EL MÉTODO BIBLIOGRÁFICO (3): LA CLASIFICACIÓN

Vol. 13 / enero 2025 
SERIE METODOLOGÍAS. Autora: Araceli García Martín

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Según veremos en lo que sigue, las clasificaciones bibliográficas guardan estrecha relación con las clasificaciones del conocimiento científico; se valen de estas, pero el objetivo de aquellas es la organización temática de los libros de una biblioteca.

Dentro del método bibliográfico en su conjunto, la representación del contenido es una preocupación que se intentó resolver ya en las bibliotecas de la Antigüedad. A la identificación formal del libro (autor, título, extensión…) se unirán términos que lo sitúan en una rama concreta del conocimiento. Serán las bibliotecas con mayor número de fondos las que más esfuerzo inviertan en idear unas herramientas de identificación formal y temática que aseguren su control.

La imprenta y el posterior incremento de la producción editorial habido tras la Revolución Industrial convertirá en acuciante la elaboración de modernas clasificaciones bibliográficas, con notaciones preestablecidas y controladas en las que incluir de un modo siempre idéntico los libros de cada temática. La afluencia a las bibliotecas de usuarios de un más amplio espectro cultural y social será determinante a la hora de pensar en satisfacer sus múltiples necesidades. Ya no solo hay que tener en cuenta a eruditos e investigadores con tiempo suficiente que invertir en la biblioteca, sino a personas con poco tiempo y que buscan en el libro y en estos centros unos recursos destinados al trabajo aplicable al trabajo muy inmediato y al ascenso social y económico.

Las clasificaciones son las primeras herramientas diseñadas para dotar al registro bibliográfico de la información del contenido, pero pronto surgirán otros lenguajes documentales que incidirán aún más en esta tarea, así los encabezamientos de materia y los tesauros. Aquí no nos proponemos su conocimiento muy detallado, pero sí apreciar debidamente cómo la necesidad de representar del modo más certero posible la materia del libro empuja a la creación de herramientas profesionales cada vez más complejas.

Se enumerarán las clasificaciones de más amplia implantación. La multiplicación de estas es indicio de su falta de perfección. Cada clasificación trata de resolver las deficiencias de otras anteriores, aunque se base en ellas. Algunas pretenden una identidad ideológica propia en contraposición a otras. Es el caso, por ejemplo, de las clasificaciones de la URSS como respuesta a las del mundo capitalista estadounidense.

Es claro que la compleja tarea de identificar el contenido de una obra exige al profesional mucho más que aplicar unas reglas. Al conocimiento de las propias herramientas de descripción, se unen la necesidad de una formación cultural amplia y la generosa disposición para investigar la temática lo mejor posible y finalmente que el usuario encuentre lo que busca.

Por último, algunos ejemplos sencillos nos ayudarán a ver cómo se plasman en los registros las notaciones de la CDU, que es la clasificación más usada en España.

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De la clasificación científica a la clasificación bibliográfica

La clasificación bibliográfica es una metodología propia de la Biblioteconomía o Bibliotecología y la Documentación. Dentro de la Catalogación, es la técnica que se ocupa de aportar los datos del contenido o el tematismo sobre el que versa la obra. La clasificación refleja normalmente la materia tratada en el libro según una codificación o notación alfanumérica que se auxilia con diferentes signos, dependiendo de cada clasificación concreta: barras, comillas, paréntesis, colon, etc.[1] La descripción completa o catalogación del libro incluye también la descripción formal, operación imprescindible para su perfecta identificación, pues aporta datos fundamentales como autor, título, fecha de publicación, lugar y editor, entre otros.

La clasificación bibliográfica tiene, como hemos dicho, relaciones indudables con la propia clasificación de las ciencias y el conocimiento, tarea de la que se han ocupado eruditos y filósofos desde la Antigüedad[2]. La escritura sobre un tema o una rama científica se materializa en el libro que hay que describir e incluir en una rama concreta del saber.

Existen diferentes clasificaciones bibliográficas, pues el contenido de un libro se enfoca desde puntos de vista que dependen de culturas y etapas históricas diferentes.

Al contrario de lo que sucede en la clasificación del conocimiento o de la ciencia, que puede responder a una necesidad teórica de alta profundidad cognoscitiva, la clasificación de los libros responde a una necesidad operativa o funcional. Se aprovechan las ideas transmitidas por los pensadores, pero siguiendo diferente motivación. Además, los distintos sistemas de clasificación de las ciencias responden a un momento histórico, cultural y de pensamiento, por lo que su interés no presenta caducidad, sino que permiten apreciar la evolución del pensamiento. En el caso de las clasificaciones bibliográficas su empleabilidad solo es temporal, pues deben ir adaptándose a los libros que surgen a raíz de nuevos desarrollos científicos y tecnológicos. Para seguir usándose deben someterse a revisión continua. Pensemos, por ejemplo, en la Informática. Una técnica que hace 50 años apenas estaba presente en las bibliotecas, ahora se extiende por prácticamente todas las ramas científicas.

