con la publicación de su obra magna Ariel (1900), apoyada alegóricamente en el personaje de La Tempestad de Shakespeare como símbolo de la superioridad de los valores de origen mediterráneo. Este ensayo sitúa a Rodó políticamente ante el llamado Desastre del 98, consecuencia del conflicto bélico entre España y Estados Unidos. El texto da cuenta, por tanto, de la doble dimensión intelectual del autor, en lograda conciliación de literatura y política.

Al igual que Ariel, tiene Motivos de Proteo su génesis en una sobresaliente armonización entre vertiente eminentemente erudita y férreo compromiso social. Pese a ciertas excepciones[1], el texto ha sido relativamente desatendido por la crítica si se compara con Ariel. Entre otras posibles razones, quizás por su mayor especificidad y vinculación con el contexto histórico inmediato. Por ello el rastreo de la influencia de Ariel en otros autores, ya coetáneos o posteriores, resulta mucho más sencilla. Motivos de Proteo, de mayor potencial abstracto que su antecesora, propone una conceptualización de la existencia a modo de búsqueda de la vocación definitoria del individuo. Esta exploración es entendida como cuidado de un campo fértil: la vocación, aunque innata, brota solo a través de la dedicación; pero esta es también un campo de lo incierto, que debe afrontar sequías inesperadas y generar frutos insospechados.

 Los hispanoamericanistas Ángel Esteban y Yannelys Aparicio (Universidad de Granada y Universidad Internacional de la Rioja) han realizado una importante edición de la obra que conjuga una mirada históricamente justa sobre la obra imperecedera junto a su atinada valoración actual. Estamos ante un estudio elegante y filológico que devuelve la obra a su contexto de producción mediante reconstrucción fidedigna del sentido original del ensayo, así como de su interés artístico y cultural.

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  1. Un acercamiento filológico

El punto de vista de los editores queda declarado desde su prólogo, “Proteo y sus motivos” (pp. 9-38)[2], inversión del título de la obra que anuncia una profunda exploración en este sentido. El ejercicio filológico reconstructivo ofrecerá un recorrido completo y contrastado de la vida del autor. El detallismo de este retrato siempre juega en favor de una óptima puesta de sentido de Motivos de Proteo. Pero son análisis y conexiones nunca fruto de una lectura interesada o predeterminada de la obra. Se trata de una reconstrucción documentada y contrastada que conlleva el entendimiento de que, como reza su propio ensayo, también Rodó hubo de aprender a metamorfosearse para guardar fidelidad a su última vocación.

 

El prólogo refiere el talento precoz de un Rodó que comienza a leer con cuatro años y que empieza a escribir a los diez; que aprende a compaginar vocación literaria y deber de amparar económicamente a su familia, dada la temprana muerte tanto del padre como del hermano mayor. Aunque Rodó nunca finaliza los estudios de bachillerato, ya funda en 1985 una revista de literatura con aspiración de espolear la atmósfera cultural de la nación. La publicación se mantuvo solo durante dos años, pero es signo de la actitud de Rodó ante el clima intelectual de su tiempo. Esta misma orientación le conduce al estudio de autores contemporáneos, así Rubén Darío. Esteban y Aparicio vinculan el acercamiento a Prosas profanas (1986) con la inmersión del autor en el Modernismo. De hecho, un año después, se inicia la publicación de La Vida Nueva, que acogerá los primeros trabajos de Rodó en una división tripartita. La última sección se corresponde con Ariel, su obra fundamental. Dirigida a la juventud hispanoamericana, el autor alerta del utilitarismo de la anglosfera, al que opone una espiritualidad hispánica (p. 18).

A la exposición bibliográfica de los editores sigue una reseña del Uruguay de la época (p. 19). Aquí se incorpora una serie de figuras de mujeres uruguayas que reivindicaron un lugar en la escena intelectual del país: Eugenia Vaz Ferreira, Delmira Agustini o Juana de Ibarborou (p. 20). El planteamiento de la situación histórico-cultural desliza un ejercicio de contraste con otros modernistas del país (p. 19). A diferencia de un Julio Herrera y Reissig (del que se recuerda una enemistad notoria), Rodó nunca fue relacionado con la figura del dandi ni de pasiones extremas al estilo de diversos artistas de la época. Fue ajeno tanto al espejo narcisista de la autocomplacencia como a cualquier condescendencia ante el conjunto social. La rebeldía típicamente modernista de un Florencio Sánchez o de un Roberto de las Carreras se resuelve en él como manifestación de equilibrada actitud anticonformista: ansias de reforma siempre bien medidas, proporcionadas, con un fin claramente tangible y material.

