Vol. 12 / julio 2024
ARTÍCULO / COMENTARIO BIBLIOGRÁFICO. Autor: Sebastián Pineda Buitrago
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Antonio Ecarri Bolívar, Historia contemporánea de Venezuela: Desde el general José Antonio Páez al comandante Hugo Chávez Frías, Madrid, Editorial Almuzara, 2023, 528 pp.
La crisis venezolana ha de avergonzar a la humanidad. Más de siete millones de personas han abandonado su patria, dejando tras de sí un éxodo que debería estremecer la conciencia del mundo. La conciencia del mundo se despliega a través de la historia, pero la mayoría de los historiadores, y “filósofos de la historia”, parece haber entrado en un estado de sopor ante la tragedia venezolana. El desarraigo y el éxodo deberían interpelar al menos a cierta conciencia cristiana, bíblica y ya si se quiere secularizada, racionalista. Es decir: al “espíritu del mundo” (Weltgeist) del que hablaba Hegel. ¿Acaso no es este éxodo masivo una manifestación palpable de la dialéctica histórica, en la cual las contradicciones de un sistema político y económico han llegado a un punto de ruptura? Si concibiéramos la historia como una marcha inexorable hacia la libertad, el llamado “socialismo del siglo XXI” se erige como su antítesis más perversa. No es simplemente una negación de la libertad, sino una perversión de la idea misma de progreso histórico, una distopía que se presenta como utopía realizada. Insistamos: la indiferencia del mundo ante esta crisis es, en sí misma, el síntoma de una enfermedad más profunda que aqueja a nuestra civilización. Revela una fractura en nuestra capacidad de empatía. Pues, como veremos, la tragedia venezolana no es solamente un problema geopolítico o económico; implica un desafío ético que pone a prueba nuestra concepción misma de lo que significa el ser humano en el siglo XXI.
En este contexto, el libro de Antonio Ecarri Bolívar, Historia contemporánea de Venezuela: desde el general José Antonio Páez al comandante Hugo Chávez Frías, ofrece una perspectiva valiosa para comprender la tragedia venezolana. Ecarri Bolívar nos invita a reflexionar sobre las raíces históricas de la crisis, a cuestionar los mitos y las narrativas dominantes, y a buscar soluciones que vayan más allá de las recetas simplistas y los intereses partidistas. Comentar un libro como éste, bajo las actuales circunstancias, invita a componer más bien una jeremiada que una reseña. Un lamento –pero también un recordatorio– de que la democracia no es un regalo, sino una conquista que debe ser defendida día a día.
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EL PECADO ORIGINAL DE VENEZUELA
La tesis central de Ecarri Bolívar subraya una continuidad histórica fundamental: el militarismo como fuerza rectora en la política venezolana. Este fenómeno, según el autor, tiene sus raíces en la propia génesis de la nación y se ha perpetuado hasta nuestros días. Hay un vínculo directo entre el origen del militarismo venezolano y la gesta independentista. Desde 1777, cuando el Imperio español elevó a Venezuela al estatus de Capitanía General, le imprimió un fuerte componente militarista y marcial que definiría su futuro político. Esta decisión administrativa, inicialmente concebida para fortalecer la defensa de las costas venezolanas contra incursiones extranjeras y ataques piratas, hizo de Venezuela una espada de doble filo. Pues, si bien reforzó la seguridad territorial, semejante casta militar también sembró las semillas de un desequilibrio institucional profundo. Con el tiempo, el estamento castrense sobrepasó en influencia a las esferas civiles y religiosas y hasta llegó a eclipsarlas. De hecho, la Guerra de Independencia (1811-1823) consolidó y amplificó un ethos militar. Las fuerzas armadas venezolanas se endilgaron el protagonismo de haber expulsado al dominio español, o sea, reclamaron lo que consideraban un derecho casi sagrado: dirigir los destinos de la nueva nación. Este sentimiento persistió desde el Congreso de Valencia de 1830, cuando Venezuela adquirió la categoría de República, hasta los delirios patrioteros del comandante Hugo Rafael Chávez Frías: un militar imbuido de un sentido de misión histórica. El “socialismo del siglo XXI”, con su fuerte componente militar, representa para Ecarri una regresión histórica al autoritarismo y militarismo.