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Los análisis de las clasificaciones bibliográficas suelen tomar a Francis Bacon como inicio del pensamiento científico moderno, reconociéndole gran influencia en los primeros sistemas de clasificación bibliográfica. Al estudiar los sistemas más avanzados se recurre a Hegel, quien creó su propio sistema para explicar la ciencia desde la Historia. Para él el individuo y sus conocimientos son correlatos de su tiempo. Se le considera el inspirador intelectual de los encabezamientos de materia y de los tesauros, aunque la relación práctica se atribuye a Charles A. Cutter.

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El método bibliográfico y la plasmación de los contenidos del libro: una tarea de largo recorrido

Como hemos avanzado, el método bibliográfico se vale de las clasificaciones y de otros recursos que veremos más adelante para extraer para un usuario final los contenidos tratados en el libro. La clasificación así entendida se integra como una parte más de la catalogación. La catalogación se compone de unas informaciones que describen formalmente el libro, y de unos conceptos extraídos, no siempre, pero sí frecuentemente, de lenguajes controlados para describir sus contenidos.

Las herramientas usadas para indicar los contenidos han evolucionado tanto como todos los sistemas de descripción documental o catalogación.

La evolución de los catálogos de las bibliotecas viene determinada actualmente por los nuevos desarrollos tecnológicos. Éstos han ampliado la capacidad de acceso a la información y requieren adaptar los sistemas tradicionales de descripción bibliográfica, para que los registros entren en el conjunto de elementos de información a los que el usuario puede acceder. Previa ha sido la tarea de fijar una metodología de trabajo en la que se han normalizado los procedimientos a nivel internacional y que constituyen una larga historia de trabajo en común que continúa en la actualidad.

Desde que se escriben libros ha sido fundamental su descripción para poder conocerlos sin tener que disponer de ellos, simplemente acudiendo a las referencias que sintetizan sus rasgos definitorios. Esto ya sucedía con el libro manuscrito, aunque esas referencias se plasmaban primero en documentos en forma de rollo y posteriormente de códice.

Si nos remontamos en el tiempo y pensamos en una biblioteca que por su tamaño requiriera de unos sistemas de clasificación y ordenación de fondos que facilitaran su gestión, estaremos pensando en la Biblioteca de Alejandría, creada en el Siglo III a. C. por Ptolomeo I en la ciudad que le da nombre, en el norte de Egipto.

El primer director de la Biblioteca de Alejandría fue Zenódoto de Éfeso. Fue su condición de erudito y su asiduo manejo de gramáticas griegas, literatura y textos de Homero, lo que le permitió profundizar en el conocimiento del libro y le llevó a dirigir la más importante biblioteca de la Antigüedad.

También erudito fue su sucesor, el poeta Calímaco de Cirene. Ptolomeo II le nombró bibliotecario. Fruto de su trabajo son las Pinakes o tablas. En 120 volúmenes en forma de rollo se recogía el catálogo completo de la Biblioteca. Los títulos se ordenaban siguiendo el orden alfabético dentro de las sucesivas etapas cronológicas. Antes de las Pinakes sólo existían listados topográficos de títulos que buscaban controlar su ubicación. Los títulos por los que se ordenaban eran las primeras palabras del texto, y se acompañaban del nombre del autor, así como referencia a su formación académica y datos biográficos. Estos datos se completaban, ya en época tan remota, con un sumario de contenidos, así como por los datos de la procedencia del rollo, forma que adoptaba el libro en la época.

Calímaco no sólo atendía a los rasgos de identificación formal de cada obra, sino que estableció una clasificación del contenido según las materias que tratara: Retórica; Derecho; Épica; Tragedia; Comedia; Historia; Medicina; Matemáticas; Ciencias naturales y miscelánea.

Su sistema de organización bibliotecaria influyó en los trabajos posteriores, desde el Índice de libros realizado por el bibliotecario árabe del S. X Ibn al-Nadim, hasta el sistema de clasificación decimal de Dewey, de 1876.

Tras la invención de la imprenta aparecen los primeros catálogos impresos. Uno de los más antiguos es el que recoge los libros griegos impresos por Aldo Manucio, de 1498.

Pero el primer catálogo impreso verdaderamente importante por el impacto que ha tenido sobre los actuales, incluso en los catálogos automatizados es el Nomenclator, de 1595. El Nomenclator fue el primer catálogo de la Universidad de Leiden y el primero que imprimió una biblioteca. En 1864 publicó el catálogo de libros publicados entre 1575 y 1860, y a partir de esta fecha se utilizó ya el catálogo de fichas sueltas.