Este esfuerzo intelectual y eminentemente práctico le situó en el ensayo, conciliación artística y sapiencial, síntesis de estética y ética. No solo Motivos de Proteo nació de este propósito, sino también Ariel. Ambas de fuerte contenido pedagógico, destinadas a ser estímulo para el óptimo desarrollo moral de la juventud. Esta función didáctica como es evidente se corresponde con la dedicación del autor a su cátedra de Literatura desde 1898. Si bien la celebridad de Ariel es por todos conocida, los editores recuerdan el éxito de Motivos de Proteo, que se reimprimiría en 1910, al año siguiente de la primera edición. Pero también quedan documentadas reimpresiones dificultosas, como la de Barcelona, lo cual limitó por un tiempo el potencial alcance internacional de la obra (p. 25).

Esta contextualización también incluye a los representantes nacionales del pensamiento filosófico, como Carlos Vaz Ferreira (p. 20). Con ellos vendría a integrarse Rodó, tanto por su faceta de ensayista como por su papel en el Partido Colorado, función que le condujo a la renuncia de la cátedra universitaria. En el ideario de Rodó destacan, entre otros valores, la defensa de la democracia, la libertad de expresión y la importancia de la paz. No es dificultoso establecer correspondencia entre su imagen política y Motivos de Proteo. Como viene a decirse en el prólogo, las declaraciones públicas del autor promueven la educación de la juventud en sentido cultural y ético, a través de la asunción de aquellos rasgos que entendía como propios de la idiosincrasia mediterránea (p. 21).

El estallido de una guerra civil en 1904 atentó precisamente contra el principio pacifista del autor. Esta situación desembocó en su abandono de la labor política hasta 1908, año en que es elegido diputado. Sin embargo, pronto surgirían nuevos problemas: su oposición a una renovación de la Constitución lo enfrentó con figuras de su propio partido, dando lugar a un nuevo alejamiento de la política en 1911. En esta nueva situación personal, gracias al apoyo de la revista argentina Caras y Caretas, Rodó cumple su sueño frustrado de viajar a Europa en calidad de corresponsal. Los editores enumeran su periplo, gracias al cual pudo conocer importantes ciudades del Viejo Continente (p. 26). Su llegada a Palermo coincide con el fin de su vida. Pero, como se verá después, Motivos de Proteo siguió experimentando un continuado proceso de reforma, en consonancia con su máxima central.  

Como cierre de este retrato biográfico, el prólogo insiste en el llamativo contraste entre ciertos episodios fútiles de la vida de Rodó y los principios éticos volcados en Motivos de Proteo, de optimista idealismo (p. 22). En su primer capítulo, el propio autor admite: “Y para transformaciones como estas, sin exceptuar las más profundas y esenciales, no son menester bruscas rupturas, que cause la pasión o el hado violento. Aun en la vida más monótona y remansada son posibles, porque basta para ellas una blanda pendiente” (p. 50). Más adelante, califica aquella actitud vital que resiste los golpes de la vida como “la filosofía digna de almas fuertes” (p. 61). De esta reflexión se concluye, precisamente, la gran coherencia que puede establecerse entre la vida y la obra de Rodó, configuradas ambas desde una mirada esperanzadora en el destino de todo individuo. El hombre, por el mero hecho de serlo, guarda dentro de sí capacidad para su metamorfosis, pese a las inevitables contradicciones que lo acompañen.

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  1. Las reformas de Motivos de Proteo a lo largo del tiempo

Motivos de Proteo se construye en coherente adecuación coherente con la referida visión de la vida, y es calificado por Rodó como “un libro en perpetuo devenir” (p. 47). Así, Esteban y Aparicio aducen que la obra también fue concebida como proyecto abierto e interminable (p. 11). Formalmente, el ensayo consta de ciento cincuenta y ocho textos de una misma unidad temática, pero sin estructura cerrada. Existe, empero, cierta voluntad subyacente de ordenación en virtud del uso de paratextos que, aunque no aparecidos en primera edición ni en muchas otras, son recuperados por los editores.