Ecarri identifica un «pecado original» en el Decreto de Guerra a Muerte, proclamado por Simón Bolívar el 15 de junio de 1813: “españoles y canarios, contad con la muerte, aunque seáis indiferentes, si no obráis por la liberación de América; venezolanos, contad con la vida, aunque seáis culpables”. Medida extrema tomada en el contexto de la Campaña Admirable, con el objetivo de polarizar la lucha y definir claramente los bandos en conflicto, el xenofóbico decreto de Bolívar paradójicamente exacerbó una guerra de castas. Llevó a una escalada de violencia sin precedentes, que marcaría profundamente el desarrollo posterior de la nación venezolana. La reacción de José Tomás Boves contra Bolívar es reveladora. Con su grito de “muerte a los blancos”, Boves movilizó a llaneros, esclavos y pardos contra los “patriotas” de Caracas, poniendo de manifiesto las tensiones raciales y de clase que el movimiento independentista inicial había ignorado o acaso ocultado bajo la bandera del nacionalismo criollo. Dicho de otro modo, gran parte de la población venezolana se mantuvo leal al sistema colonial, percibiendo en la monarquía mayores posibilidades de mejora social que en el proyecto republicano inicial de los criollos afrancesados, aun cuando esta postura no fuera uniforme ni estática a lo largo del conflicto. Un poco similar (o idéntica) a la guerra desatada en la Península por la invasión de Napoleón en 1812.
El origen de Venezuela como entidad política está marcado por su carácter fronterizo y estratégico. Cuando los primeros exploradores europeos (mezcla de españoles, alemanes e italianos) penetraron el territorio a través del Lago de Maracaibo en 1499, quedaron impresionados por los poblados palafíticos de las comunidades lacustres y, en reminiscencia de Venecia, inventaron el nombre de “Venezuela” o “Pequeña Venecia”. Las islas que rodean Venezuela, como Aruba y Curazao, son parte del Reino de los Países Bajos, lo que subraya el carácter vulnerable de Venezuela desde tiempos coloniales. La presencia de estas islas bajo control holandés, a solo unos kilómetros de la costa venezolana, ha sido históricamente significativa. Esta situación geopolítica creó un entorno en el que Venezuela, rodeada por territorios controlados por potencias extranjeras, enfrentó desafíos de defensa y soberanía. La necesidad de proteger sus costas de posibles incursiones de potencias rivales contribuyó a la militarización del territorio venezolano, un legado que ha influido en su percepción de seguridad nacional hasta la actualidad.

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EL PRETORIANISMO VENEZOLANO
Ecarri analiza el concepto de cesarismo en Venezuela, a partir de las ideas de Marx y Gramsci. El cesarismo, según Marx, es una forma de gobierno en la que un líder carismático se erige como salvador de la nación, aprovechando una crisis política o social para concentrar el poder en sus manos. Gramsci, por su parte, amplía el concepto de cesarismo, señalando que no se trata solo de un fenómeno individual, sino también de un proceso social en el que las clases dominantes utilizan al líder carismático para mantener su hegemonía. La praxis hispanoamericana al respecto, presente lo mismo en Venezuela que en Cuba o en México, rebasa cualquier teoría “europea”.