Esta preocupación por la clasificación de las ciencias como base previa para incluir en cada una de sus secciones los libros que la tratan, es una preocupación claramente bibliotecaria. Lo que busca no es sólo la descripción formal de los libros (su autor, título, impresor, páginas, medidas, etc.), sino informar sobre su contenido. Y para ello, se valen de los lenguajes documentales.

En esta obra de 1891, Noticia del plan de clasificación y sistema escogido para la redacción de los catálogos en la Biblioteca de la Academia de Ingenieros del Ejército, los autores Eusebio Torner de la Fuente y Osmundo de la Riva y Blanco realizan una clasificación adaptada a su temática; y para su perfecto entendimiento elaboran introducciones en las que explican el proceso de la clasificación bibliográfica en relación con la clasificación científica. En la Antigüedad y Edad Media los eruditos no se habían ocupado de la luego llamada ingeniería y de la milicia como ciencia, pero en el siglo XIX la abundancia de libros de esta materia exige su organización temática. (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica).

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El nacimiento de las clasificaciones bibliográficas modernas

El momento de mayor auge de las clasificaciones bibliográficas se produce desde finales del siglo XIX a la primera mitad del siglo XX. Todo lo relacionado con el libro y las bibliotecas estuvo de actualidad y era objeto de reflexión y estudio por los más destacados especialistas y eruditos, que aplicaban sus conocimientos a la posible resolución de una necesidad real: la clasificación de ricas bibliotecas, dotadas de amplios fondos. No es de extrañar que ostenten la primacía bibliotecas de Estados Unidos de América y de Gran Bretaña, muy favorecida por la revolución industrial. Los bibliotecarios toman el testigo de los pensadores, pero su finalidad es práctica y no se detienen ante problemas de criterio clasificatorio del conocimiento y la ciencia de épocas pasadas, aunque sin duda los toman en cuenta y los aprovechan en la medida en que facilitan su trabajo. Las ricas bibliotecas europeas, algunas ciertamente de larguísima tradición, ven con ilusión en los nuevos y más pragmáticos sistemas una solución a la organización y control temático de sus colecciones y, además, se sienten por fin imbuidas de afanes de modernidad a pesar de su larga tradición.

Al bibliotecario e investigador estadounidense Charles Ammy Cutter se debe la creación, a mediados del siglo XIX, de los listados de encabezamientos de materia de bibliotecas. Nada referente a la representación del contenido en la descripción bibliográfica escapó a su interés e innovación. Desde su trabajo en la Universidad de Harvard se aplicó a innovar incluyendo en los asientos bibliográficos la materia de la que trata la obra. Haber desempeñado funciones en diferentes bibliotecas le llevó a fórmulas de evolución permanente. Entre sus aportaciones, son de destacar sus Reglas para elaborar un catálogo-diccionario, procedimiento de clasificación conocido como Cutter Expansive Classification, y un sistema de signaturas conocido como Tabla de Cutter-Sanborn (Sanborn era su compañero de trabajo). Cutter creó un nuevo lenguaje documental basado en los principios de especificidad y de entrada directa, rechazando los esquemas jerárquicos y enciclopédicos habituales de los sistemas de clasificación, aunque continuó utilizando el principio de precoordinación de los términos. Es el precedente del tesauro, el gran lenguaje documental del siglo XX.

Cutter participó en la creación de la American Library Association (ALA), foro de reunión, discusión y reflexión sobre asuntos bibliotecarios. Es de notar que se preocupó especialmente de los niños, pues a quienes correspondería el aprovechamiento de los libros en un futuro próximo.

Conoció Cutter a Melvil Dewey, autor de una exitosa clasificación bibliográfica, y si bien mantenían criterios cercanos, protagonizaron frecuentes polémicas.

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En la obra de 1889 Conato de clasificación de los conocimientos humanos en el siglo XIX de Melitón Martín, premiada con la medalla de oro en laExposición Universal de Barcelona, el autor hace una profunda revisión de las clasificaciones científicas hasta llegar a la suma de conocimientos que supone el siglo XIX. La preocupación por la clasificación de los abundantes libros del momento le lleva a realizar su propuesta de clasificación bibliográfica. (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica).

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Los lenguajes documentales

Los lenguajes documentales son lenguajes normalizados que sustituyen al lenguaje natural como medio de identificar los contenidos de los que trata un texto, ello a fin de evitar ambigüedad o carencias de precisión del lenguaje natural. Pueden ser de diferentes tipos, cada uno con objetivos y características distintas. Veamos la Clasificación seguida de la Indización.