A esta justificación sigue un estudio pormenorizado de las variaciones que produjo el texto y la ordenación de sus capítulos. El recorrido se inicia con un bosquejo ideado por el propio Rodó y recogido por Emir Rodríguez Monegal[3]. Pero también se despliegan los esfuerzos de los hermanos del ensayista por hacer acopio de otros fragmentos dispersos de la obra. De esta empresa, descrita con detalle (p. 27-28), nace el texto bautizado por los propios hermanos como “Últimos motivos de Proteo”. Entre otras ediciones, en las que Esteban y Aparicio se detienen con igual esmero, se halla la ordenación de Carlos Real de Anzúa, (p. 14), que en 1957 apostó por un criterio temático[4]. En esta misma fecha, también debe destacarse la labor de Rodríguez Monegal para el compilado ofrecido en Obra póstuma, que optó por una división concordante con la esbozada por Rodó. También se consideran otras propuestas anteriores, como la de Roberto Ibáñez (1967), o la de Raimundo Lazo en 1969 (pp. 14-30).

El cotejo de estas ediciones avala la versión ofrecida por Esteban y Aparicio, subrayando a un tiempo las relaciones del proyecto literario y vital del autor, los pilares fundamentales de la obra. También la obra ha experimentado una reforma continua que, no obstante, nunca desemboca en contradicción con los férreos principios éticos que le dieron origen. 

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  1. Los Motivos de Proteo, a microscopio

El agua se adapta al recipiente. De igual manera, a través de la máxima “reformarse es vivir” (p. 49), Rodó anima a su público lector a agarrar con buen ánimo los vaivenes tanto internos como externos que trae consigo la existencia. La naturaleza del ser humano se caracteriza por no ser monolítica sino por estar en continua transformación. Sin embargo, el agua nunca puede cambiar su volumen: es inmodificable, sea cual sea su nuevo recipiente. El cambio es una cualidad esencial del hombre: la reforma no se reduce a un imperativo ético, sino que consiste en una definición puramente ontológica. Para su autorrealización, el hombre debe comprometerse con su propio proyecto personal, en relación especular entre ser y deber ser. Rodó insiste en que la vida debe basarse en la búsqueda de la vocación, que por definición es inalienable. Se renuncie a ella o permanezca inexplorada, esta se mantendrá como joya intacta escondida en el pozo profundo del alma.

Los ciento cincuenta y ocho capítulos o Motivos de Proteo forman, pues, una diversidad temática relativa a la existencia y la exploración de la verdadera vocación del ser humano. El epígrafe inicial reza, como reformulación del tradicional didactismo: “Todo se trata por parábolas” (Marcos, 4:11). La obra, aunque eminentemente ensayística, imbrica pasajes narrativos que funcionan como relatos alegóricos al servicio de su tesis principal. Esto se ejemplifica mediante una galería de hombres ilustres de diversa nacionalidad y ámbito, predominantemente artístico y científico. A partir de un primer acercamiento de Carlos Real de Azúa[5], los editores aportan un recuento de figuras (p. 31), que permite descubrir que la mayoría de las referencias directas de Rodó son francesas, aunque existe especial alusión a figuras de otras nacionalidades, entre las que destaca Goethe, además de Víctor Hugo, Cervantes, Dante u Homero, aparte personalidades de la ciencia o la política.

Para el hallazgo de la vocación, Rodó desliza cuantiosas advertencias o recomendaciones, y asimismo previene de los cambios que ejerce para, en fin, acogerse a la tradición del conocerse a uno mismo, la autoconciencia y la racionalidad del comportamiento. Los hombres capaces de lograr tal hazaña conforman “la verdadera juventud eterna” (p. 55). De esta manera, la juventud se define más por la capacidad de autorrealización que por edad biológica. Y si bien el descubrimiento de la vocación puede darse en cualquier momento de la existencia en virtud de un “hecho provocador” (p. 142), Rodó reconoce que la infancia implica, en muchas ocasiones, la aparición de la aptitud precoz; casos que apoda como “niñeces proféticas” (p. 122).