El capítulo 24, “De cómo Rómulo Gallegos fue el primer presidente que intentó desterrar, infructuosamente, al ‘gendarme necesario’ (1947-1948)”, destaca por varias razones. En primer lugar, porque Rómulo Gallegos, cuando ocupó la presidencia, ya era un destacado autor de dos novelas emblemáticas de la literatura hispanoamericana: Doña Bárbara (publicada en 1929) y Canaima (publicada en 1935). Su doble faceta de literato y estadista le otorgaba una legitimidad única sobre la casta militarista y, desde luego, una perspectiva más democrática de la realidad venezolana. Gallegos, en segundo lugar, advirtió desde el fin de la Segunda Guerra Mundial el peligro que representaba el comunismo para la democracia y la libertad. Puso sus barbas a remojar cuando se enteró de lo ocurrido en el país vecino, Colombia, el 9 de abril de 1948, o sea, cuando el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán desató el amotinamiento conocido como el “Bogotazo” que por poco destruye la capital colombiana. Días después del “Bogotazo”, Gallegos dio una declaración memorable que parece tener una vigencia inquietante en la Venezuela actual:
El Gobierno de Venezuela considera que no solo las prédicas comunistas conspiran obstinadamente contra la paz, la seguridad y la estabilidad del continente, sino que presuponen la supervivencia de regímenes dictatoriales, que por lo mismo que no respetan la dignidad del hombre, ni se preocupan por solucionar los problemas de las clases populares, crean en las masas un sentimiento de protesta que fácilmente puede ser canalizado hacia posiciones de exasperado extremismo.
Estas palabras de Gallegos resuenan con fuerza en la Venezuela de hoy, gobernada por un régimen que se autoproclama populista y defensor de los pobres, pero que en la práctica no respeta la dignidad ni la libertad del pueblo, sumiéndolo en la miseria y la represión. El actual régimen venezolano, al igual que los regímenes dictatoriales a los que se refería Gallegos, utiliza la retórica populista para manipular a las masas y perpetuarse en el poder, mientras que en realidad vela por sus propios intereses y los de sus allegados. Ecarri Bolívar relata con lujo de detalles el derrocamiento de Rómulo Gallegos el 24 de noviembre de 1948. Aunque era el presidente democráticamente electo de Venezuela, Gallegos fue traicionado por su propio ministro de Defensa, el teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud. Este disolvió Acción Democrática (AD), el partido de Gallegos, y buscó legitimarse a través de una “dualidad constitucional. Pero el liderazgo de Delgado Chalbaud fue efímero, pues el 13 de noviembre de 1950 lo secuestraron y asesinaron en circunstancias aún sin resolver. Parece que Pérez Jiménez estaba detrás, pues en 1952 él asumió directamente la presidencia.
Paralela a la dictadura militar del colombiano Gustavo Rojas Pinilla (por lo demás, la única que tuvo Colombia en el siglo XX), el régimen venezolano de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958) se caracterizó por introducir la televisión como herramienta de propaganda. Más adelante, Venezuela también se convirtió en una potencia de telenovelas o culebrones. Inicialmente, la transmisión televisiva le dio al régimen una poderosa plataforma para difundir su ideología del “Nuevo Ideal Nacional” y proyectar una imagen de progreso y modernidad. El culto a la personalidad del mandatario, en general, se elevó a la octava potencia en virtud de la televisión. Como Pérez Jiménez construyó autopistas, avenidas, túneles y carreteras que conectaban la capital con el interior, y erigió edificaciones monumentales como las torres de El Silencio en Caracas, y allanó la instalación de industrias petroquímicas y siderúrgicas, fomentando una política de inmigración selectiva, o sea, principalmente de Italia, Portugal y España, perpetuó en la mente de las masas la idea errónea de que los militares eran eficientes gobernantes. Esta noción, según Ecarri, facilitó el ascenso y la consolidación de Chávez.