– Clasificación

La primera fase de caracterización del contenido de un documento constituye su clasificación dentro de un conjunto concreto de opciones. La clasificación describe el tema o temas principales del documento mediante un código, generalmente numérico o alfanumérico, perteneciente a un sistema orgánico de clases y subclases.

Existen numerosos sistemas de clasificación, pero lo común a todos ellos es que efectúan una categorización del conocimiento presente en los libros. Pueden ocuparse de todo el conocimiento en general y someterlo a diferentes categorías, o bien a un sector concreto que a su vez dividen en sectores más específicos. Cada libro de la biblioteca se va incorporando a la categoría o subcategoría que el bibliotecario considera pertinente.

En las bibliotecas en que el usuario tiene libre acceso a las estanterías, los libros se ordenan en estas de acuerdo a su clasificación. En este caso la clasificación forma parte de la signatura topográfica. En cada ficha se facilita la clasificación y los términos definitorios de la materia que tratan, además de los datos de ubicación para que el personal pueda localizarlos y servirlos.

Cada cultura produce sus propios sistemas a la hora de clasificar el conocimiento, ya sean universales, con propósito de abarcar todas las ciencias, o especializados en algún sector del conocimiento.

No es de extrañar, dada la difusión y poder del sistema cultural y económico norteamericano durante más de un siglo, que uno de los sistemas clasificatorios más utilizado en las bibliotecas de todo el mundo sea la Clasificación Decimal de Dewey. Esta fue elaborada por el bibliotecario norteamericano que le da nombre a finales del siglo XIX. De ella se deriva la más ampliamente utilizada en España: la Clasificación Decimal Universal (CDU)[3]. En España fue el sistema obligatorio de las bibliotecas públicas durante 50 años: desde la Orden ministerial de 29 de julio de 1939, por la que se implanta el sistema bibliográfico decimal en la clasificación de los fondos de las Bibliotecas Públicas del Estado hasta la aprobación del Reglamento de Bibliotecas Públicas del Estado y del Sistema Español de Bibliotecas, publicado en el BOE de 31 de mayo de 1989, y cuya disposición derogatoria deja sin efecto la Orden de 29 de julio de 1939, por lo que decae la obligación de usar la CDU.

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Imágenes de la CDU en su versión impresa y en-línea.

– La Indización

Además de la clasificación, el registro bibliográfico incluye la indización del documento[4]. Esta consiste en la descripción del contenido de un documento mediante términos del lenguaje natural controlados semánticamente. El control semántico de los términos de indización trata de evitar los sinónimos, distinguir los homónimos y establecer relaciones entre términos, esto es, habilita un sistema de relaciones que guía al usuario de los términos no válidos para la búsqueda hacia los que sí lo son por responder a términos usados en la indización. Es el paso de un vocabulario de lenguaje natural, a otro técnico controlado.

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EnÍndices de materias y autores de La España Moderna: enero de 1889 a diciembre de 1910, formados aplicando el sistema de clasificación bibliográfica universal, de Román Gómez Villafranca se aprecia la adaptación de los novedosos sistemas de clasificación bibliográfica a los índices de contenidos de una revista. (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica).

Los términos elegidos constituyen puntos de acceso que ayudan al lector que no busca un título o un autor concreto, sino que quiere documentos de un tema en especial.

Existen diversos lenguajes de indización. Los más usados son:

1. Encabezamientos de materias

En este lenguaje documental los términos que representan el contenido de una obra adoptan entre sí relaciones sintagmáticas. El primer término, llamado encabezamiento, representa el tema del documento en sentido genérico. Los términos que siguen se denominan subencabezamientos e indican cualidades, propiedades o acciones del encabezamiento. Además, se complementan con subencabezamientos geográficos, cronológicos o de forma (la forma ayuda a identificar la tipología documental: diccionarios, manuales, biografías, etc.).

Cada cadena de términos constituye un punto de acceso único y se alfabetiza en el catálogo por el primer término. Tanto la propia indización como la búsqueda mediante encabezamientos de materia exige conocer los términos autorizados como encabezamiento y como subencabezamientos. 

2. Tesauros y listas de palabras clave

Los términos controlados (bien sean unitérminos o cadenas sintácticas más complejas) incluidos en un tesauro se denominan descriptores. Las relaciones que asumen entre ellos son paradigmáticas. Los descriptores se aplican individualmente en el momento de indizar el documento y se combinan en cualquier orden en el momento de la búsqueda y recuperación. No requieren una precoordinación previa. Con este sistema, un documento se puede recuperar por cualquiera de los descriptores que se han utilizado en su indización. Son muy fáciles de utilizar, pues no requieren realizar el análisis que supone establecer unos encabezamientos y sus posibles subencabezamientos, y son asimismo muy flexibles a la hora de realizar búsqueda y recuperación, pues no hay ningún orden prescrito entre los términos combinados en la descripción del documento.  