En cuanto a la naturaleza de los cambios, si pueden provenir de forma gradual, también existe la necesidad puntual de “tránsitos violentos” (p. 57) en casos de anquilosamiento. La vocación es distintiva de los hombres, pudiendo ser específica o de carácter múltiple. Sin embargo, alerta del riesgo de confundir versatilidad auténtica y enterramiento de la verdadera aptitud del sujeto (p. 155). Deja claro que la vocación no tiene por qué manifestarse de manera cristalina, sino también como ejercicio continuo de ensayo y error para su florecimiento (p. 152). Aquí, tópico de la época, inserta el caso de Goethe como ejemplo de renovación continua de la vocación. No obstante, la posible aparición tardía de la vocación no debe convertirse en excusa de diletantismo (p. 207), es decir dilación injustificada como vida contemplativa que impide el paso a la acción. De ahí su énfasis en la relevancia de la educación para la orientación de la voluntad. Pero la educación, tal y como la concibe Rodó, es contraria a todo dogmatismo, pues debe espolear “la independencia de juicio” (p. 195). Advierte así de los riesgos de las escuelas (p. 193), la imitación sectaria y su limitación del desarrollo de la personalidad individual. En cambio, la lectura representa la mejor herramienta para el conocimiento de infinitos modelos de virtudes (p. 145). Persistiendo en la tradición humanística, Rodó propone los viajes como oportunidad idónea para el conocimiento. El Grand Tour. El descubrimiento de los otros acaba desembocando, paradójicamente, en un mejor conocimiento de uno mismo. Este es el cosmopolitismo de Rodó, como de Rubén Darío, aunque menos afrancesado. Su biblioteca mental actúa más bien como catalizador de un proyecto intelectual con fines eminentemente pragmáticos.   

En realidad todo ello viene a sustentar en Rodó la reactualización del principio socrático, “Conócete a ti mismo”, reelaborado como: “Hay una senda segura, y es la que va a lo hondo de uno mismo” (p. 69). También dictamina y matiza los tópicos de la soledad, la cual, con una duración razonable, estimula el autoconocimiento:  

Ayúdate de la soledad y del silencio. Procura alguna vez que un impulso íntimo del alma te lleve a esa alta mar del alma misma, donde solo su inmensidad desnuda y grave se ve; donde no vibran ecos de pasión que te enajenen; donde no llegan miradas que te atemoricen o te burlen, ni hay otro dueño que la realidad de tu ser, superior a la jurisdicción de tu voluntad (p. 287).

Si el ensayo había sido concebido por Montaigne como ejercicio de autoexploración, como reza su célebre sentencia “je suis moi-même la matière de mon libre[6], Bernat Castany Prado efectuó un análisis comparativo entre Motivos de Proteo y los Essais del escritor francés (además de Marco Aurelio y Erasmo), aunque más bien centrado en explorar las raíces culturales grecolatinas comunes y su relación con el cristianismo[7]. Sin embargo, existe una diferencia clara entre ambos: la crítica de Rodó al ensimismamiento a que puede conducir el excesivo recogimiento en uno mismo. De hecho, nombra, precisamente, al humanista francés a modo de ejemplo negativo de la “persuasión de la enfermedad” (p. 220) a la que puede conducir el ideal asceta y estoico (p. 219). Siguiendo esta línea explica:

La soledad continua ampara y fomenta conceptos engañosos, no solo en cuanto a la realidad exterior, de cuya percepción nos aparta, sino también en cuanto a nosotros mismos, sugiriéndonos quizá, sobre nuestro propio ser y nuestras fuerzas, figuraciones que, luego, al más leve tropiezo con la realidad, han de trocarse en polvo, porque no se las valoró en las tablas de la comparación con los demás, ni se las puso a prueba en las piedras de toque de la tentación y de la lucha (p. 214).

En clara secuencia lógica, Rodó sitúa primeramente el foco en un plano individual, que abandona progresivamente en favor de la colectividad: “Cada sociedad humana […] levanta a su superficie almas de héroes en la proporción en que las sueña y necesita para los propósitos que lleva adelante” (p. 187). Explica que, en razón de la diversificación de las ocupaciones consecuencia del progreso social, resulta cada vez más infrecuente hallar vocaciones de tipo “universal” (p. 116). Incluso, Rodó entiende que la voluntad del individuo no nace con él, sino que ya se gesta, bien sea parcialmente, en las generaciones pasadas, lo cual le permite establecer una vinculación entre búsqueda de la vocación individual y la nación: “Omnipotente fuerza, luz transfiguradora, en los hombres, no lo es menos en los pueblos” (p. 338). Dedica a continuación un capítulo a “La personalidad de los pueblos” (p. 339), cuyas ideas acerca del “genio de un pueblo” o “espíritu de una raza” rememoran las ya volcadas en Ariel y muy difundidas en la época en torno a la llamada psicología de los pueblos, así como al pensamiento noventayochista. No deja de ser llamativo que, pese al carácter más abstracto de Motivos de Proteo, sus últimos capítulos recuperen esta insistencia sobre la búsqueda de lo que el estudioso Donald Shaw calificó como “ideas madres”, entendidas como “principios ideológicos y espirituales capaces de obrar no tanto sobre la sociedad cuanto sobre el alma del pueblo”[8]. De igual modo, en Motivos de Proteo se incluyen entusiastas declaraciones sobre la defensa de los valores nacionales:

Esta personalidad es su arca santa, su paladión, su fuerza y tesoro; es mucho más que el suelo donde está asentada la patria. Es lo que le hace único y necesario al orden del mundo; su originalidad, dádiva de la naturaleza, no puede traspasarse a otro. […] Mantener esta personalidad es la epopeya ideal de los pueblos (pp. 340-341).