El capítulo 36, penúltimo del libro de Ecarri, se centra en el regreso del pretorianismo a Venezuela con la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999. El autor argumenta que la formación militar de Chávez, combinada con la tradición autoritaria del marxismo, creó un régimen donde el presidente se convirtió en un “tótem reverenciado”. Llegados a este punto, es de notar que Ecarri Bolívar critica la “izquierda latinoamericana”, a la que atribuye la responsabilidad de los males de Venezuela. Señala que esta izquierda, tras los fracasos guerrilleros de las décadas anteriores, adoptó una nueva estrategia en el Foro de Sao Paulo: abandonar la lucha armada y mimetizarse dentro del sistema democrático para acceder al poder y luego desmantelarlo. El autor destaca la influencia de Chávez y de los recursos petroleros venezolanos en el fortalecimiento de esta izquierda continental a la que acusa de “nazi-fascista” por su habilidad para manipular a las masas, aprovechando su frustración y ofreciendo soluciones simplistas.
Una crítica constructiva al libro de Ecarri Bolívar radica en su visión maniquea de la izquierda latinoamericana. No hay tal cosa en esencia. No puede llamarse «izquierda» al dogma de la Tercera Internacional que funda la “teología política” del marxismo-leninismo y cuya doctrina legitima la admisión de todas las formas de lucha, el desdén por la democracia liberal y sus instituciones consideradas meras formalidades burguesas, la concentración del poder y las armas en manos del partido, la imposición de una dictadura del proletariado, el control estatal de la economía, y la supresión de las libertades individuales en favor de los objetivos colectivos revolucionarios. Lo que llamamos «izquierda» o «derecha» son categorías de un ámbito republicano, no dictatorial. Hablar de un supuesto complot continental, como el del Foro de Sao Paulo, es restarle cierta responsabilidad al papel hegemónico de Washington. ¿No pareciera que al gobierno estadounidense le conviniera la desestabilización de Cuba y Venezuela? Una visión más matizada y objetiva de la realidad política regional enriquecería el debate y contribuiría a una mejor comprensión de los desafíos que enfrenta Venezuela e Hispanoamérica en su conjunto.
Hay que decirlo: Estados Unidos ha impuesto sanciones económicas y políticas que, si bien buscan presionar al régimen, también han afectado gravemente a la población venezolana. Recordemos que ya no combaten países, sino corporaciones petroleras lo mismo de Norteamérica que de Eurasia. Tiene razón Ecarri cuando critica la inacción de organismos internacionales como la ONU y la OEA, que han sido incapaces de encontrar una solución a la crisis venezolana. Semejante inacción, según el autor, se debe en parte a la falta de voluntad política de algunos países, pero también a la complejidad del conflicto y a la polarización de la comunidad internacional. Y agreguemos, al sopor y falso confort de la comunidad universitaria, pensante.
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CONCLUSIONES
En síntesis, hay que decir que el llamado “socialismo del siglo XXI” no es más que una fachada que encubre la verdadera naturaleza del ethos militarista. La tragedia venezolana radica en que, a lo largo de su historia, los civiles jamás han logrado ejercer un control efectivo sobre las élites castrenses. Ni siquiera los cuarenta años de democracia fueron suficientes para “profesionalizar” verdaderamente a las Fuerzas Armadas y alejarlas de la tentación del poder político. Este fracaso en la subordinación del poder militar al civil ha permitido que el pretorianismo resurja con fuerza bajo el disfraz del “socialismo del siglo XXI”, perpetuando así una tradición nefasta que ha marcado la historia venezolana desde sus orígenes coloniales hasta nuestros días. El régimen chavista, lejos de representar una ruptura con el pasado, encarna la continuidad de esta tendencia aterradora que ha obstaculizado el desarrollo de una verdadera democracia en Venezuela. Como afirmó Croce en su momento, toda historia, toda verdadera historia es historia contemporánea.
CITA BIBLIOGRÁFICA: S. Pineda Buitrago, «El militarismo: ‘pecado original’ de Venezuela», Recensión, vol. 12 (julio-diciembre 2024) [Enlace: https://revistarecension.com/2024/09/05/el-militarismo-pecado-original-de-venezuela/ ]