Los tesauros establecen relaciones jerárquicas entre sus descriptores: un término genérico tiene sus términos específicos, y a su vez los específicos guían hacia su genérico. De este modo el profesional puede ser más preciso a la hora de indizar los contenidos del documento. Los términos también establecen entre sí relaciones asociativas, que ofrecen la posibilidad de buscar por términos que guardan una relación por su significado (véase lleva del término no admitido al que sí lo está, mientras que véase además sugiere otras posibilidades de búsqueda). Esto es de gran ayuda para el usuario, pues le invita a buscar por términos que tal vez no había pensado.

Los tesauros son estructuras jerárquicas que se ocupan de léxicos de una rama concreta del conocimiento y permiten realizar descripciones de contenido bastante exhaustivas, razón por la cual son útiles para bibliotecarios y usuarios de bibliotecas especializadas.

Cuando los términos de descripción no se extraen de un lenguaje documental controlado, sino del propio documento (sobre todo de los títulos, aunque cada vez más entra en juego todo el documento), se denominan palabras clave.

3. Resumen

El sistema de representación del contenido más complejo y completo es el resumen. Pueden ser de diferente tipo, en función de su extensión y de su capacidad para recoger análisis, comentarios o críticas de la obra por parte del que lo redacta. Exigen altos conocimientos de la temática objeto de resumen y requieren bastante tiempo, por lo que las bibliotecas no los realizan de cada una de sus obras, ni siquiera de las especializadas. Se suelen limitar a colecciones concretas o a partes de obras: capítulos y artículos. Donde son ampliamente utilizados es en los catálogos de editoriales comerciales, tanto de documentos con soporte físico como electrónicos o digitales: son elaborados por especialistas y sirven para que el potencial comprador pueda adquirir con suficiente información colecciones de libros o revistas electrónicas.

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Las clasificaciones bibliográficas más extendidas

– Sistema de Clasificación de Dewey: en 1876 el bibliotecario estadounidense Melvil Dewey creó un sistema numérico decimal para organizar los libros de su biblioteca escolar que publicó bajo el título A clasificaction and subject index for cataloguing and arranging the books and pamphles of a library. Dewey dividió el conocimiento en diez grandes categorías representadas del 0 al 9, lo que marcó el comienzo de las clasificaciones decimales: generalidades, filosofía, religión, ciencias sociales, filología, ciencias naturales, técnica y ciencias prácticas, arte y literatura e historia. Cada cifra puede subdividirse muchas veces para lograr identificar claramente cada tema. La subordinación temática decimal convierte a la notación en un recurso muy útil para organizar los libros en las estanterías, pudiendo quedar aquellos que tratan de un mismo tema específico ubicados en el mismo lugar. La clasificación se ordena por disciplinas o campos de saber y no por materias, lo que significa que una materia puede ocupar varios lugares en el sistema de clasificación. Su estela la siguen importantes sistemas clasificatorios:

– La Clasificación Decimal Universal (CDU): en 1905 surge la CDU, claramente deudora de la de Dewey, con la finalidad de organizar la colección bibliográfica universal del Instituto Internacional de Bibliografía de Bruselas.

La CDU es un sistema universal que comprende todos los campos del conocimiento. Es un sistema de estructura jerárquica. La notación refleja la jerarquía mediante una base decimal que va de lo general a lo particular en cada una de sus clases o categorías. Los conocimientos se dividen en diez grupos que, a su vez, se dividen en otros diez, y así en una progresión de su nivel de especificidad. Su base numérica hace que las notaciones se puedan entender independientemente de la lengua del documento o del centro catalogador, lo que la hace útil en todo el mundo.

Cada clase principal (número de un dígito) se divide en diez subclases (números de dos dígitos), cada una de estas subclases en diez más, y así sucesivamente. Los números principales de la CDU pueden complementarse con números auxiliares y combinarse utilizando diversos signos. El nivel de detalle y exhaustividad al que se puede llegar depende de la mayor o menor profundidad que pretenda el centro catalogador. Esto se aprecia de un modo muy simple observando la longitud de la propia notación CDU que figura en los asientos bibliográficos y en los tejuelos de los libros, pues la notación se utiliza también para la ordenación de los fondos en las estanterías.

La CDU es compleja y muy amplia, pues tiene que abarcar todo el conocimiento. Existen ediciones con todas las tablas, simplificadas, y ediciones de materias concretas en toda su amplitud.

– En 1904 aparece la Library of Congress Clasification (LCC), con vocación de poder clasificar todos los libros, cualquiera que fuera su especialización.