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  1. El árbol genealógico de Motivos de Proteo: sus ascendientes y posibles descendientes

Esteban y Aparicio ofrecen un estudio preciso de la formación intelectual de Rodó, un examen y discriminación acerca de la misma, estableciendo concreciones respecto de Nietzsche, la orientación práctica de Schopenhauer, así como la conciencia espiritual de Henri Bergson (p. 34), todos ellos tan prestigiados en la época; y por parte hispánica la escuela de Krause, sobre todo como referente educativo, cosa que le equipara a José Martí, Clarín y otros (p. 33). Los editores hilan esta vertiente del pensamiento del uruguayo a su vinculación con una religiosidad que, aunque de raigambre católica, se irá transformando en conciencia espiritual integradora. Esta perspectiva emparenta a Rodó  con Unamuno, lo cual permitirá a los editores compartir bellos fragmentos de su intercambio epistolar (p. 34). Unamuno manifestó una defensa acérrima de la espiritualidad hispana frente a la europeización, del mismo modo en que Rodó defendió las raíces mediterráneas frente al utilitarismo anglosajón (p. 18).

Los editores finalizan con una disquisición acerca del estilo de la obra (p. 36): En primer lugar una comparación con Ariel que resalta la mayor profundidad cultural e intelectual de Motivos de Proteo; subsiguientemente hacen relación de su forma ensayística con otros ejemplos destacados dentro del Modernismo, así José Martí (p. 36) y, en similitud con este, la reactualización de motivos clásicos, ofrecidos a modo de parábolas; la creación de una prosa barroquizante de oraciones complejas y colmada de figuras. El análisis de los editores complementa el estudio de Enrique Riobó y Cristián Inzulza, quienes ya rastrearon la influencia grecolatina de la obra[9]

La renuncia a la sistematicidad en favor de una mayor apertura temática y formal, ya tratada por Enrie Foffani[10], en realidad ya es enunciada por Rodó en su nota preliminar: el volumen nunca debe tener una “arquitectura” específica, aunque todos sus motivos partan “en torno de un pensamiento capital” (p. 47). El autor propone la metáfora de una “vasta ramificación” (p. 47), imagen vegetal que también puede dar cuenta de las profundas raíces intelectuales de la obra, a la par que anuncia la variabilidad de sus posibles frutos. Por lo demás, aquí existe una aproximación que cuajará pronto en el potente e influyente ensayismo de Ortega y Gasset, tan importante en suelo hispanoamericano, pero también los editores subrayan la relevancia de la figura de Rodó a este propósito. Los editores establecen además una filiación entre la imagen de Proteo tal como la concibe el uruguayo y Jorge Luis Borges. En tal sentido, apuntan un poema del argentino que cierra con el verso “tú, que eres uno y eres muchos hombres” (p. 11), referencia prácticamente análoga a una idea que Rodó inserta en el primer capítulo de Motivos de Proteo: “Cada uno de nosotros es, sucesivamente, no uno, sino muchos” (p. 49). Desde la perspectiva de la función poética, Vicente Cervera ha investigado su conexión con “La esfera de Pascal” (1951), ensayo del argentino[11].

Las posibilidades de proseguir esta filiación son múltiples, y acaso cupiera aducir, por ejemplo, la multiplicidad en su individualidad que presenta Octavio Paz en El laberinto de la soledad (1950): “En cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser, otro hombre”[12]. De un modo similar al optimismo con el que Rodó contemplaba la juventud hispanoamericana, el mexicano concibió su ensayo como un ajuste de cuentas con el pasado de su nación para que esta hallase, por fin, su verdadero proyecto.