-El estadounidense Henry Evelyn Bliss publicó en 1910 su sistema de clasificación, concebido mientras trabajaba en la Biblioteca de la Universidad de Nueva York. Estudiadas las clasificaciones históricas del conocimiento, elabora un sistema pedagógico que afronta las distintas disciplinas académicas.

– En 1933 surge la Colon Clasification (CC) del matemático y bibliotecario indio Shiyali Ramamrita Ranganathan. Previamente había cursado estudios bibliotecarios en el University College de Londres, y posteriormente en Zúrich. El conocimiento de las técnicas de clasificación documental occidentales le hizo apreciar deficiencias, sobre todo en la Clasificación Decimal de Dewey, razón por la cual desarrolló su propio sistema. Contribuyó decisivamente al desarrollo tanto del sistema bibliotecario como de los estudios de biblioteconomía y documentación en la India.

Su clasificación colonada (de “colon”:)  establece 42 clases principales y 5  categorías primarias: Personalidad, Materia, Energía, Espacio y Tiempo, que reflejan un acercamiento a la ciencia diferente al del mundo occidental. Además de por sus labores taxonómicas, es autor muy valorado por la formulación de las cinco leyes de la biblioteconomía, de rigurosa preocupación tanto cultural como social:

  1. Los libros están para usarse.
  2. A cada lector su libro.
  3. A cada libro su lector.
  4. Hay que ahorrar tiempo al lector.
  5. La biblioteca es un organismo en crecimiento.

– Al mundo socialista o comunista del siglo XX, provisto de fuerte y arbitraria carga ideológica que se convierte en identitaria, también le ha interesado dejar su impronta en los sistemas de clasificación bibliográfica creando la suya propia, bien diferenciada de las occidentales, sobre todo norteamericanas. Así, en 1968 se publicó la Clasificación bibliográfica para bibliotecas públicas de la URSS (BBC).

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Requisitos profesionales para la descripción y clasificación de contenidos

Para la descripción bibliográfica formal el técnico debe aplicar una estricta normativa perfectamente establecida y universalmente entendible. Se trata de establecer una descripción a medida del libro y que no debe permitir la confusión entre uno y otro, por muy similares que sean. La identificación debe ser, pues, muy certera.

La descripción del contenido presenta exigencias que, si bien se ciñen a la normalización de unos lenguajes controlados, requiere desde luego que el bibliotecario entienda aquello de lo que trata el libro. Los diccionarios pueden ayudar en casos de idiomas no habituales, pero la parte científica tratada, en continua evolución, necesita de una tarea de indagación que puede ser muy laboriosa. Del éxito de la comprensión depende el éxito de la atribución. Cuando la dificultad hace imposible la exhaustividad, la expresión del contenido se ha de limitar a adscripciones genéricas que no puedan conllevar o inducir a error.

Los especialistas científicos pueden estar en desacuerdo con las asignaciones de contenido que realizan los bibliotecarios, pero de hecho cuando se les pide que busquen o propongan sobre las herramientas disponibles (CDU, encabezamientos de materia, tesauros,…), no suelen encontrar soluciones más idóneas. Lo único que se puede hacer es persuadirles de la funcionalidad de unas herramientas normalizadas que no permiten incorporaciones de lenguaje natural y, a lo sumo, integrar las sugerencias especiales de sus propuestas mejora mediante nota en el registro bibliográfico.

Cuando la biblioteca no utiliza herramientas normalizadas, sino que va elaborando la suya a medida que construye la colección, la ayuda de los expertos científicos puede ser altamente valiosa a la hora de prever las materias y conceptos con que se va a contar. Habrá también que elegir un sistema de notación si se usa una clasificación. La labor de creación, revisión y adaptación permanente es complicada y, de actuar de modo individual, no se podrá contar con el auxilio de un comité profesional al servicio de un sistema amplio de bibliotecas. Tampoco contaría, de cara a la colaboración bibliotecaria, con un lenguaje normalizado compartido por bibliotecas incluso de todo el mundo. Es imprescindible estar muy seguro de que la creación del modelo propio es insoslayable a la hora de acometer una tarea de tal nivel de riesgo, y solo se puede justificar en el caso de bibliotecas especializadas en ramas muy novedosas del conocimiento para las que no hay un sistema previo susceptible de desarrollo propio o adaptación.

Se ha de tener en cuenta la descripción bibliográfica o catalogación en su conjunto. Aunque en un primer momento el ingreso de un documento en la colección pueda ser precatalogado en una categoría muy general, la subordinación en el contenido o los contenidos tratados evidentemente requerirá una consideración más reposada. La clasificación inicial es un trabajo que se debe confirmar o modificar tras detenida revisión. El bibliotecario que clasifica debe apreciar si la ficha catalográfica en su conjunto describe correctamente el contenido que el lector va a encontrar en ese libro.

Aunque las clasificaciones no se crean para la ordenación de los libros en las estanterías, es indudable que pueden contar con este doble valor. Un libro con contenidos pertenecientes a diferentes ramas científicas (Física y Química, por ejemplo), solo va a poder ser ordenado físicamente del modo que establezca el catalogador. El examen final de la ficha catalográfica servirá para asegurarse de que todas las materias tratadas no solo figuran en la notación de la clasificación, sino que los encabezamientos, palabras claves o descriptores recogen todos los contenidos. Esta exhaustividad permitirá la búsqueda por todos los conceptos y el usuario recibirá como respuesta a su consulta el libro de su interés, aunque éste abarque varios temas.

El usuario final deberá entender el sistema de clasificación empleado, pues ello puede contribuir a una búsqueda más eficiente de la documentación que necesita. Además, el conocimiento del sistema puede minimizar las suspicacias acerca de la asignación de contenidos efectuada.

Actualmente existen versiones en-línea de clasificaciones, tesauros y encabezamientos de materias, e incluso hay procedimientos informatizados que pueden llegar a asignar términos de contenidos según índices de probabilidades e información extraída del título o partes del libro. Aun así, la descripción de contenidos sigue siendo tarea muy dependiente de los modos concretos o peculiares del trabajo humano[5].

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La aplicación de las clasificaciones: algunos ejemplos de la CDU

En España la más usada es la CDU: por eso nos servirá para entender mejor su interpretación cuando el usuario la encuentre en las fichas de los catálogos bibliográficos o en la ordenación de los libros en los estantes. Veámoslo a través de la unidad fundamental, los títulos.

-Título:  Historia de España y de Francia 

Es un libro de Historia, por lo que se acudirá a la tabla de la clase primaria 9. Geografía. Biografías. Historia. La Historia está en el 93 (Historia en general), pero también el 94, que es Historia de la Edad Media y Moderan en general. Tras la revisión del libro obtenemos una información que completa la que aporta el propio título y vemos que encaja en el número 94. A continuación acudimos a las tablas auxiliares de lugar, donde la representación numérica se incluye entre paréntesis. A España le corresponde el (460) y a Francia el (44). Entre los signos que se añaden a la notación alfanumérica aparece, entre otros, el “+” que expresa la unión.

La notación sería la siguiente:

94(460) + 94(44)   La interpretación: Historia de España e Historia de Francia, o bien: 94(44+460): Historia de España y Francia. El catalogador puede elegir entre las 2 opciones, por lo que seguirá el procedimiento a que haya optado su biblioteca.

-Título: El arte románico en la Granada del siglo XII

Es un libro de arte, y por tanto corresponde a la tabla 7. Arte. Bellas Artes. Deportes. Se localizará esa corriente concreta de arte: 7.033.4 Arte románico. En la tabla auxiliar de lugares se localizará Granada: (460.357). En la tabla auxiliar de tiempo se comprueba que el siglo XII se representa con los 2 primeros números de la centuria entre comillas: “11”

El resultado es la notación: 7.033.4(460.357) “11”

-Título: Antología de cuentos alemanes de los siglos XVIII al XX

Corresponde a la tabla 8: Lenguaje. Lingüística, Literatura donde se localiza la literatura en lengua alemana, novela y cuento:  821.112.2-3. El espacio entre siglos se representa por la barra “/”, luego “17”/”19”, que significa “del siglo XVIII al XX”. Recurriendo a las tablas auxiliares de forma se comprobará que las antologías se representan con (082.2).

Notación: 821.112.2-3“17”/”19” (082.2)

– Título: Hojas de hierba, de Walt Whitman

Se trata de un poemario de un autor norteamericano, luego 821.111-1 “Literatura en lengua inglesa. Poesía”. Es una obra norteamericana, luego vamos al auxiliar común de su zona geográfica: (73) “Estados Unidos de América”. Es una obra del siglo XIX, luego se representa “18”.