Como ha quedado dicho, la perspectiva de Rodó es abarcadora y no se focaliza en una comunidad concreta, a diferencia del aterrizaje más específico de Ariel. Es cierto que se hallan ciertas rememoraciones a la historia del continente, como la mención de Cristóbal Colón o Bartolomé de Las Casas, tal y como anuncian los editores (p. 31). También puede ser pertinente anotar esta idea, u otras referencias más o menos puntuales:

Una de las raíces de la inferioridad de la cultura de nuestra América para la producción de belleza o verdad, consiste en que los espíritus capaces de producir abandonan, en su mayor parte, la obra antes de alcanzar la madurez. El cultivo de la ciencia, la literatura o el arte, suele ser, en tierra de América, voz de la mocedad (pp. 195-196).

El centro de gravedad de Motivos de Proteo es más amplio. En este sentido, el ensayo de Rodó también puede emparentarse con la caracterización del ser humano como “formado por la abstracción”[13] que propondrá Alfonso Reyes en su Andrenio: perfiles del hombre (1955). De hecho, existe un estudio de Sergio Ugalde Quintana sobre la influencia del ensayo de Rodó en El suicida (1917), también de Reyes, composición ensayística de perspectiva inacabada, así como su crítica al positivismo extremo frente a una vida comprendida como proceso fluctuante[14].

El prefacio de los editores finaliza con una atinada vinculación de la escritura de Rodó con la doctrina de Tomás de Aquino respecto a los valores supremos del ser, la Belleza y la Verdad, que se complementan del mismo modo que Motivos de Proteo combina un meticuloso esmero en el estilo con una honda preocupación ética e intelectual. La edición de Ángel Esteban y Yannelys Aparicio parece construirse desde estos mismos supuestos, en conjunción armoniosa entre el exquisito cuidado formal y el rigor metodológico.


NOTAS:

[1] Mario Benedetti lo consideraba “la obra fundamental de Rodó”, en su Genio y figura de José Enrique Rodó, Buenos Aires, Editorial Universitaria, 1966, p. 57.

[2] La paginación de las referencias de esta edición, al ser constantes en el artículo, se realizará a continuación y entre paréntesis en lugar de a pie de página.

[3] E. R. Monegal (1957), “Introducción general. I. Vida y carácter. II. Obra”, en J. E. Rodó, Obras Completas, Madrid, Aguilar, p. 109.

[4] J. E. Rodó, Motivos de Proteo, ed. de C. Real de Azúa, Montevideo, Ministerio de Instrucción Pública, 1957.

[5] C. Real de Azúa, “Prólogo a Motivos de Proteo”, en J. E. Rodó, Ariel. Motivos de Proteo, Caracas, Biblioteca Ayacucho, pp. XXXVII-CVI.

[6] “Yo mismo soy la materia de mi libro” (traducción propia). M. de Montaigne, Les Essais, ed. de G. de Pernon, 2008, p. 39.

[7] B. Castany Prado, “Reformarse es vivir. Los Motivos de Proteo de José Enrique Rodó y la tradición clásica de los ejercicios filosóficos”, Monteagudo, 24 (2019), pp. 201-215.

[8] D. L. Shaw, “Hacia una interpretación sociológica de la Generación del 98”, en Actas del IV Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, 1971, p. 640, en https://cervantesvirtual.com/obra/hacia-una-interpretacion-sociologica-de-la-generacion-del-98/ (consultado el 10-12-2024).

[9] E. Riobó y C. Inzulza, “La antigüedad clásica en Los motivos de Proteo de José Enrique Rodó”, Mapocho, 81 (2017), pp. 108-133. 

[10] E. Foffani, “El pensamiento fragmentario. Algunas consideraciones sobre los Motivos de Proteo de José Enrique Rodó, en L. Pollastri (ed.), La huella de la clepsidra: el microrrelato en el siglo XXI, Buenos Aires, Katatay, 2010, pp. 301-315.

[11] V. Cervera Salinas, “La poesía de la cultura. La esfera de Pascal, otro motivo de Proteo”, Anales de Literatura Hispanoamericana, 39 (2010), pp. 95-115.  

[12] O. Paz (1950), El laberinto de la soledad, México, FCE, 1999, p. 31.

[13] A. Reyes (1955), Obras completas de Alfonso Reyes. Tomo XX, México, Fondo de Cultura Económica, 1979, p. 405.

[14] S. Ugalde Quintana, “Escritura y modernidad del libro amorfo: El suicida de Alfonso Reyes y Motivos de Proteo de José Enrique Rodó, Latinoamérica, 66 (2018), pp. 91-113.


CITA BIBLIOGRÁFICA: E. Argüelles, «José Enrique Rodó: Motivos de Proteo», Recensión, vol. 14 (julio-diciembre 2025) [Enlace: https://revistarecension.com/2025/09/27/proteo/  ]

 

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