Notación: 821.111-1(73)-14″18″

En los lomos de los libros de las bibliotecas con acceso abierto a las estanterías se suele encontrar en sus tejuelos una notación CDU en columna, simplificada en mayor o menor medida, con las 3 primeras letras en mayúsculas del apellido del autor seguido por las 3 primeras letras en minúsculas del título. Este sistema facilita al usuario la localización de todos los libros del mismo autor. La notación en este caso sería:

                                                                                     821.111-1

                                                                                     WHI

                                                                                     Hoj


BIBLIOGRAFÍA

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  • Pinto Molina, M., “Análisis documental de contenido”, en Manual de Información y Documentación, Madrid, Pirámide, 1996.
  • San Segundo Manuel, Rosa, Teoría e historia de la clasificación bibliotecaria en España, siglos XIX y XX, Madrid, Editorial de la Universidad Complutense, 1993.
  • San Segundo Manuel, Rosa, Sistemas de organización del conocimiento: la organización del conocimiento en las bibliotecas españolas, Madrid, Boletín Oficial del Estado, 1996.
  • Vernet, Juan, Clasificación de las ciencias entre los árabes, Barcelona, Universidad de Barcelona, 1990.
  • Vickery, Brian C., Classification and Indexing in Science, Londres, Butterworths Scientific Publications, 1958.

NOTAS:

[1] No es la única información sobre el contenido que tenemos en la ficha bibliográfica, pues incluye también unos encabezamientos de materia o unos descriptores que se ciñen a un lenguaje normalizado. Nos referiremos brevemente más adelante a los encabezamientos de materia y a los tesauros a fin de apreciar sus diferencias respecto de la clasificación.

[2] La relación entre la clasificación de las ciencias y el saber y la clasificación de los libros es indudable. Aunque la prevista extensión del presente documento no nos permitirá realizar el recorrido exhaustivo desde la Antigüedad clásica hasta los modelos clasificatorios más actuales, sí podremos recordar y resumir algunos hitos fundamentales o de principio.

Platón, como es sabido, distinguió entre opinión y saber propiamente dicho. Aristóteles, entre otros aspectos, clasificó los saberes en teóricos, prácticos y poéticos. Los estoicos dividen la filosofía en lógica, física y ética. Los epicúreos en canónica, física y ética. La Edad Media divide artes liberales en el Trívium y el Quadrivium. A partir de ahí, las revisiones son permanentes y la expansión de las clasificaciones llega a crear subdivisiones amplias y complejas, según corresponde a una etapa de mayor expansión del conocimiento propia de la época moderna. Sin entrar en detalle, procederá sin embrago referir la clasificación de algunos nombres destacados: Francis Bacon clasificó las ciencias según las facultades: memoria, que da origen a la Historia y sus diferentes subdivisiones; razón, que da origen a la ciencia y sus subdivisiones; y fantasía, que da origen a la poesía, subdividida según las normas de la poética clásica. Hobbes establece ciencias de hechos y ciencias de razón. Schopenhauer dividió las ciencias en puras y empíricas. Leibniz, desde su concepción racionalista, anticipó lo que luego sería la expansión de la tecnología. Los positivismos rehicieron la perspectiva desde el siglo XIX.

En el siglo XX la ideología política determina la clasificación. Un ejemplo es el trabajo del soviético Bonifaty Kedrov. Con él la clasificación adopta posturas que se contraponen a los sistemas clasificatorios modernos de Gran Bretaña y Estados Unidos, de amplísima implantación y que analizaremos con más detalle.

[3] La CDU es el sistema de clasificación más utilizado del mundo. Se encarga de su mantenimiento el Consorcio de Editores de la CDU, cuya sede está en La Haya. En España se ocupa de la edición en español AENOR, miembro fundador del Consorcio y responsable de la Norma UNE 50001 a la que responde la propia CDU. Existe una versión en-línea.

[4] El método bibliográfico adapta el uso que ya existía incluso en los libros manuscritos de contenido científico y que sigue en la actualidad. Al final de la obra figuran índices de los aspectos tratados: toponimia, nombres propios, y de contenidos. Se trata de una laboriosa y científica sistematización de los conceptos abordados en la obra.

[5] No debe confundirse la búsqueda por los contenidos plasmados en las fichas bibliográficas que representan la colección de la biblioteca, con los sistemas de búsqueda que ofrecen los buscadores de Internet. Éstos elaboran índices de palabras que aparecen en el propio documento en su versión digital y ofrecen los títulos en que se presentan las palabras o términos solicitados. La mayor capacidad de almacenamiento y la mayor velocidad a la hora de procesar datos permiten buscar también por coincidencia de cadenas de caracteres, sin elaborar previamente diccionarios. Los resultados son malos, aportan mucho ruido, esto es, información que no tiene nada que ver con la solicitada, pero dado que el usuario la puede revisar y desechar a notable velocidad, es un sistema que se está generalizando. El desarrollo tecnológico ofrece más cantidad que calidad, pero se acepta, porque aparentemente economiza en tiempo y trabajo.


CITA BIBLIOGRÁFICA: A. García Martín, «El método bibliográfico (3): la clasificación», Recensión, vol. 13 (enero-junio 2025) [Enlace: https://revistarecension.com/2024/12/29/el-metodo-bibliografico-3-la-clasificacion/ ]

 

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